Batalla de Almansa (25 de abril 1707) 

17.10.2022

Batalla decisiva para la victoria de Felipe V en la Guerra de Sucesión española

(25 de abril 1707)

Por Juan María Silvela Miláns del Bosch

Batalla de Almansa, óleo de Balaca (Congreso de los Diputados. Madrid).

1.- INTRODUCCIÓN

A la muerte de Carlos II y una vez conocido su último testamento a favor de Felipe V, Holanda, Inglaterra y Austria, incluso posteriormente Portugal, ligada al Reino Unido por el tratado de Methuen, formaron la Gran Alianza a finales de 1701 contra Francia y España, mediante un tratado firmado en La Haya. De nuevo se iba a iniciar una guerra devastadora de extensas zonas del occidente de Europa. La disculpa fue que debían restablecer el equilibrio en el continente, roto por Luis XIV de Francia y Felipe V de España, porque éste último no había renunciado al trono de Francia. Sin embargo, lo que verdaderamente estaba en juego eran otros intereses particulares de cada una de estas naciones.

Felipe V. Óleo de Jean Ranc (1723). Colección Museo del Prado

El emperador Leopoldo I, además de pretender que la corona de España fuera para su segundo hijo, el archiduque Carlos, pues el imperio germánico estaba reservado para su hijo primogénito, José, quería recuperar los territorios perdidos en el norte de Italia y para ello contó con el apoyo del príncipe Eugenio Francisco de Saboya-Carignano Mancini. Sería el primero en enfrentarse a Francia y España al entrar en Italia desde el Tirol y ocupar el Milanesado, sin previa declaración de guerra. Las potencias marítimas, Inglaterra y Holanda (esta última dedicada fundamentalmente al comercio internacional y rival de Francia) de ningún modo estaban dispuestas a consentir un monopolio comercial hispano-francés en América; sorprendidas al principio, entrarían en la guerra varios meses después que el Imperio. La última en intervenir sería Portugal; aparte de sus reclamaciones territoriales en su frontera con España, aspiraba a que fueran reconocidos los derechos derivados de su asentamiento en el estuario del Rio de la Plata.

Holanda ofrecería un ejército de unos 100.000 hombres; el Reino Unido, que aspiraba a ejercer de primera potencia de occidente y adquirir una supremacía absoluta en el mar, aportaría otro ejército de 50.000 soldados y su flota naval; Austria, incorporaría cerca de 90.000 hombres más. En consecuencia, la coalición formada por Francia y España no lo iba a tener fácil y Luis XIV acabaría por agotar a su nación y dejar sólo a su nieto.

Archiduque Carlos, retrato anónimo. Palacio Real - Madrid

En 1702, la guerra se trasladaría a España, donde se llevaron a cabo varias acciones periféricas desde el mar. Tropas desembarcadas por la escuadra británica saquearon la bahía gaditana. Fracasado el intento inglés de conquistar Cádiz, el marqués de Villadarias, Capitán General de Andalucía, consiguió expulsar de la zona a las tropas invasoras. Al año siguiente, el archiduque Carlos desembarcaría en Lisboa con unidades austriacas, holandesas y británicas, a las que se uniría el ejército portugués.

El 4 de agosto de 1704, una escuadra anglo-holandesa al mando del príncipe Jorge Darmstadt con el almirante inglés George Rooke, jefe de la escuadra británica, conquistó Gibraltar. Ocupación consolidada después de la gran batalla marina de Vélez-Málaga, a pesar de la retirada de la escuadra inglesa.

Príncipe Jorge Darmstadt, comandante del ejército austracista durante la Guerra de Sucesión española (1701-1705) y gobernador de Gibraltar en 1704. Autor John Smith (Galería de San Francisco)

La guerra se extendería en la España oriental durante el año 1705. La escuadra anglo-holandesa, en permanente singladura por la costa levantina, facilitaría la sublevación de Cataluña y del reino de Valencia a favor del archiduque Carlos (Carlos III); proclamación a la que también se sumarían Aragón y Mallorca al año siguiente. En octubre de 1706, Luis XIV, consciente del estancamiento del conflicto y ya con dificultades en su hacienda, hizo las primeras proposiciones de paz a las Provincias Unidas. Aunque también buscaba provocar disidencias entre las naciones que habían constituido la Gran Alianza, empezaba a considerar la necesidad de dejar abandonado a su hijo Felipe V. Las compensaciones ofrecidas a costa de España no fueron aceptadas, pues serían consideradas insuficientes. En este último año, la constante presencia de la escuadra británica en el Mediterráneo facilitaría la permanencia de Cataluña, Aragón, Valencia y Mallorca en el bando austracista. No aconteció así en Galicia, norte de España, Navarra, ambas Castillas y Andalucía (salvo un conato austracista fracasado en Granada) que se mantuvieron siempre fieles a Felipe V, aunque algunos aristócratas y pertenecientes al alto clero de estas regiones, así como determinadas órdenes religiosas, hubieran optado por el archiduque.

El 23 de febrero, Felipe V dejaba Madrid para tomar Barcelona. La capital catalana iba a ser atacada desde el norte por el general André Maurice de Noailles, conde Ayen, al mando de un ejército francés acampado en el Ampurdán; también se atacaría la ciudad por el oeste y desde Caspe, donde el rey había reunido sus tropas con las sacadas de Aragón. Se encargaría de asedio el mariscal René de Froulay, conde de Tessé, nombrado comandante jefe del Ejército De Las Dos Coronas (hispano-francés).

Conde de Tessé, nombrado en 1704 comandante en jefe de las tropas hispano-francesas en España. Autor Hyacinthe Rigaud

Esta doble maniobra sería apoyada desde el mar por una escuadra francesa, a cuyo frente estaba el mariscal Luis Francisco de Borbón, que de inmediato bloqueó la ciudad. El 3 de abril, llegaría Felipe V ante Barcelona, frente a la cual ya estaban acampadas las unidades francesas de Noailles. El ataque a la ciudad comenzó el 6 de abril y, aunque progresaba, lo hacía con demasiada lentitud, por lo que la escuadra británica tuvo tiempo para aproximarse a la costa barcelonesa. Vislumbrados los barcos ingleses el siete de mayo y al ser más numerosos que los de la escuadra francesa, Toulouse levantó el bloqueo y se retiró con su escuadra. A pesar de que ya tenía varias brechas abiertas en las murallas de Barcelona, Tessé ordenaría, a su vez, la retirada del Ejército De Las Dos Coronas. La maniobra, que se realizó desordenadamente con el abandono de heridos, armas y pertrechos, fue considerada precipitada y vergonzosa y Tessé sería destituido del mando.

Para colmo, Felipe V recibió la noticia de la pérdida de Alcántara el 14 de abril, por lo que decidió volver a Madrid. Siendo peligroso atravesar Aragón, lo hizo desde el Rosellón y por el Pirineo Occidental, pero sin las piezas de artillería. El 23 de mayo ya estaba en Perpiñán; posteriormente, cruzaría la frontera por Roncesvalles y, a través de Pamplona y Burgos, llegaría a Madrid el 6 de junio.

No todo fueron desgracias, pues el teniente general Cristóbal de Moscoso y Montemayor, conde de las Torres, había tomado Cullera y tenía cercada Játiva; pero tuvo que levantar el sitio el 24 de mayo ante la ya citada penetración en territorio español del ejército anglo-portugués. Lo mandaba el marqués de las Minas (Antonio Luis de Sousa), junto con lord Galwey (teniente general Henry Massue de Ruvigny), francés al servicio del Reino Unido y comandante jefe de las unidades inglesas desembarcadas en Lisboa.

Lord Galway, comandante jefe de las unidades inglesas desembarcadas en Lisboa en 1704. Autor Jean Simon

Los aliados, a finales de mayo, conseguirían la rendición de Ciudad Rodrigo. Con el dominio de la frontera desde esta ciudad hasta Alcántara, podrían dirigirse a Madrid con la retirada protegida; el 24 de junio se encontraban a menos de 25 kilómetros de la capital. Felipe V ordenó entonces que la reina, María Luisa Gabriela de Saboya, se trasladara a Guadalajara para que, desde esta ciudad, continuara hasta Burgos, donde debía establecer la Corte. Sería protegida por el general Amézaga que se posicionó en Somosierra con sus tropas; mientras, Felipe V y su ejército se replegaban a Jadraque y Atienza. Allí, una vez cumplida la misión, Amézaga se unió al rey. El 2 de julio, Las Minas hizo proclamar rey de España al archiduque en Madrid con el nombre de Carlos III, sin la presencia de este último y ante la indiferencia, cuando no hostilidad, de los madrileños.

Marqués de las Minas, comandante jefe del ejército anglo-portugués en 1704

La situación del bando Borbón empeoraría todavía más, pues el conde de Santa Cruz, al mando de la escuadra que debía socorrer Orán, cercada por los argelinos, se sublevó en Cartagena a favor del archiduque y se unió a la escuadra británica. En consecuencia, además de perderse la plaza norteafricana, las provincias de Murcia y Alicante con sus capitales pasarían al dominio del bando austracista.

En vista de la situación tan ventajosa, el archiduque iniciaría el 23 de junio su marcha hacia Madrid desde Barcelona. Sin embargo, enterado de que Aragón tomaba partido por él, decidió entrar en Zaragoza. Allí llegaría el día 15 de julio, siendo recibido entusiásticamente. Muy agasajado, se entretuvo en la capital aragonesa nada menos que nueve días, dando tiempo a que Madrid y Toledo se pronunciaran de nuevo por Felipe V. Lo pudieron hacer porque Las Minas y Galway se habían desplazado hacia la frontera valenciana con sus fuerzas, pues tenían cortadas las comunicaciones con Portugal y su avituallamiento se hizo imposible por la pertinaz hostilidad de la región castellana; numerosas partidas de guerrilleros y paisanos armados habían invertido la situación y controlaban las comunicaciones desde Salamanca hasta Cáceres; además, Segovia y Ávila continuaban en rebeldía contra el archiduque.

