El "Octógono" en llamas

25.09.2022

Madrugada del día 26 de Octubre de 1915

Por Jose Javier Rodríguez Pastor

La noche del 25 al 26 de octubre de 1915 se presentaba fría en Valladolid. Un fuerte viento del norte soplaba con inusitada fuerza. En la Academia de Caballería reinaba la acostumbrada tranquilidad. Los alumnos del internado y los soldados que formaban el escuadrón de tropa al servicio de la Academia se hallaban entregados al descanso.  Las guardias del centro funcionaban con normalidad.

Pasadas la una de la madrugada, el centinela de la puerta falsa observó que salía humo de un almacén situado en la parte baja del ala izquierda del edificio, junto al local destinado a armería, que estaba adosado al muro exterior del "Octógono" por el lado de la calle San Ildefonso. De inmediato dio aviso al cabo de guardia y este lo notificó al oficial de guardia de la Academia teniente Eduardo Arcay quien se dirigió al lugar indicado, al tiempo que ordenaba comunicárselo a los oficiales del servicio interior, capitán García Ibarrola y teniente Ricardo Aymerich. Personado el teniente Arcay con parte de la guardia en el lugar indicado, pudo comprobar como las llamas ya se propagaban por el mencionado almacén. Se trataba de un pequeño local donde se guardaban bancos, sillas, mesas de madera y otros efectos viejos. Parece lógico suponer que el cuarto se encontraba en perfecto orden pues, tan solo nueve días antes, el Rey Alfonso XIII había visitado la Academia y recorrido sus dependencias. De hecho, en el testimonio del personal que había entrado allí el día anterior, queda recogido que no habían notado nada anormal en dicha estancia.

Figura 1. Croquis del Octógono con la situación del lugar donde, según las crónicas, se inició el fuego

Tras los primeros esfuerzos por sofocar el ya incipiente incendio, enseguida advirtieron que sus intentos resultaban vanos y que el asunto era más serio de lo que a primera vista parecía. El viento avivaba de tal manera las llamas que rápidamente prendieron en el alero de madera de la armería, separada por un simple tabique del citado almacén [1], y amenazaban con extenderse por la techumbre del edificio y propagarse a las habitaciones del piso principal. Al comprender que ya no podrían dominarlo, el capitán Ibarrola ordenó que se alertara a todo el personal que pernoctaba en la Academia [2] y se diera parte a las autoridades militares de lo que estaba sucediendo. También se dio aviso a la familia del director de la Academia, coronel Marcelino Asenjo Miguel, ausente ese día por encontrarse de viaje, para proceder inmediatamente a desalojar su pabellón.

[1] Las primeras versiones de lo sucedido señalaban que el fuego se había iniciado en la fragua de la armería, aspecto que posteriormente se reveló imposible, ya que después del incendio esta se halló intacta. También se creyó que un fallo en el sistema de calefacción pudiera haber sido la causa, pero esta se descartó por tratarse de una instalación moderna y bien mantenida. Finalmente, la versión oficial señala que se produjo a causa de una colilla de cigarro o cerilla encendida que alguien tiró por descuido y que esta prendió fácilmente en los objetos de maderas que allí se almacenaban.

[2] El periódico "El Norte de Castilla" publicó en sus crónicas que en esas fechas vivían en la Academia 140 alumnos, 151 soldados y 224 caballos, sin embargo estas cifras no parecen demasiados precisas, pues los anuarios militares fijan en 113 el número total de alumnos existentes, distribuidos en tres cursos, 31 en 3º, 50 en 2º curso y 32 en el 1º. El número de soldados y de caballos que se cita parece ajustarse más a la realidad.

Figura 2. Marcelino Asenjo Marqués, coronel director de la Academia desde junio de 1915 a abril de 1917

Figura 3. Academia de Caballería 1915. Promoción de alumnos de primer curso. Photo-Art R. Saus

Figura 4. Academia de Caballería 1915. Promoción de alumnos de segundo curso. Photo-Art R. Saus

Figura 5. Academia de Caballería 1915. Promoción de alumnos de tercer curso. Photo-Art R. Saus

Las llamas ya salían por el techo de la armería y se elevaban por encima del edificio, iniciando su recorrido destructor por toda la techumbre del "Octógono". Unos muchachos llamaron a la puerta principal para dar noticia del suceso, asegurando que habían visto el fuego nada menos que desde el paseo Zorrilla.