Sin el apoyo del archiduque Carlos, el ejército anglo-portugués sería constantemente hostilizado en su retirada hacia Levante por las unidades franco-españolas bajo el mando del duque de Berwick (Jacques Fitz-James Stuar, hijo ilegítimo de Jacobo II de Inglaterra) hasta su entrada en la región valenciana. Con todo y desde Guadalajara, Carlos III llevaría a cabo un intento de ocupar Toledo. Pero, con la disculpa de que la reina Mariana de Neoburgo, esposa de Carlos II de España, había sido llevada a Bayona, prefirió dirigirse a Valencia; sería perseguido hasta Uclés por el propio Felipe V.

Duque de Berwick comandante en jefe del ejército franco-español en 1707. Anónimo conservado en el Palacio de Liria (Madrid)

La indecisión del archiduque y la fidelidad de Andalucía, ambas Castillas, Galicia, el norte español y Navarra, habían permitido la reacción del bando borbónico. Felipe V entraría en Madrid el 10 de octubre y saldría enseguida hacia Segovia para recoger a la reina María Luisa. Volvieron ambos a la capital el 27, donde fueron acogidos y aclamados entusiásticamente por el pueblo madrileño. La situación se había restablecido, pero Carlos III se mantenía firme en Cataluña, Aragón, Valencia y Mallorca.

En noviembre, Bañeres sería incendiada por unidades portuguesas, pero resistiría el castillo hasta el 3 de abril de 1707, día en que fue levantado el cerco, a pocos días de la batalla de Almansa. Mientras, Berwick, desde Albacete, ocupaba Orihuela el 18 de noviembre, Elche el 21 de noviembre y entraba en Cartagena al día siguiente; la región murciana había sido recuperada. El mariscal marcharía a Madrid en diciembre para informar a Felipe V. Con todo, Elche, tan próxima a Alicante, sería ocupada de nuevo por el Ejército Aliado el 9 de febrero de 1707.

Mapa de situación con las poblaciones que se citan en el texto. (Atlas gráfico de Murcia. Aguilar. Madrid 1979)

La situación de las unidades del ejército borbón en Albacete y Murcia era lamentable y Berwick sólo podía mantenerse a la defensiva. La prioridad era conservar Cartagena, Murcia y Orihuela. Carlos III no valoró adecuadamente la situación de penuria extrema en vestuario, caballos y medios de su enemigo y acabaría por abandonar Elda y Novelda. Desde luego podría haber puesto en serio aprieto a las unidades de Berwick. Primó, por el contrario, la necesidad de dispersar las unidades con el fin de que pudieran abastecerse y de recuperar las innumerables bajas producidas por enfermedad entre los soldados, especialmente entre los ingleses y holandeses.

A principios de 1707 y después de las derrotas del ejército francés en Ramillies (Flandes) el 23 de mayo del año anterior y el fracaso del cerco de Turín, desde el 14 de mayo al 7 de septiembre del mismo año, la posición internacional de Felipe V, a causa de las dudas de Luis XIV por el agotamiento de su nación, era crítica; hasta el Papa Clemente XI reconocería al archiduque Carlos como rey de España. Pero la gran vitoria de Almansa en abril de 1707 restablecería la situación a favor Felipe V y le permitiría afianzarse de nuevo en el trono español. No sería el último vaivén de la guerra en España.

2.- LA EVOLUCIÓN TACTICA DE LA MANIOBRA Y LA TÉCNICA DEL ARMAMENTO

Almansa es una batalla importante en la que se aplicaron nuevos métodos tácticos por primera vez en España; fueron implantados como consecuencia del empleo del fusil de llave de chispa, cuya fabricación fue técnicamente mejorando y, por ello, utilizados hasta fin de siglo.

El ejército español había sido recién y radicalmente reformado, pues el heredado por Felipe V de Carlos II todavía estaba basado en los fundamentos establecidos por el Gran Capitán. Efectivamente, la Infantería de los Austrias, articulada en tercios de 12 y 15 compañías, actuaba por medios de gruesos escuadrones de piqueros. Los de las filas y líneas exteriores completos; es decir, con coseletes protectores; los situados en el interior, las picas secas, sin protección. Estas formaciones compactas se cubrían con mangas de mosqueteros y arcabuceros. Estos soldados de Infantería estaban dotados de las armas de este mismo nombre y cuyo mecanismo de disparo era la llave de mecha o serpentín. Su alcance efectivo apenas llegaba a los 70 metros y la puntería de los tiradores resultaba muy deficiente, por lo que tenían que disparar a bocajarro. Además, disponían de espada y bayoneta primitiva, que se introducía en el cañón del arcabuz y no permitía disparar.

Con respecto a la Caballería, de la que muchas de sus unidades eran extranjeras, estaba articulada en trozos de ocho compañías e integrada fundamentalmente por coraceros, herederos de los reitres alemanes. Dotados de arcabuz corto (largo para los Dragones) con llave de rueda y espada larga y ancha de dos filos, atacaban primero a la Caballería enemiga y, una vez derrotada esta, a los gruesos cuadros de Infantería. Lo ejecutaban al aire de trote para disparar muy próximos a la formación contraria y, por caracolas, volver a retaguardia con el fin de cargar sus armas. Repetían esta acción hasta conseguir clarear las filas e hileras de los piqueros, momento en que realizaban la carga al galope con su espada. En estas condiciones era muy difícil lograr la sorpresa y, con una movilidad todavía escasa, a pesar de la disminución de las protecciones que componían las corazas, su protagonismo era muy limitado en la batalla.

El despliegue táctico se mantenía con la Infantería en el centro y la Caballería en los costados; ambas Armas en dos o tres líneas y cada una con un amplio fondo, formado al menos por 6 a 8 filas. Este sistema había dado origen a una táctica eminentemente defensiva, con predominio de la Infantería, que proporcionó a España numerosas victorias.

Desde principios del siglo XVII, las innovaciones introducidas por Gustavo Adolfo de Suecia, no seguidas por los ejércitos españoles, serían la causa de varias de nuestras derrotas en el norte de Europa, que aceleraron nuestra decadencia al final del siglo. Según Marselli (1), Gustavo Adolfo, rey sueco, fue el primer capitán que supo fusionar la movilidad con el choque. Sus líneas se constituían con brigadas, medias brigadas y un cuarto de brigadas, formados en dos líneas que podían tener dos escalones, en los que se combinaban las unidades de piqueros y mosqueteros, y una reserva.

NOTA 1.- Marselli, N.: Manual de instrucción de Caballería. Vinuesa. Madrid, 1861.

La Caballería integrada en las brigadas servía de enlace y protección y la independiente se situaba en las alas, en reserva o retaguardia. Esta disposición de combate aprovechaba mejor el terreno y facilitaba la mutua protección de la Infantería y la Caballería (incluidos los Dragones a partir de 1630); también se protegía más fácilmente con estas formaciones las baterías de la Artillería, tanto las situadas a vanguardia como las regimentales, colocadas en posición dentro de los intervalos de la primera línea. Cesaba así la limitación de la maniobra a movimientos de avance o retroceso, pero todavía se mantuvo un sistema de combate simétrico, oponiendo a cada Arma su homóloga. La facilidad de los escalones para reforzarse sucesivamente unos a otros, permitían realizar varios ataques seguidos, facultad que dio una gran superioridad al ejército sueco. Además, Gustavo Adolfo procuraba mantener reservas importantes de Caballería, disposición que le permitirá decidir la batalla con su empleo oportuno en numerosas ocasiones.

No obstante, y en España, durante el reinado de Carlos II, se comenzó a realizar tímidamente alguna reforma en las unidades del ejército español durante el último tercio del siglo. Se aumentaron las unidades de la nueva Arma, los Dragones, para actuar como alternativa de la Infantería y la Caballería y en 1685 (R.O. de 26 de abril) se crearían los granaderos de Infantería, dotados de arcabuces de llave de chispa española (miguelete).

En cuanto Felipe V accedió al trono español, comprendió que no tenía más remedio que reformar su ejército. Se encontraba en tan pésimo estado y tal era su abandono, que muchos autores afirman que partió de cero. La reforma comenzó en los Países Bajos con la Ordenanza de Flandes de 1701, publicada en Bruselas el 18 de diciembre con el fin de restablecer la disciplina, mediante normas jurídicas y penales muy severas que seguían el principio de su abuelo, Luis XIV, de: quien manda debe juzgar. Al año siguiente, se promulgó la segunda Ordenanza de Flandes (10 de abril) para efectuar una reorganización de las unidades y la reforma de sus mandos, así como la reglamentación de la primera uniformidad del ejército español. También se modificarían los cuerpos de la Casa Real y se comenzó a sustituir el armamento antiguo y a organizar nuevas unidades. Para ello, fue necesario recurrir a proveedores extranjeros, normalmente franceses, como Maximilien Titon y Guillaume Coulon; proporcionarían sables, espadas, fusiles, pistolas y uniformes.

En 1704 fueron promulgadas dos nuevas ordenanzas; en la de 28 de septiembre se señalaría, mediante una adición, los sueldos a la Infantería, Caballería y Dragones y se modificó la organización de estas Armas. Los tercios de Infantería serían convertidos en regimientos articulados al pie francés, tanto los españoles, como los de origen italiano y walón; en consecuencia, quedarían formados por 12 compañías, de las que una sería de granaderos, con un total de 600 infantes, cifra mucho menor que los 3.000 del tercio. La otra ordenanza estaba dirigida a dar normas de gestión y empleo de los cuerpos de la Casa Real (dos regimientos, uno de españoles y otro de walones).

Dos años después, otra nueva ordenanza articulaba los regimientos en dos batallones; el primero, al mando del coronel, que conservaba la jefatura de su propia compañía; al frente del segundo se destinaba al capitán más antiguo, a quién se le denominaría capitán-comandante, que tampoco perdía su compañía. El batallón se estableció como la unidad táctica fundamental y la compañía como unidad administrativa. Con respecto a la uniformidad, se ordenó que la casaca fuera blanca, color que se mantendría todo el siglo como distintivo de la Infantería española.

Al año siguiente, por R.O. del 28 de febrero de 1707, se darían nombres fijos a los regimientos, que ya no serían denominados por el nombre del coronel que los mandaba; este nuevo empleo había sustituido al de maestre de campo desde 1704.

En vísperas de la batalla de Almansa, había ya en la Península, entre los incorporados del exterior y de nueva creación, 64 regimientos. Al comienzo del siglo, la Infantería española había dejado, por tanto, su pica de 4,17 metros de larga, los mosquetes y sus protecciones defensivas, sustituidos a partir de 1702, primero, por arcabuces con llave de chispa de 10 a 12 balas en libra y, al año siguiente, por fusiles de calibre 17,5 mm y cañón construido mediante forja y barrenado posterior. A este último, se le aplicaba una bayoneta de cubo, que no impedía disparar una vez calada la citada arma blanca sobre la boca del cañón del fusil. Algunos tiradores selectos recibirían fusiles con el ánima rayada para ser más precisos y lograr batir objetivos prioritarios.

Con respecto a la Caballería, al llegar Felipe V, el Arma contaba en España con 10 trozos y los Dragones con tres; en Flandes, con 5 y 3 respectivamente; y en Lombardía, con 3 y 1. En total, 18 de Caballería y 7 de Dragones. El Gobernador General de los Países Bajos articuló los trozos de Caballería de la zona en 4 escuadrones de 4 compañías, por lo que es de suponer que, a semejanza de la Infantería, el escuadrón sería la unidad táctica fundamental y la compañía se mantendría como unidad administrativa. La ordenanza de 1702 reduciría el escuadrón a tres compañías, mientras que los trozos podrían tener 3 o 4 escuadrones.

Hasta 1704, se habían creado 10 trozos más de Caballería y 4 de Dragones. Con la ordenanza de ese año, y al tiempo que la Infantería, los trozos se transformarían en regimientos de 12 compañías, tanto de Caballería como de Dragones. La Caballería, en 1.702, sería dotada de un mosquete de llave de chispa de 10 a 12 balas en libra, que sustituía al arcabuz corto de llave de rueda; los Dragones de un arcabuz vizcaíno del mismo calibre. La Caballería recibiría también un sable semicurvo para que lo pudiera terciar, como diría posteriormente el coronel de Dragones Ramírez Arellano, en sustitución de la espada larga de dos filos; no tendría ya más remedio que olvidarse de la carga al trote con arma de fuego; igualmente de la coraza, para adquirir mayor movilidad y velocidad y ser capaz de sorprender al enemigo con acciones mucho más rápidas e imprevistas.

En 1703, la Caballería sustituyó el mosquete por una carabina de 14 balas en libra y los Dragones serían dotados, al año siguiente, de un fusil como el de la Infantería. La Caballería, por ser considerada primer cuerpo llevaría, igual que la Infantería, uniforme blanco desde 1706, pero sus regimientos no recibirían nombres fijos hasta 1718. Se ordenó que los Dragones utilizaran casaca verde, pero hay dudas de que se generalizara el uso de ese color, pues inmediatamente serían dotados de casacas amarillas.

Según Gómez Ruiz y Alonso Juanola (2), antes de la batalla de Almansa, la Caballería contaba con 48 regimientos (30 en la Península, 13 en Flandes y 5 en Italia); y 17 de Dragones (9 en España, 4 en Flandes y 4 en Italia).

NOTA 2.- Ramírez Arellano, G: Instrucción metódica y elemental para la táctica, manejo y disciplina de la Caballería y Dragones. Marín. 1974.

El fusil de llave de chispa no aumentó apenas la velocidad de tiro, generalmente tres disparos por minuto, pero permitía a los soldados de a pie disparar próximos unos a otros y, mediante una instrucción individual suficiente, efectuar el fuego por fracciones de pequeñas unidades; es decir, por sextos, cuartos, tercios, o mitades de filas o por pelotones. Se lograba así una continuidad y densidad en el tiro que, efectuado con el ritmo necesario, producía ventajas decisivas en los enfrentamientos directos entre las unidades; por supuesto, a las que fueran capaces de ejecutarlo sin solución de continuidad, por estar debidamente adiestradas. El marqués de Santa Cruz de Marcenado (3) escribió en 1707 que:

"si se mantienen cerrados en orden (los infantes) y no se deshacen a un tiempo de todos sus fuegos, es casi imposible que la Caballería les dañe".

y añadía:

"se experimentará inútil el esfuerzo de la Caballería contra batallones cerrados".

NOTA 3.- Santa Cruz de Marcenado, marqués de: Reflexiones Militares. Revista Científica Militar. Barcelona 1885.

En Almansa no se cumplió exactamente esta aseveración y el Arma volvió a recuperar su protagonismo. De todas formas, el conde de Montemar (4) y el marqués de la Mina (5), eminentes generales de Caballería, preconizaban que los jinetes debían marchar al ataque al galope, sable en mano y en buen orden y dejar la carabina y las pistolas para perseguir a los que se replegasen, buscando en la movilidad y velocidad la protección y la efectividad. Con todo, unos años más tarde, les sería casi imposible romper los cuadros de Infantería sin el apoyo del fuego artillero.

NOTA 4.- Montemar, conde de: Avisos militares sobre el servicio de la Caballería y Dragones. Palermo, 1718.

NOTA 5.- Mina, marqués de: Memorias militares. Fortanet. Madrid, 1898.

Dragón y jinete de caballería de línea. Biblioteca Nacional

En la Península, y como hemos advertido al principio de este apartado, Almansa fue la primera gran batalla en la que se generaría el uso del sistema de fuego, llamado de platoom firing por los ingleses, novedad técnica del empleo de fusil que iniciaron los holandeses. De tremendos efectos, determinaría la táctica a seguir hasta el desarrollo de la Artillería.

3.- MOVIMIENTOS PREVIOS DE AMBOS EJÉRCITOS

3.1.- EJÉRCITO ALIADO ( AUSTRACISTA)

Cerca de 10.000 soldados y 2.000 caballos, bajo al mando de Rivers y como refuerzo del Ejército Aliado, desembarcaron en Alicante el 8 de febrero de 1707; otras informaciones rebajaban estas cantidades, pero todas indicaban que llegaron en muy malas condiciones; habían salido de Torbay (Inglaterra) y realizado escalas en Lisboa y Gibraltar. También como refuerzo, otras unidades de los austracistas fueron desplazadas a Valencia desde Cataluña y Aragón.

Las Mina y Galwey se reunieron en consejo de guerra en Valencia el 21 de febrero con presencia del archiduque Carlos, que estuvo en la capital del Turia hasta el 9 de marzo. Aunque tenían información de que el enemigo estaba disperso en las provincias de Albacete y Murcia, acordaron realizar solo un ataque de diversión contra Orihuela e iniciar inmediatamente una marcha hacia Aragón con el fin de impedir que Felipe V pudiera recibir refuerzos a través de Navarra. Una vez consolidada la situación, sería el momento oportuno de volver hacia Madrid. Consideraron que Felipe V no tendría más remedio que abandonar España si ocupaban la capital de nuevo. Fue elegido dicho plan porque penetrar en Castilla desde el sureste, detrás del Ejército De Las Dos Coronas, que agotaría los abastecimientos en su retroceso y tener además que cruzar el Tajo, sería una maniobra mucho más complicada de ejecutar.

El 16 de febrero el Ejército Aliado ocupó Jijona, abandonada por el enemigo, y progresó hacia Ibi y Castalla. El 25 se ocupó Novelda y Elda sin encontrar resistencia; el 9 del siguiente mes, las unidades inglesas terminarían por acampar en Castalla y Onil, bajo el mando del teniente general Thomas Erle, y las holandesas en Ibi y Tibi, a cargo del brigadier L'Islemareis.

Avance de las unidades anglo-holandesas en febrero de 1707 (atlas gráfico de Murcia. Aguilar. Madrid, 1979)

No se entiende bien que tanto Las Minas como Galway dieran por terminada la acción de diversión proyectada contra Orihuela y que abandonaran además Elda y Novelda. Pudo ser debido a que la enfermedad estaba haciendo estragos entre sus soldados, pero Berwick no estaba, ni mucho menos, en condiciones de hacerles frente. Perdieron así una gran oportunidad de derrotar a las unidades enemigas dispersas por la zona y extender por la Mancha e incluso Andalucía el territorio dominado por el archiduque Carlos.

Situación de las unidades británicas, holandesas y portuguesas

A finales de marzo, Galwey se incorporaría a Castalla y Las Minas, el 1 de abril, a Carcagente para reunir allí a su Caballería, acción que terminaría de ejecutar tres días después. El día 5 los anglo-holandeses estaban acampados en la ermita de Polop, en las proximidades del kilómetro 11 de la carretera de Alcoy a Bañeres, cuyo castillo había visto levantar el asedio austracista hacía dos días; mientras, las unidades portuguesas se habían concentrado el día 7 en las proximidades de Onteniente.

Recibida la noticia de que el Ejército de Felipe V iba a recibir el refuerzo de 8.000 soldados a través del Pirineo Navarro, teniendo en cuenta la necesidad de abastecerse y que el enemigo continuaba disperso en su zona, decidieron presentar batalla. Se tomó esta decisión en el consejo de guerra celebrado en las proximidades de Fuente la Higuera el 10 de abril, a pesar del voto negativo de quien lo había convocado (Las Minas), y en sentido contrario a lo acordado en Valencia.

El 11 de abril, todo el Ejército Aliado progresaba en tres columnas hacia Caudete, donde pernoctó. Al día siguiente, siguió su marcha hacia Yecla, donde forzó la retirada de las unidades de Caballería de D'Asfield. La ciudad sería saqueada, lo que produjo gran consternación y preocupación en Murcia, que temían que los aliados ocuparan su ciudad o se dirigieran hacia Andalucía. Los austracistas encontraron forraje para los caballos, pero no mucho más, pues los vecinos habían abandonado la población y estaban dispersados por la comarca con todo lo que tenían de más valor.