Mientras tanto y antes que llegara el aviso del capitán de servicio, los alumnos que constituían el segundo escuadrón y que tenían su dormitorio principal en el ala del edificio que da a la calle de San Ildefonso, frente al convento de las carmelitas y parroquia de aquel nombre, despertaron sobresaltados por la voz de alarma dada por uno de los cadetes que prestaba el servicio de imaginaria.

- ¡Hay fuego! - gritaba despavorido.

Algunos, medio dormidos, lo tomaron a broma e intentaron seguir durmiendo, pero la insistencia de la alarma hizo que finalmente todos se vistieran con rapidez y salieran del dormitorio cuando ya el humo comenzaba a invadir la estancia. Sanos y salvos corrieron presurosos a combatir el fuego, pero este había prendido, de tal manera, que con los medios de que disponían les era imposible dominarlo. Las llamas se habían propagado por el techo del "Octógono" tanto por el ala correspondiente a la calle San Ildefonso, como por la parte posterior del edificio y ya poco se podía hacer.

Figura 6. Dormitorio de alumnos en el año 1915. Colección Josep Thomas

Enseguida comenzaron los primeros desalojos. Estos, al parecer, se produjeron en bastante orden, siguiendo las instrucciones dictadas por los jefes. Profesores, alumnos y personal de tropa de la Academia se dedicaron a desalojar inicialmente el dormitorio que corría peligro. En el patio contiguo al ala donde el fuego había hecho presa, fueron depositando en montón revuelto camas, colchones, equipos de los alumnos, etc.

Poco antes de las tres de la mañana, se presentó el capataz del servicio de incendios de la ciudad, señor Elosegui, quien comenzó a dirigir los primeros trabajos de extinción. Los cadetes se dedicaban, entonces, a sacar los caballos de las cuadras más próximas al Octógono para llevarlos a los dos picaderos existentes, en cuanto comprobaron que por la dirección del viento era difícil que les alcanzara el fuego. Cumplían así la orden dada de salvar primero a los caballos y después recuperar el armamento que se pudiera. Sin embargo, se habían olvidado de que un cadete estaba cumpliendo arresto de corrección en el calabozo. Su padre, también de caballería, se desgañitaba desde el exterior con gritos y más gritos para que lo libraran. Finalmente, el alumno sería sacado oportunamente sin daño alguno.

A las tres de la madrugada aproximadamente, los redactores del diario "El Norte de Castilla" recibieron la triste noticia del incendio y se trasladaron a la plaza Zorrilla, a donde llegaron al mismo tiempo que los bomberos; "estos tarde como siempre" [3], por lo que fueron recibidos con muestras de desagrado por el público que ya contemplaba el terrible espectáculo. Con mangas enchufadas a las bocas de riego de la calle San Ildefonso y en los patios de la Academia comenzaron a arrojar abundante cantidad de agua sobre el fuego, que por momentos parecía avivarse más. Personal de tropa del centro se afanaba entonces a desalojar el cuarto destinado a cuerpo de guardia, junto a la puerta principal. Los magníficos armarios de nogal que amueblaban esta dependencia fueron sacados a la calle y depositados junto a los jardincillos de la entrada del paseo Zorrilla.

[3] Expresión literal que aparece en la crónica publicada en "El Norte de Castilla"

Figura 7. Portada del periódico Norte de Castilla publicada el día 27 de octubre de 1915

La iglesia de San Ildefonso iniciaba a esas horas un toque de campanas que, junto a los silbatos de alarma de los serenos, alertó a toda la población de Valladolid. Muchos fueron los que se echaron a la calle y se congregaron frente al edificio siniestrado para contemplar el triste suceso. Un personaje muy querido en la ciudad, el general Clavijo, ya en la reserva, advertido por el repique de campanas, se levantó, a pesar de estar enfermo y, al observar desde el balcón de su casa en la calle Miguel Iscar el desastre que estaba sufriendo la Academia, sufrió una gravísima recaída.