Movimientos de los ejércitos contendientes previos a la batalla. (Atlas de Murcia. Aguilar. Madrid 1979).

En la noche del 13 al 14 los aliados se dirigieron hacia Montealegre formados en cuatro columnas y con toda su Caballería a vanguardia. Por escasamente dos horas no sorprendieron allí a Berwick. Montealegre fue igualmente saqueada, aunque estaba también despoblada. Encontraron maíz y forraje, vicisitud que a Las Minas le permitió presumir de abastecerse a costa del enemigo. Pero inexplicablemente se volvieron hacia Yecla, a una distancia de algo más de 30 Kilómetros, donde llegaron en la tarde de ese mismo día. El día 17 se presentaron en Villena y exigieron su rendición, pero el capitán Grossetête, a cargo de su protección y con escasamente 150 hombres más cuatro piezas pequeñas de artillería, se negó. Asaltada de noche la población por unidades portuguesas, sería también saqueada con sus vecinos refugiados en las Iglesias y conventos, que los portugueses respetaron, pero el castillo, donde se refugió el citado capitán, resistió.

Del 17 al 23 de abril la fortaleza sería bombardeado por 6 cañones de pequeño calibre hasta agotar sus municiones, sin que los proyectiles hicieran efecto de importancia en las murallas. Una mina, que había sido excavada y explotada el día 22, tampoco conseguiría abrir brecha. La información recibida de dos desertores franceses de una próxima llegada del duque de Orleans con el refuerzo anunciado en dos o tres días, les hizo levantar el cerco y continuar en busca del Ejército De Las Dos Coronas. De nuevo habían perdido tiempo, pues Berwick estaba ya acampado al oeste de Almansa con casi todas sus fuerzas y dispuesto a enfrentarse al enemigo.

3.2.- EL EJÉRCITO DE FELIPE V (EJÉRCITO BORBÓNICO O DE LAS DOS CORONAS).

Desde principios del año 1707, las unidades de Berwick desplegadas en Guadalajara, Cuenca, Albacete y Murcia tenían la misión de impedir la propagación de la rebelión a favor del archiduque Carlos desde las regiones valenciana y aragonesa, así como tener fijado al ejército austracista. El mariscal estaba entonces en Madrid para informar al rey Felipe V del resultado de una inspección llevada a cabo en la frontera de Aragón y de la mala situación de sus unidades; estaban faltas del vestuario adecuado, de abastecimientos e incluso de soldados. Efectivamente había tenido que suprimir cuatro regimientos de Infantería españoles para completar otros; además, había dejado que determinado personal español volviera a sus regiones de origen a reclutar soldados para cubrir sus plantillas y todavía no habían regresado. Sólo disponía entonces de nueve regimientos de Infantería y cinco de Caballería en la zona y no completos. La Caballería francesa había tenido que retirarse a Cuenca y Guadalajara para reponer sus caballos y abastecerse; la Infantería de esta misma nacionalidad estaba también dispersa en los límites del Reino de Valencia con la Mancha. Incluso el regimiento de Caballería Real, los Guardias de Corps, se encontraba en Madrid. No había más fuerzas, salvo una pequeña guarnición en Extremadura y algunas unidades en Andalucía y Galicia.

El 13 de febrero, todavía en la capital de España, el mariscal recibiría dos noticias inquietantes. La primera, comunicada por el teniente general Hessy, se refería a la recuperación de Elche por el Ejército Aliado el 9 de febrero y la segunda, proporcionada por el teniente general D'Asfeld, del desembarco de tropas en Alicante efectuado el día anterior. Ambas, unidas a la de que varios regimientos habían llegado a Valencia desde Aragón y Cataluña, le anunciaban nuevas operaciones del enemigo en la zona; desde luego, ambos comunicados causaron inevitablemente gran alarma en la Corte.

De todas formas, Berwick estaba bien informado de la primera intención del enemigo. Según Sánchez Martín (6), disponía de un competente espía que le informaba oportunamente de las decisiones que se tomaban en los consejos de guerra aliados.

NOTA 6.- Precisos y bien documentados artículos de Sánchez Martín, Juan L.: Almansa, 1707: las lises de la corona. Trabajo publicado en las revistas Dragona y Researching&Dragona que puede verse en la Biblioteca Virtual de Defensa.

Este preciso investigador sospecha del V conde de la Atalaya, portugués que mandó la segunda línea del ala derecha aliada en la batalla de Almansa. Pero no se atreve a certificarlo, aunque por una carta de Berwick (que reproduce), parece tener razón. Por tal motivo, al día siguiente de los comunicados de Hessy y D'Asfeld, Berwick escribiría por carta al ministro de la guerra de Luis XIV, informándole de que el Ejército Aliado, a pesar de su amago sobre Murcia, lo más probable es que pretendiera ir a Zaragoza desde el reino valenciano con el fin de volver posteriormente hacia Madrid. De todas formas y por si acaso el enemigo se decidía a progresar hacia Villena o Murcia, había ordenado adelantar su Infantería desde Albacete todo lo que pudiera; le anunciaba, además, que partiría hacia la zona el día 15 de febrero.

Al mariscal se le había anunciado en la Corte del refuerzo de 8.000 hombres; el duque de Orleáns, tío de Felipe V, los traía desde Lombardía y El Piamonte. También que el duque, que había estado al frente del Ejército francés en Italia, le iba sustituir en el mando del Ejército De Las Dos Coronas. No duraría mucho en este cargo, pues, al año siguiente, sería depuesto por las intrigas de la princesa de los Ursinos y embajador francés Amelot. Es posible que al mariscal se le pidiera, además, que no abriera campaña para no arriesgar temerariamente la corona de su rey.

Berwick llegó a Yecla el día 23 de febrero y allí estableció su cuartel general. Ya había mandado organizar varios depósitos en diversos pueblos de las provincias de Albacete y Murcia, como los de Montealegre, Villena, Caudete y del mismo Yecla, pues era la única forma de poder pasar el resto del invierno. La ocupación de Novelda y Elda por el enemigo los días 25 y 26 de febrero le obligaron a reforzar la guarnición de Orihuela con unidades de Caballería e Infantería al mando del teniente general D'Asfeld.

A finales de marzo, Berwick supo que Galway estaba acampado en Játiva reuniendo allí sus unidades, pero no parecía que se dispusiera a iniciar la marcha hacia Aragón. A principios del mes siguiente, proyectó varias patrullas con el fin de efectuar reconocimientos más allá de Yecla, Villena y Fuente la Higuera. Gracias a estas acciones, pudo conocer a tiempo la reunión del Ejército Aliado con la intención de presentar batalla. Ordenó entonces que no se intentara hacer frente al enemigo, ni que se defendieran los depósitos. Sólo hizo la excepción en Villena; su guarnición debía defender el castillo. El 11 de abril, informado de que el enemigo había levantado el asedio de la citada fortificación y se aproximaba a Caudete, retiró su cuartel general a Montealegre, pero dejó a D'Asfeld en Yecla con 32 escuadrones para proteger los abastecimientos que pudiera recibir desde Murcia y mantener la comunicación con la citada ciudad. A las unidades de Infantería reunidas en Chinchilla les ordenó que se dirigieran a Pétrola.

Después de abandonar Yecla, D'Asfeld presumió de haber efectuado su retirada sin una sola baja, pero los cuatro escuadrones del regimiento Pozoblanco (mandado por el duque de Pópuli) tuvieron que emplearse a fondo para proteger su retaguardia. Sufrieron bajas, pero es tanta la diferencia entre los distintos relatores, de 9 a 80, que es imposible optar por una cifra.

El obispo de Cartagena, Luis Belluga, escribió entonces a José de Grimaldo y Gutiérrez de Solórzano a cargo de la Secretaría del Despacho de Guerra y Hacienda de Felipe V para quejarse amargamente de la retirada del mariscal; advertía de los perjuicios que podían derivarse de tal acción, pero Berwick resistiría la presión y no se precipitó. En la madrugada del día 14, D'Asfeld pudo advertir a Berwick de que se aproximaban los aliados, por lo que dio la orden de levantar el campamento y organizar la retirada hacia Pétrola, encargando a D'Asfeld del mando de la retaguardia. Llegó al citado pueblo a media mañana y allí se encontró con su Infantería, que había llegado desde Chinchilla, lo cual le llenó de satisfacción. Tres días después se presentarían los Guardias de Corps y un Batallón de las Guardias Reales.

El 18 recibió la noticia de que el duque de Orleans no había llegado a Madrid, por lo que difícilmente podría llegar a tiempo a Almansa antes de la batalla que los aliados intentaban provocar.

Berwick comprendió que la única población de la zona todavía con posibilidades de abastecer a su Ejército era Almansa y se ratificó en su idea de enfrentarse allí contra los aliados, pues ya estaba en condiciones de hacerlo con éxito. Al corregidor del pueblo le anunció su próxima llegada para que tuviera dispuesto el hospedaje, el pan, que ya le había pedido días atrás, la leña y la alimentación necesaria. El 23 de abril, sábado, Berwick con su ejército estaba ya acampado al oeste de Almansa. Al día siguiente, ordenó ejecutar una acción de castigo en Ayora, ocupada por migueletes austracistas y situada a 22 kilómetros al norte. Mandaba la columna de castigo el conde de Pinto y estaba formada por 2.000 infantes y 500 jinetes. Realizada una brecha importante en sus defensas, recibiría la orden de retroceder inmediatamente, pues el enemigo había desistido de conquistar el castillo de Villena y había llegado a Caudete; Las Minas y Galway habían adelantado su campo con la intención de dar batalla. Pero Pinto no obedecería y entró en Ayora a la que incendió. De todas formas, consiguió estar de vuelta en la misma mañana del 25 de abril. Es posible que su incorporación al despliegue que estaba realizando Berwick hiciera suponer a algunos de los aliados que el refuerzo anunciado había llegado oportunamente. Sin embargo, el duque estaba todavía en Madrid el 18 y aunque se empeñó en salir hacia Albacete tres días después (jueves santo), ni él ni sus refuerzos llegarían a tiempo. Las unidades franco-españolas, articuladas en dos columnas, una rodeando el castillo de Almansa y la otra atravesando la ciudad, se dispusieron entonces a posicionarse al este de Almansa y de norte a sur.

Movimientos de ambos ejércitos del 23 al 25 de abril (Mapa militar escala 1/100.000)

                                         Castillo de Almansa. Fotografía realizada por el autor desde el aula de interpretación de la batalla

Torre Enrique, hoy Torre Grande, zona donde se hizo el recuento de los soldados del Ejército Aliado

4.- LOS DESPLIEGUES

4.1.- DESPLIEGUE DEL EJÉRCITO ALIADO (EJÉRCITO AUSTRACISTA).

Media hora antes del mediodía, escuadrones de la Caballería portuguesa coronaban el cerro de las Cabezuelas; a continuación, lo harían los batallones de la Infantería de la misma nacionalidad; tenían que intercalarse con los jinetes en el ala derecha del despliegue aliado; parecían marchar hacia el norte y esto produjo gran inquietud en los mandos de las unidades de Infantería borbónica de la izquierda del centro. A las 12,30, era la Caballería inglesa la que bajaba a la llanura, seguida del resto de las unidades de Infantería; después de 6 horas de dura marcha, los infantes no habían tenido más remedio que detenerse para descansar en el citado cerro.

Galway se encontraba en las Cabezuelas desde 10,00 horas y observaba los movimientos del Ejército De Las Dos Coronas. Debió creer que el enemigo recogía su campamento, impedimenta y bagajes para retirarse; por tal motivo, ordenó a sus unidades que aceleraran la marcha y desplegaran con urgencia para obligar al ejército enemigo a dar batalla. Con marcada reticencia del teniente general Thomas Erle, jefe de la primera línea del centro austracista; fue entonces cuando las unidades de Infantería interrumpieron su descanso y bajaron a formar las dos líneas en el llano del Romeral.

Panorámica desde el cerro del Montizón (foto del autor).

Este despliegue sería observado por el Ejército De Las Dos Coronas a partir de la primera hora de la tarde. Al son de los timbales, cajas y trompetas, iniciaron la marcha hacia el enemigo; era un grandioso y colorido espectáculo que no tendría nada que ver con el horroroso escenario que se ofrecerá al término de la batalla sobre los llanos de Carasoles. Hacia las 13,45, se detuvieron a 1.600 metros de la formación enemiga, entre las alturas de El Pino y Canto Blanco (cerca del kilómetro 363 del ferrocarril de Chinchilla a Alicante).

Frente que abarcaba el despliegue del Ejército Aliado. Mapa militar 1/50.000

A partir del orden de batalla ("orbat") expuesto en uno de los artículos titulados Almanza, 1707: las lises de la corona de Sánchez Martín y publicados en la revista Researching&Dragona, del especificado al pie del óleo de Bonaventura Ligli, del expuesto en una ilustración del libro de Serrano Valdenebro (7),  y del "orbat" razonado presentado en una comunicación de Sánchez Martín, titulada Documento relevantes sobre la batalla de Almansa, se expone a continuación una síntesis de cual pudo ser el despliegue del Ejército Aliado.

A partir del orden de batalla ("orbat") expuesto en uno de los artículos titulados Almanza, 1707: las lises de la corona de Sánchez Martín y publicados en la revista Researching&Dragona; del "orbat" razonado de su comunicación: Documentos relevantes sobre la batalla de Almansa y de los datos expuestos al pie del óleo de Bonaventura Ligli; así como del "orbat" contenido en una ilustración del libro de Serrano Valdenebro (7), se expone a continuación una síntesis de cual pudo ser el despliegue del Ejército Aliado.

NOTA 7.- Serrano Valdenebro, J.: Discursos varios del Arte de la Guerra. Vda. de J. Ibarra. Madrid, 1976

De todas formas y como escribe Sánchez Martín, no hay seguridad de que resultara exactamente como se resume a continuación, pues era frecuente introducir variaciones durante el despliegue de los ejércitos. Teniendo en cuenta lo advertido, la disposición de las unidades austracistas en dos líneas, con fondo de dos filas, se expone como más probable la siguiente:

En el ala izquierda se integraron (siempre de derecha a izquierda) y en su primera línea: 8 escuadrones (regimientos Matta, Schlippenbach, Harvey y Van Drimborn), 2 batallones (regimiento Wade), 6 escuadrones (regimiento Killegrew) , 2 batallones (regimiento Steuart)  y 7 escuadrones (brigada Carpenter), siendo todas estas unidades inglesas y holandesas. Mandaba el ala izquierda y esta primera línea Lord Galway, asistido por el también teniente general C. O'Hara (Lord Tyrawley). En la segunda línea se situarían 4 escuadrones (regimiento Tras Os Montes), 2 batallones (regimiento Wade), 3 escuadrones (regimiento Fleitas), 2 batallones (regimiento Steuart) y 4 escuadrones (regimiento Minho); las unidades de Caballería eran portuguesas y las de Infantería inglesas. Por último, sobre Canto Blanco entraron en posición 7 cañones de pequeño calibre (4 libras), servidos por portugueses. El jefe de esta segunda línea era el portugués sargento mayor de batalla conde de la Atalaya. En total, 32 escuadrones y 8 batallones.

Despliegue de unidades que formaron el ala izquierda del Ejército Aliado

El centro tendría su primera línea integrada por 6 batallones portugueses encuadrados en las brigadas Cámara (3 batallones) y Ilha (3 batallones), 3 holandeses (brigada L´Isle-Mareis) y 4 ingleses (brigada Mc Carney). En segunda línea, 4 batallones portugueses (brigada Henríquez), 4 holandeses (8) (brigada Belcastel) y 4 ingleses (brigada Bretton). En total 25 batallones. Delante de la línea se colocaron 6 piezas de artillería portuguesa de calibre de 6 libras. Mandaba el centro y la primera línea el teniente general Thomas Erle, asistido por el teniente general holandés J.T. Friesheim y por el sargento mayor de batalla J. Pessanha de Castro. A cargo de la segunda estaba el general mayor C. Dohna-Schlodien, jefe de las unidades holandesas, y como segundo jefe el general mayor Z. Diederik Tengnagel. Queda la duda de considerar a la brigada portuguesa Henriques de la segunda línea con cuatro batallones en el centro o en el ala derecha; en este caso habría que contar 4 batallones menos.

NOTA 8: Algunas unidades inglesas y holandesas estaban formadas por hugonotes (franceses) que combatían al servicio de estas dos naciones

Despliegue de unidades que formaron el centro del Ejército Aliado

En el ala derecha formarían la mayoría de las unidades portuguesas. En la primera línea, se alinearon 7 escuadrones (brigada Norohna), 3 batallones (regimiento Silveira), 3 escuadrones (regimiento Moura), 2 batallones (regimiento Traz Os Montes) y 6 escuadrones (brigada Amaça). En la segunda línea: 4 escuadrones (regimiento Olivença y Castello), 2 batallones ( regimientos Viejo Almeida y Viejo Penamacor), 6 escuadrones (regimiento Beira), 2 batallones (regimientos Nuevo Penamacor y Nuevo Bragança) y 2 escuadrones (regimiento Da Corte Lisboa). En total, 28 escuadrones y 9 batallones. Además, 7 cañones de pequeño calibre (4 libras) se situaron a la derecha de la primera línea. El capitán general marqués Las Minas mandaba, además del Ejército Aliado, el ala derecha y su primera línea, ayudado por el maestre de campo general P. A. de Noronha, conde de Villaverde. Estaba al frente de la segunda línea el general de Caballería J. D. de Atayde.

Despliegue de unidades que formaron el ala derecha del Ejército Aliado

Las unidades tácticas fundamentales eran entonces el batallón en Infantería y el escuadrón en Caballería. Por ello, el resumen del orden de batalla está expuesto en base a estas unidades, de las que el Ejército aliado pudo presentar en el campo de batalla 46 y 64 respectivamente, más 2 compañías de Caballería; disponía también de 20 cañones servidos por portugueses. Sumaban entre infantes, jinetes y artilleros cerca de 14.000 hombres sin contar mandos y, como ya se ha advertido, sin la certeza de que estas cifras sean exactas. Es de destacar la intercalación de batallones entre los escuadrones de Caballería y Dragones en las alas con el fin de compensar su inferioridad en el número de jinetes de los austracistas. Esta disposición permitirá comprobar la eficacia de los fusiles con llave de chispa; su máxima efectividad llegará con y a partir de Federico II de Prusia.

Una hora más tarde, una vez almorzado y habiendo sido asistidos los jinetes e infantes por los capellanes, avanzaría el Ejército Aliado a enfrentarse con el Ejército de las Dos Coronas.

4.2.- DESPLIEGUE DEL EJÉRCITO DE LAS DOS CORONAS (EJÉRCITO BORBÓNICO)

Hacia las 09,00 de la mañana del día 25 de abril de 1707, Berwick supo que el Ejército aliado se aproximaba desde Caudete hacia los llanos de Almansa. Unos jinetes de una patrulla que había sido sorprendida por una compañía de húsares enemiga, seguramente en las cercanías del cerro del Chinchado, le trajeron la información, a pesar de haber perdido 25 hombres. Una hora más tarde, el conde de Pinto regresaría a Almansa, una vez efectuada su acción de castigo contra Ayora. Su columna había sido formada por jinetes de varias unidades y no hubo problemas para que volvieran a sus cuerpos de origen sin interrumpir sus movimientos.