Por los estragos del fuego, cayeron a tierra varios postes de teléfono y de telégrafos, ocasionando averías en las líneas. Los hilos cortados formaron en el suelo una maraña de cables en la cual algunos transeúntes se enredaron sufriendo caídas que afortunadamente no tuvieron consecuencias. El reloj de la torrecilla, que presidía el patio central del "Octógono", se detenía a las 3 horas y 27 minutos, quizá por la fusión de alguna de sus piezas al ser alcanzado por el fuego.

A las cuatro de la madrugada, el fuego seguía su avance devastador. Se produjeron varias explosiones en el edificio incendiado atribuidas a la cartuchería, que no se había podido recuperar, y a la combustión de elementos y materiales que se almacenaban en el gabinete de física y química de los alumnos. Por ello y en previsión a que pudieran originarse desgracias, se hizo necesario despejar los alrededores del edificio.

La bomba de vapor del parque de bomberos comenzaba a funcionar a esas horas desde la calle de San Ildefonso, pero sus efectos eran muy limitados. Así mismo, fueron haciendo acto de presencia diversas autoridades civiles y militares. Entre ellas y en un primer momento, se personaron el alcalde, el gobernador militar, los coroneles de la Guardia Civil y del regimiento de infantería Isabel II y los jueces de los dos distritos de la ciudad. Algo más tarde, se les unirían el capitán general, el gobernador civil y los coroneles de todos los cuerpos y centros de la plaza.

A las cuatro y cuarto de la madrugada, toda el ala del edificio, que daba a la callejuela de San Juan de Dios, se hundía con pavoroso estruendo, levantando en su caída grandes penachos de chispas. Se temió que el fuego pudiera alcanzar el laboratorio de Delgado Cea, situado en los números 8 y 10 de dicho callejón, y que se extendiera a la hilera de casas que, desde la plaza Zorrilla, terminaban en el número 14, algo más al norte de la parte posterior del "Octógono".

La llegada, sobre esas horas, de efectivos del regimiento de infantería Isabel II permitió poner orden en el exterior de la Academia y, con parte de su tropa y las fuerzas de la Guardia Civil, se logró establecer un cordón protector alrededor de la manzana. El resto se dedicó a ayudar a los cadetes y soldados de la Academia en la tarea de sacar material, muebles y enseres del edificio; los llevaban al Salón Pradera, situado al comienzo de los jardines del Campo Grande, que su dueño, Manuel Pradera, había ofrecido gentilmente.

El teniente César Balmori Díaz, seguido por dos o tres soldados, logró sacar el estandarte de la Academia, cuando este corría un inminente peligro de ser pasto de las llamas. Así mismo, se pudo salvar del fuego el óleo "la Batalla de Treviño" de Víctor Morelli, que lucía una de las paredes de la escalera principal. A pesar de sus grandes dimensiones, lograron desarmarlo de su moldura y lanzarlo enrollado por uno de los balcones para guardarlo después en el Salón Pradera. También corrieron buena suerte las obras del excelente pintor coruñés Ramón Navarro "Retrato ecuestre de Alfonso XIII joven" [4] y el óleo titulado "Compañerismo" [5].

[4] Al igual que el óleo de Treviño, ambos cuadros pueden admirarse actualmente en el salón de actos del centro

[5] Esta obra resultaría destruida durante el asedio al Alcázar de Toledo en 1936

Figura 8. Vestíbulo del piso principal del Octógono en 1915. Coleccion Josep Thomas

El alumno de 2º año Francisco Zuleta y Queipo de Llano rescató el Santísimo de la capilla, lesionándose en el dedo pulgar de la mano izquierda. También se pudo salvar una preciosa talla del siglo XVIII de la Virgen del Carmen, muy venerada entonces por el personal de la Academia, que fue llevada en primera instancia a la redacción del Diario Regional y después, junto a otros objetos de culto de la capilla, a las habitaciones particulares de la casa de Justo Garrán, situada en el número 2 del callejón de San Juan de Dios.

A las 04,45 horas, se seguían produciendo los hundimientos, cada vez más frecuentes, en la parte posterior del edificio. Las mangas de los bomberos, enchufadas unas en las bocas de riego y servidas otras por las bombas, continuaban arrojando agua sobre la imponente hoguera. El portalito de entrada, el cuerpo de guardia, las amplias escaleras y el primer patio, se iban convirtiendo en fangales por los torrentes de agua que lo cruzaban.