Media hora antes del mediodía, los jinetes portugueses, vanguardia de las unidades que iban a formar el ala derecha del despliegue aliado, serían vistos en lo alto del cerro de las Cabezuelas. Berwick reunió entonces a sus generales para recibir sus propuestas y tomar después la decisión de corregir o no el despliegue adoptado. Le pidieron insistentemente que retrocediera para que, apoyados en Almansa, pudieran evitar el envolvimiento del lado izquierdo del centro. El mariscal se negó, pues era aún precipitado determinar la maniobra proyectada por el enemigo y no quería perder su ventajosa posición sobre el cerro del Montizón (o Motizón). De todas formas, aceptó fijar sobre el terreno los itinerarios que el ala derecha debía seguir en el caso de que el ataque enemigo fuera dirigido contra la izquierda, una vez realizada la supuesta maniobra envolvente.

Frente que abarcaba el despliegue del Ejército De Las Dos Coronas. Mapa militar 1/50.000

Pasadas las 12,00 horas, una fuerte columna enemiga de Caballería, seguida de otra de Infantería, se disponía a bajar a la llanura de Almansa desde el citado cerro. Los mandos borbónicos se alarmaron aún más e insistieron ante Berwick para que modificara el despliegue. Esta vez el mariscal cedió y ordenó bascular las dos líneas hacia atrás, sin perder la ocupación del Montizón. Según el entonces capitán Hawley, ayudante de Erle, estos movimientos confundieron a Galway, que observaba al Ejército De Las Dos Coronas en el cerro de las Cabezuelas desde las 10,00 horas y creyó que el enemigo se retiraba. Pero, como bien indica Sánchez Martín (9), difícilmente pudo observar a esas horas de la mañana esta rectificación del despliegue. Fue efectuado al mediodía por el enemigo y la conversación entre ambos debió realizarse unos 30 minutos más tarde de las diez. Galway se equivocó, seguramente por el envío hacia retaguardia del material del campamento levantado y de los carros con la impedimenta y bagajes que no se iban a utilizar en la batalla.

NOTA 9: Sánchez Martín, Juan L.: Almansa, 1707: las lises de la corona. Trabajo que pueden verse en la Biblioteca Virtual de Defensa.

Como en el caso del Ejército Aliado, se expone a continuación un resumen del despliegue del Ejército de Las Dos Coronas fundamentalmente a partir del descrito por Sánchez Martín (ya referenciado). La primera línea de la derecha borbónica se formó con 18 escuadrones de la Caballería española agrupados en 5 regimientos (Real de Asturias, Amézaga, Carrillo, Pozoblanco y Guardias de Corps nombrados de izquierda a derecha). En la segunda línea entraron en posición 16 escuadrones, tambien todos de la Caballería española integrados en 5 regimientos (Órdenes Viejo, Órdenes Nuevo, Úbeda y Baeza, Armendáriz y la Reina en el extremo situado más a la derecha del despliegue). El teniente general Restayno Cantelmo, duque de Pópoli, mandaba la primera línea auxiliado por el mariscal de campo marqués de Silly. De la segunda línea se hizo cargo el teniente general marqués D'Asfeld, con el mariscal de campo La Croix como segundo jefe.

Despliegue de las unidades que formaron el ala derecha del Ejército de Las Dos Coronas

En la derecha del centro entraron en posición los 3 o 2 (10) batallones de las Guardias Españolas y otros 3 o 2 (10) de la Guardia Walona que integraban la brigada Glymes de guardias reales. A continuación se situaron 8 batallones de Infantería española encuadrados en las brigadas Charny (4 batallones) y Castillo (otros 4) ; seguía la línea la Infantería francesa, con 15 batallones encuadrados en las brigadas Mailli, La Couronne y Sillery (5 batallones en cada una de ellas); en total 29 o 27 (10) batallones en la primera línea. Mandaban esta línea los tenientes generales Carlos D'Espalungue de la Badie y Carlos de San Gil y La Justicia. La segunda línea estaba formada por un total de 23 batallones, 15 franceses agrupados en 3 brigadas (Le Sarre, Médoc y Maine) y 8 españoles encuadrados en 2 brigadas (Chaves y Dávila); estas dos últimas intercaladas con las francesas, disposición diferente a la primera línea. Al frente de esta línea estaba el teniente general Hessy, auxiliado por los mariscales de campo marqués de la Vere y Pons de Mendoza.

NOTA 10: La documentación consultada ofrece dudas sobre el número de batallones que componían esas unidades

Despliegue de unidades que formaron el centro del Ejército de Las Dos Coronas

En el ala izquierda, la primera línea estaba compuesta por 23 escuadrones, 10 de ellos españoles encuadrados en los regimientos Rosellón Viejo (3 escuadrones), Sevilla viejo (4 escuadrones) y Blasco (3 escuadrones). Los 13 restantes pertenecían a los regimientos franceses de Vignau (2 escuadrones), Villiers (2 escuadrones), Berry (3 escuadrones) Courtebonne (3 escuadrones) y Bouville (3 escuadrones). Esta primera línea estaba al mando del teniente general marqués de D'Avaray, con la ayuda del mariscal de campo Gutiérrez de Medinilla. Formaban la segunda línea otros 12 escuadrones, 6 de ellos franceses encuadrados en los regimientos Germinon, Pelleport y Parabere (cada uno con 2 escuadrones) y ocupaban el extremo izquierdo del despliegue. Los otros 6 eran de la Caballería española y pertenecían a los regimientos Milán y Granada Nuevo (3 escuadrones cada uno). El jefe de esta segunda línea era el teniente general duque de Havré, que contaba en principio con el maestre de campo conde de Mahony como segundo, pero este último pasaría con su regimiento y el de Cereceda a la reserva. En total, el ala izquierda contó con 35 escuadrones.

Detrás de la segunda línea del ala izquierda y próximo al centro, el mariscal situó los 7 escuadrones de reserva (4 escuadrones del regimiento Rosellón Nuevo y 3 del Regimiento Mahony); a esta reserva se añadirían los 3 escuadrones del regimiento Granada Viejo, incorporado a última hora.

Despliegue de las unidades que formaron el ala izquierda del Ejército De Las Dos Coronas

La Artillería, integrada por cañones de pequeño calibre (de 4 y 6 libras), entró en posición de la siguiente forma: en el ala derecha y en alto del Montizón, 5 piezas y otras 4 al norte de dicho cerro y en el llano; delante del centro y protegidas por la rambla del Sugel, 6 piezas más; en el ala izquierda y al sur de la Atalaya, 4 piezas y, finalmente, sobre el citado vértice otras 5.

Orden de batalla de ambos ejércitos; grabado de T. López Esguíndanos. (Serrano Valdenebro, J.: Discursos varios del Arte de la Guerra)

En consecuencia, Berwick pudo presentar 50 batallones (o 52 si las Guardias Reales fueran de 3 batallones cada una), 79 escuadrones (o 76, si se consideran los regimientos de guardias de Corps y el Pozoblanco a 3 escuadrones, pues había tenido previamente muchas bajas) y 24 cañones, lo que suponía 8 o 10 batallones, 16 o 19 escuadrones y 4 cañones más que los austracistas. Aunque no se puede asegurar que estas cifras sean ciertas, resulta evidente la superioridad de fuerzas del Ejército De Las Dos Coronas, especialmente en Caballería y Dragones, lo que le proporcionaba al mariscal una gran ventaja, además de la que suponía el haber elegido el terreno. Al comprobar que el Ejército Aliado avanzaba desplegado en las dos líneas directamente hacia el suyo, de nuevo ordenó volver al despliegue inicial, lo que se haría con cierto desorden.

Despliegue inicial de ambos ejércitos. Mapa militar escala 1/50.000

5.- EL ENFRENTAMIENTO EN EL ALA SUR DE LOS DESPLIEGUES DE AMBOS EJÉRCITOS

El comienzo de la batalla fue escalonado; sin embargo, el combate fue simultáneo la mayor parte de tiempo, tanto en las alas como en el centro de los despliegues de ambos ejércitos. A pesar de este desarrollo de la batalla, he articulado la descripción de la misma por partes. Comienzo por el ala sur hasta la derrota de las unidades del Ejército Aliado desplegadas en ese flanco, porque fue en el que se inició y resolvió primero a favor del Ejército De Las Dos Coronas. Con ello, sólo pretendo facilitar la comprensión del lector.

Óleo de Buenaventura Lighi con diseño de Philippo Pallota (1709) de la Batalla de Almansa, perteneciente al Museo del Prado y depositado en el palacio de Benicarló (Valencia) desde 1984.

Baso mi exposición en el espectacular óleo que Philippo Pallota diseñó y que Bonaventura Ligli pintó. Tardaron dos años en realizar este encargo del propio Felipe V. Actualmente el cuadro se encuentra en el palacio de Benicarló de Valencia y es un depósito del Museo del Prado.El que lo proyectó era ingeniero militar y estuvo presente en la batalla. Con todo, al comenzar su tarea nada más terminada la batalla, tendría facilidad para informarse adecuadamente con el fin de describirla en su totalidad. Supongo que obtendría así datos precisos que le permitieran completar el relato en todas sus fases; incluso más que los adquiridos en el propio combate. Sin embargo, cuando se analiza con detalle se descubren algunos fallos. El cuadro está concebido, según me dijo acertadamente Herminio Gómez Gascón (11) en mi visita a Almansa, como un gran escenario de una obra dramática de teatro, cuyo argumento es el desarrollo de la batalla.

NOTA 11: Director del Museo de la Batalla de Almansa y al que estoy muy agradecido por sus atenciones y hospitalidad. Me acompañó y enseñó el terreno donde se dio la batalla.

Por ello, se representan lugares y edificios que desde el sitio donde se supone se posicionaron para planificar el diseño no se pueden ver. Como, por ejemplo, la torre de Don Enríquez, actualmente Torre Grande. El observatorio pudo establecerse en las alturas de La Centinela, aunque el citado monte está demasiado separado hacia el oeste del campo de batalla. Reproducen en su obra pictórica una panorámica de más de 180 grados, recurso que utilizaron para no dejar de exponer ningún detalle, y el escenario abarca un terreno de 18 kilómetros de profundidad por 7 de frente.

Molino de Las Monjas (foto del autor). Extremo sur del despliegue del Ejército de Las Dos Coronas

Preferentemente y ante las diferentes versiones que he encontrado en la descripción del combate, sigo a Juan Luis Sánchez en sus acertadas deducciones sobre las diversas vicisitudes, expuestas en sus artículos publicados en la revista Researching&Dragona y ya referenciados en el anterior apartado.

Despliegue de fuerzas de ambos ejércitos en el ala sur de la batalla

Pero vayamos ya a la descripción del combate. Hacia las 15,00 horas, las piezas de artillería de Berwick iniciaron el fuego contra el despliegue aliado. La batería, situada delante del molino de Las Monjas en el extremo derecho del despliegue del Ejército De Las Dos Coronas, empezó a producir bajas en la primera línea del ala izquierda enemiga, situada en Canto Blanco y asomada sobre el arroyo de Los Molinos. Nervioso, Galway no quiso esperar más y ordenó a los dos escuadrones de dragones de Essex que cruzaran el arroyo citado y clavaran o capturaran los cañones; serían apoyados por dos escuadrones de la Queen y uno de los de Giscard (todos ellos de la brigada británica Carpenter). Después de pasar el cauce  y en la parte llana de la otra ribera formaron para ascender reunidos y al trote hacia el molino de Las Monjas con el fin de acallar a la batería que les había producido las primeras bajas, pero, antes de llegar a las piezas, tuvieron que enfrentarse a los cuatro escuadrones del Regimiento de la Guardias de Corps. Los jinetes ingleses les efectuaron una descarga cerrada con sus tercerolas, pero no consiguieron detenerles. Los jinetes reales se lanzaron a la carga con sus espadas-sables hasta el choque, que los dragones no pudieron resistir. No tuvieron más remedio que cruzar el arroyo de nuevo hasta situarse al amparo de su primera línea. Hasta allí les perseguirían los Guardias de Corps, seguidos de los escuadrones del Regimiento Pozoblanco. En Canto Blanco, los 4 batallones ingleses, intercalados en esta primera línea, les recibieron con una efectiva descarga que los desordenó y detuvo. A pesar del refuerzo de Pozoblanco, la carga fracasó y tuvieron que retirarse y volver a cruzar el arroyo en sentido inverso.

Detalle del óleo de B. Ligly que representa el combate en el Montizón. A la derecha, el mariscal Berwick.

No es probable que los ingleses emplearan entonces el platoom firing, fuego sostenido por pelotones o fracciones de líneas. Es posible que una descarga total de la primera línea fuera suficiente para detener a los escuadrones que habrían llegado hasta allí bastantes desordenados.

Inmediatamente, cruzaron el arroyo en perescución de los españoles otros seis escuadrones de dragones ingleses de la primera línea que constituían el regimiento Killigrew (dos de Killigrew, dos de Peterborouch y dos de Pearce) ; serían apoyados por otros siete escuadrones portugueses de la segunda línea (tres del 1º trozo de do Minho y cuatro del de Traz-os-Montes). Los jinetes españoles no se atrevieron a contenerles y volvieron grupas. También la batería del molino de Las Monjas sería retirada. Aunque de los distintos relatos no se puede deducir con seguridad, fue quizás cuando Galway, animado por la ventaja obtenida, adelantó sus dos líneas del ala izquierda austracista hasta cruzar ambas el arroyo; de esta forma, cayó en la trampa que le había colocado Berwick, pues dejaba a su espalda una ribera con varios terraplenes difíciles de subir en la ladera oeste de Canto Blanco.

Terraplén en el arroyo de Los Molinos en la ladera oeste de Canto Blanco (foto del autor).

En la primera línea del Ejército De Las Dos Coronas se mantenían los escuadrones de los regimientos Carrillo, Amézaga y Real de Asturias y, a su amparo, se rehicieron los jinetes españoles rechazados. Organizada de nuevo la línea, se enfrentaron al ataque aliado mediante una nueva carga al arma blanca, que hizo a los aliados volver grupas. Seguramente se vieron favorecidos por realizar la carga pendiente abajo y al galope a "pecho petral" en la ladera este del Montizón (12).

NOTA 12: Montizón es como denominan a este cerro los lugareños en la actualidad. En el plano militar 1/50.000 su toponimia es Motizón. En el siglo XVIII se le llamaba cerro de San Cristóbal.

Pero, al perseguirlos, repitieron el error de llegar otra vez desordenados y sin cohesión hasta la Infantería aliada, que estaba bien situada en la ribera oeste y llana del arroyo de los Molinos; es entonces cuando posiblemente realizarían efectivas descargas, mediante el platoom firing, que causarían un gran destrozo entre los jinetes españoles. Si fue así, constituía un antecedente del sistema que adoptó posteriormente la Infantería para defenderse de las cargas de la Caballería: el cuadro de tres filas de fusileros por cada lado, tan difíciles de atacar por los jinetes sin el apoyo de fuego artillero. Mediante una instrucción intensa, este método sería constantemente perfeccionado a lo largo del siglo y constantemente utiliza­do hasta las guerras napoleónicas. En consecuencia, los escuadrones de la primera línea de la derecha borbónica, tuvieron que replegarse esta vez con abundantes bajas y buscar el amparo de la segunda línea, posicionada en la ladera oeste del Montizón.

Antes de las cuatro de la tarde, Galway había conseguido reorganizar sus dos líneas al pie de la ladera este del Montizón. Tenía, en la primera línea y a la derecha, los dos escuadrones de Harvey's Horse, apoyados por los batallones Hill y Kerr de su segunda línea (regimiento Wade 2); con estas unidades pretendía atacar el flanco derecho de la Infantería borbónica en el centro del despliegue del Ejército De Las Dos Coronas; había quedado descubierto al retroceder los jinetes españoles. Además, disponía de 12 escuadrones de dragones en su primera línea con cuatro batallones intercalados de dos en dos entre los jinetes. En aquellos momentos algunos batallones del centro borbónico comenzaban a ceder y Galway estaba decidido a aprovechar inmediatamente esta circunstancia. Para ello, reinició el avance con el fin de rematar a la caballería enemiga y poder arremeter contra el flanco derecho de la Infantería del Ejército Borbón, pero antes debía eliminar por completo lo que suponía que quedaba del ala derecha enemiga. Los dragones aliados subieron al paso por la ladera este del Montizón, para no dejar atrás a los infantes. Al llegar a la cuerda del cerro, descubrieron a la primera línea borbónica de esa ala que se estaba recomponiendo a mitad de la ladera oeste; eran, según Sánchez, 18 escuadrones, aunque en el orden de batalla figuran 20; desde luego, con abundantes bajas. De todas formas, no estaban solos, pues contaba con el apoyo, 200 metros más abajo, de la segunda línea borbónica, dirigida por el caballero D'Asfeld, que todavía no había intervenido en la batalla. Este experto general de Caballería había dejado espacio entre sus escuadrones para que, en el caso de que la primera línea tuviera que volver grupas, pudiera cruzar la suya sin desordenar las unidades bajo su mando y rehacerse a retaguardia.

Pero el plan decidido por Galway no comenzó bien, pues los dos escuadrones británicos del regimiento Harvey estaban con dificultades para pasar por el molino de La Balsa y, a pesar de romper sus tapias, se encontraban muy atrás y sin posibilidad de atacar a los batallones de la Guardia Real (española y valona) por su flanco derecho; tanto estos dos escuadrones, como los dos batallones que les apoyaban, no lograrían intervenir en el combate. Para compensarlo, Galway ordenó que otros dos batallones de la segunda línea (Steuart 2) y los escuadrones del 1º trozo do Minho se adelantaran a reforzar la primera.

Desorganizados los jinetes de la primera línea española y ante la amenaza de la primera línea aliada en las alturas del Montizón, su jefe, el duque de Populi, optó por no hacerles frente y ordenó a sus escuadrones retroceder para cruzar por los espacios que le había dejado D'Asfeld y reorganizar los escuadrones a su amparo.

Mientras, Berwick, al comprobar que los batallones de la Guardia Real se sostenían bien en el extremo derecho de la primera línea del centro borbónico, dispuso que los cinco batallones situados detrás de aquellos en la segunda línea (dos de Maine, dos de Berwick, uno de Bresse) que conformaban la brigada Maine, se incorporaran al ala sur.

En el óleo de Ligli y Pallota, Berwick está situado sobre unas alturas al oeste y detrás del Montizón, que sólo puede referirse al cerro de La Centinela. A casi un kilómetro del anterior y no mucho más alto, no parece adecuado que estableciera allí su puesto de mando en el trascurso de la batalla. En esta misma línea de alturas, Ligli representó un caballo muerto, que puede ser uno de los reventados por el mariscal al recorrer las líneas. Es más apropiado pensar que Berwick, después de haber inspeccionado varias veces su despliegue, estaría en ese momento junto a D'Asfeld, porque consideraría que era el momento y lugar decisivo para ganar la batalla. Bien por consejo de este último, o porque no diera tiempo a intercalar los batallones de refuerzo entre los espacios dejados por los escuadrones de D'Asfeld en la segunda línea, los infantes borbónicos se dirigieron a atacar directamente el flanco derecho del avance aliado. En cuanto Galway se percató de la amenaza que se cernía sobre el flanco derecho de su ala, lanzó contra los infantes enemigos a los cuatro batallones de la primera línea de los regimientos Wade 1 y Steuart 1 (Wade, Southwell, Blood y Montjoi), con otros dos de la segunda. Esta última quedaría prácticamente disuelta, lo cual era muy arriesgado.

Los batallones borbónicos y austracistas citados, a causa del terreno por el que progresaban, se enfrentaron de improviso a corta distancia. Inmediatamente los británicos efectuaron su descarga, que no debió ser muy efectiva. Según alguna versión, los infantes de la brigada Maine del ejército borbónico hicieron cuerpo a tierra e iniciaron inmediatamente la embestida con las bayonetas caladas, haciendo retroceder a los cuatro batallones enemigos hasta el arroyo de Los Molinos; precisamente en esa parte presenta un importante terraplén en la ribera de Canto Blanco difícil de subir. Sin poder contar con el apoyo de los escuadrones Harwey y con muchas bajas, no conseguirían reponerse y emprendieron la huida.