A las 05,00 horas de la mañana, hora de cierre de la edición de "El Norte de Castilla", el fuego, extendiéndose por la derecha y por la izquierda de la zona donde se inició, estaba a punto de alcanzar por ambos lados la puerta principal.

Las llamas habían destruido la biblioteca, si bien la mayoría de los libros habían podido sacarse a tiempo; eran más de 6.000 volúmenes. El fuego destruyó para siempre las tres pinturas que adornaban su techo, de Seijas la del centro y de Osmundo Gómez las de los laterales. También se salvó gran parte de la documentación y archivos de la Academia, aunque quedaron muy deteriorados por el agua y el barro producido en los trabajos de extinción. En este archivo constaban cuantos datos y antecedentes se referían a la oficialidad del Arma de Caballería desde el año 1893, fecha en que se había cerrado la Academia General Militar.

Figura 9. Desalojo de enseres en la fachada principal durante la mañana del 27 de octubre. Foto Cacho

Desaparecieron, por el contrario, varios cuadros de buenas firmas y un busto de bronce, situado en el vestíbulo principal, del teniente general Shelly Comesford, primer director del centro. Igualmente el fuego destruyó una placa de plata con los nombres de todos los exalumnos que habían dado su vida en las campañas africanas y que estaba colocada en el pasillo de la entrada.

No sufrieron daño alguno las edificaciones independientes del edificio principal, o sea las dependencias situadas en los patios posteriores y los picaderos de la Academia. Como se ha indicado, estos locales fueron utilizados en los primeros momentos para encerrar a los caballos a medida que peligraba la seguridad de las cuadras.

También se salvó parte del material científico de los gabinetes de prácticas, gracias a la coincidencia de hallarse este en la Universidad de Valladolid, donde había sido llevado para la exposición del congreso de ciencias que acababa de celebrarse en la ciudad.

A las seis de la mañana, el segundo arquitecto del Ayuntamiento, señor Baeza, en sustitución del lesionado señor Revilla, se hizo cargo de la dirección de los trabajos de los bomberos, entre los que se distinguió Félix Pérez, por haber dado muestras heroicas de valor y serenidad, y llegaron a la plaza Zorrilla los carros de la Administración Militar. Se situaron en formación enfrente de la Academia para recoger todo el material y enseres que, una vez abarrotado el Salón Pradera, se habían depositado en los jardines del Campo Grande. Parte de estos enseres se guardaron en los picaderos, una vez que los caballos pudieron ser trasladados al Cuartel Conde Ansúrez del Regimiento Farnesio y otros se transportaron a los locales del Cuartel de Intendencia y al Colegio Santiago para huérfanos del Arma de Caballería. A esas horas, el fuego ya no se veía por fuera del "Octógono" y se hallaba circunscrito a su interior, semejando el edificio un brasero encendido y era imposible continuar con la labor de rescate. La casa solariega del Arma de Caballería se consumía bajo las llamas. Este caserón, que no había llegado a viejo, aunque algunos lo llamasen así, quizás porque no se distinguía por su belleza, era un edificio muy familiar para los vallisoletanos que conocían las muchas transformaciones hechas en su interior durante los 63 años de vida académica. Gracias a ellas, se había convertido en un excelente centro de estudios científico-militar, capacitado para formar a los futuros oficiales de caballería y estaba a la altura de los mejores del mundo, o así lo creían al menos y estaban convencidos de ello los vallisoletanos.

Figura 10. Picadero grande de la Academia en 1915. Photo-Art R. Saus

A las ocho de la mañana, una brigada de obreros ferroviarios y algunos soldados llevaron a la Academia una magnífica bomba del depósito de máquinas de la Compañía de Ferrocarril del Norte que inmediatamente comenzó a prestar servicio para, en unión de las bombas municipales, acabar de extinguir los focos del incendio. Una segunda bomba, algo más pequeña, se uniría por la tarde a estos trabajos que se prologarían durante todo el día 26, resultando estos apoyos muy eficaces. A lo largo de esa mañana, continuarían los hundimientos y desplomes de pisos y muros dentro de la Academia. El apoyo prestado por la Compañía de Ferrocarril del Norte fue muy elogiado en las crónicas de prensa.

Figura 11. Aspecto del ala del edificio que daba a la calle San Juan de Dios en la mañana del dia 27

El aspecto que presentaba el edificio el día 27 no podía ser más desolador. Por todas partes se encontraban montones de escombros humeantes entre los que se veían muebles y objetos destruidos, confundidos con hierros retorcidos y maderas calcinadas. La mayor parte de las paredes se habían hundido y algunas, que aún estaban en pie, amenazaban con caerse. Resultaba muy complicado recorrer el interior del edificio, por el inminente peligro que ofrecían de derrumbarse los muros, las paredes y los techos que aún subsistían. El piso estaba convertido en enorme fangal, que hacía casi imposible dar un paso por aquellos lugares. El "Octógono" había quedado totalmente destruido.

Durante los trabajos de extinción, sufrieron lesiones de diferente consideración y fueron tratados en la Casa de Socorro el cadete Zuleta, el tipógrafo Segundo Pérez, Gabriel Gómez y los soldados de la Academia Agapito Villoria y Agapito San José, este último evacuado al Hospital Militar, al igual que un sargento del regimiento de artillería, herido tras caer a la calle desde el piso principal. El arquitecto municipal, Juan Agapito y Revilla, que había acudido en los primeros instantes para comprobar los daños, tuvo que ser evacuado de urgencia a causa de un «síncope» causado por el asfixiante calor.

Los padres jesuitas y los agustinos filipinos ofrecieron sus edificios y campos de deporte para instalar provisionalmente el internado e impartir allí las clases teóricas y prácticas. El Ayuntamiento, por su parte, tampoco se quedó atrás y ofreció para internado el palacio de la marquesa Alonso Pesquera y estaba dispuesto a pagar los gastos de su arrendatario. También la Universidad ofreció sus cátedras para que no se interrumpieran las enseñanzas, pero finalmente como ya se ha mencionado, se adoptó el sistema de enviar a los alumnos, que tuvieran parientes en la ciudad, a las casas de sus familiares -aunque no fueran de primer grado- y al resto, cincuenta y ocho, alojarlos en el Colegio Santiago. Su director, el coronel Chacón, el comandante mayor Miguel Galante y los capitanes Escudero y Domínguez habían conseguido diligentemente tener dispuestas sus instalaciones para ello. Incluso el mismo día 26 pudieron los cadetes desayunar, almorzar, comer y cenar en el colegio, en donde les prepararon, además de dos dormitorios -uno de ellos pequeño-, dos salones de descanso, un salón de aseo, un cuarto para el estudio y aulas para las clases teóricas. Gracias al apoyo del regimiento Farnesio y del Colegio Santiago, las clases prácticas pudieron comenzar el día 27 por la tarde en el acuartelamiento del primero y las teóricas en el segundo, al día siguiente por la mañana.

Según la crónica del Norte de Castilla, el inmueble había estado asegurado por el Ayuntamiento con la sociedad "Unión y el Fénix Español" por un valor de 1.500.000 pesetas, pero desde que la corporación municipal lo había cedido al Estado, el seguro había vencido y no había sido renovado. Sin embargo, los objetos de valor de su interior si lo estaban en la compañía de seguros "La Estrella", cuyo representante en Valladolid era Miguel Mata, por un valor de 900.000 pesetas [6].

[6] Estos datos no parecen muy exactos, pues el mismo Ayuntamiento comunicaba el 27 de octubre de 1915 a la Cámara de Comercio que el edificio estuvo asegurado en tres compañías diferentes por un valor de 300.000 pesetas en cada una de ellas.

Figura 12. Vista parcial de la Academia el día 27 de octubre

Resulta contrastado el hecho de que la ciudad sintió la pérdida como si fuera suya y, desde el primer momento, las autoridades civiles y militares se volcaron para que la Academia fuera reconstruida lo antes posible y para que por ningún motivo se marchase de Valladolid, pero eso... es ya otra historia.

BIBLIOGRAFIA Y FUENTES CONSULTADAS.

  • Anuario Militar 1916
  • Crónicas publicadas por el diario El Norte de Castilla los días 26 (edición especial), 27 y 28 de Octubre de 1915.
  • Artículo "El incendio de la Academia y los problemas para la reconstrucción del edificio" escrito por Juan Silvela Miláns del Bosch y publicado en dos partes en la revista Memorial de Caballería.