Al tiempo, D'Asfeld había adelantado la segunda línea para cubrir el flanco derecho del centro del despliegue borbónico y proteger así a los batallones de la Guardia Real; además, hizo entrar a los escuadrones de la primera línea, una vez recompuestos, entre los intervalos que había dejado, con lo que el frente que presentaba al enemigo se hizo mucho más denso; ya era desde principio más largo que el de los austracistas. Esto obligó a que Galway extendiera el suyo para evitar ser envuelto por su izquierda, pero a costa de perder consistencia, ya que disponía de menos jinetes. Como consecuencia, sus escuadrones, sin Infantería de apoyo y con una segunda línea reducida al máximo, no pudieron resistir la oportuna carga al arma blanca que inmediatamente les lanzó D'Asfeld, a pesar de que se realizó cuesta arriba. Los austracistas volvieron grupas, bajaron la ladera este del Montizón, cruzaron el arroyo, subieron con muchas dificultades la ladera oeste de Canto Blanco y se desbandaron camino de Játiva, sin hacer caso del esfuerzo de sus jefes por contenerles, muchos de los cuales perdieron la vida. Igual ruta hubo de tomar Galway; gravemente herido en la cara, había sido hecho prisionero por el capitán Juan Ramírez de Arellano. Unos oficiales ingleses que lo vieron le rescataron y dieron muerte al oficial español, que, sin embargo, había respetado la vida de su prisionero.

D'Asfeld sujetó a sus escuadrones y no les dejo cruzar el arroyo y perseguir; sólo envió a unos 500 jinetes para que impidieran la reunión del enemigo y continuara en su dispersión y huida. Con el resto se dirigió a decidir el combate, todavía indeciso, en el ala norte del despliegue propio, pero estas vicisitudes se describirán en el siguiente apartado.

No había transcurrido ni siquiera una hora y media desde las tres de la tarde y ya estaba el ala izquierda austracista totalmente destruida, lo que permitirá al Ejército borbónico De Las Dos Coronas rehacerse y completar la vitoria en el centro y en el ala norte.

Despliegue inicial adoptado por ambos ejércitos en el ala sur de la batalla

Sobre las 15,00 horas, las piezas de artillería de Berwick inician el fuego sobre el despliegue aliado. Especialmente mortífero resultó el fuego de la batería situada mas al sur del despliegue (1), por lo que Galway ordenó a la brigada inglesa de Carpenter que avanzara (2) para intentar capturar o "clavar" esos cañones, pero antes de llegar sufrirían la carga de los Guardias de Corps (3) que salieron a su encuentro. Tras el choque de ambas unidades (4), los escuadrones de Carpenter tuvieron que retirarse al amparo de su primera línea (5). Los Guardias españoles seguidos de los escuadrones de Pozoblanco fueron tras ellos (6) pero se vieron detenidos por el bien organizado fuego de los batallones de infantería británicos (7) y fueron obligados a retirrase a sus posiciones iniciales (8).

Tras los jinetes españoles en retirada, cruzaron el arroyo en su persecución los seis escuadrones de Killegrew, apoyados por los escuadrones portugueses de Tras Os Montes y Fleitas (1). Los jinetes españoles no se atrevieron a contenerlos y volvieron grupas (2). Tambien la batería del Molino de las Monjas sería retirada más atrás. Galway, animado por la ventaja obtenida ordenaría el avance de sus dos líneas hasta situarlas al otro lado del arroyo

Una vez rehechos los jinetes españoles que habían sido anteriormente rechazados, se reorganizó nuevamente la primera línea borbónica y se enfrentó al ataque de la caballería aliada (1). Una nueva carga al arma blanca de la caballería española les haría volver grupas (2). En su persecución (3), los jinetes españoles llegaron desordenados hasta una infantería aliada, bien situada en la ribera oeste del arroyo, y que con sus descargas (4) les ocasionarían abundantes bajas, por lo que finalmente ttendrían que retirarse (5) y buscar el amparo de su segunda línea en la ladera oeste del Montizón (6).

Al ver que algunos batallones borbónicos estaban cediendo terreno, Galway reinició nuevamente el avance con doce escuadrones y cuatro batallones en primera línea (1) con la intención de rematar a la caballería enemiga en el ala sur. Así mismo, pretendía atacar el flanco derecho del despliegue borbónico en el centro con dos escuadrones que estarían apoyados por dos batallones ingleses (2). Este último plan no llegaría a materializarse por las dificultades que encontraron para pasar por el Molino de la Balsa y finalmente, estas cuatro unidades no llegarían a intervenir en los combates. Para compensarlo Galway ordenó que otros dos batallones y cuatro escuadrones de la segunda línea se adelantaran para reforzar la primera (3). Ante la amenaza que suponía este nuevo ataque aliado, el duque de Pópoli optó por retirar su primera línea (4) y ordenó a sus escuadrones retroceder por los espacios que habían dejado las unidades de la segunda línea mandada por D´Alfeld y terminar de reorganizarlos a su amparo (5). Mientras tanto, Berwick, al ver que los batallones de la Guardia aguantaban bien en el centro, dispuso que los cinco batallones de la Brigada Maine, desplegados a su retaguardia, se incorporaran al ala sur para reforzarla (6).

Los batallones borbónicos se dirigieron directamente a atacar el flanco derecho del avance aliado (1). Ante esta nueva amenaza, Galway lanzó contra ellos seis batallones (2), cuatro de su primera línea y otros dos de la segunda que de esta manera quedaba practicamente desecha. La embestida con la bayoneta calada de los borbónicos (3) hizo retroceder a los batallones ingleses hasta el arroyo de los Molinos (4), donde sin apoyo de caballería, emprendieron la huida (5). Al tiempo, D´Asfeld refundió las dos líneas de caballería borbónica en una sola, más densa que la formada por los aliados (6), y cargó al arma blanca contra ella (7). Como consecuencia del choque, los jinetes ingleses y portugueses volvieron grupas, bajaron la ladera este del Montizón y seguidamente cruzarían el arroyo (8) para acabar en desbandada camino de Játiva (9).

6.- LOS COMBATES EN EL CENTRO DE LOS DESPLIEGUES DE AMBOS EJÉRCITOS

Las dos líneas de Infantería del centro austracista iniciaron a las 14,30 horas la aproximación al despliegue del Ejército De Las Dos Coronas. La segunda se fue quedando retrasada, por lo que su jefe, general mayor Donha- Schlodien, recibiría por dos veces la orden de acelerar la marcha.

Establecidas en posición las baterías del Ejército Borbón, comenzaron a batir el despliegue enemigo, pues el mariscal Berwick pretendía retrasar el combate lo más posible. Pero las piezas del Ejército Aliado respondieron de inmediato con fuego de contrabatería.

Detalle del óleo de B. Ligly que representa el enfrentamiento en el centro del despliegue de ambos ejércitos.

Al llegar la Infantería aliada a la distancia del alcance efectivo de los fusiles, se detuvo y comenzó el fuego con esta arma; habían transcurrido 45 minutos. El teniente General Erle, que mandaba el centro austracista y ya había mostrado sus reticencias sobre la posibilidad de conseguir un resultado favorable, no se decidía a mandar a su Infantería al ataque. Las baterías no habían conseguido desordenar los despliegues de ambos ejércitos, pero, sin embargo, los disparos de la fusilería comenzaron a producir bajas. Por ello, Berwick no quiso esperar más y, mediante una explosión de pólvora, dio la orden de atacar. Eran aproximadamente las 15,30 horas y, como hemos visto en el artículo anterior, ya se habían enfrentado por primera vez los jinetes de las alas sur de ambos ejércitos.

El ataque de los batallones borbónicos no fue bien coordinado y mientras algunas unidades harían retroceder a los batallones de la primera línea aliada hasta obligarlos a refugiarse en la segunda, otras se batían contra el enemigo con escaso avance y el resto ni siquiera había progresado. Este desajuste iba a provocar graves problemas ante el contraataque austracista.

A continuación, se describen las acciones, de norte a sur, de las brigadas de Infantería borbónica con la finalidad de facilitar al lector la comprensión de la evolución del combate.

En el extremo izquierdo de la primera línea, estaba desplegada la brigada Mailliy (nombre que corresponde al regimiento más antiguo integrado en la gran unidad, según costumbre francesa). Se había organizado con cinco batallones (dos de este regimiento, otros dos del Blesois y uno suizo, Reding) y era mandada por el marqués de Sanveboeuf. No consiguió avanzar, detenido por los dos tercios portugueses de Couto y Chaves, intercalados entre los trozos de caballería Amasa-Algarve y Villaviciosa de la misma nacionalidad. Con todo, la brigada Mailly resistiría en la primera línea hasta la resolución de la batalla.

A la derecha de la anterior brigada, se posicionó la llamada de La Couronne, cuyo jefe era el marqués de Polastron. Estaba compuesta por otros cinco batallones (dos de este regimiento, dos del Olèron y uno del Bigorre), que atacaron con gran ímpetu; especialmente los situados a la izquierda (los de la Couronne, pertenecientes al propio regimiento de Polastrón). Harían retroceder hasta la segunda línea a los batallones de la brigada portuguesa del conde de Ilha, aunque su avance tambien resultaría frenado y al quedar tan adelantada con respecto a la de Mailly, dejaría inevitablemente su flanco norte al descubierto.

La siguiente brigada hacia el sur era la que, mandada por el marqués de Sillery, fue constituida por dos batallones de su regimiento, uno del Isle de France y dos del Orleans. No llegó a la altura de la brigada La Couronne, ya que fueron detenidos por el tercio de Viana (Manuel de Cámara) y los batallones holandeses de Belcaste, Keppelfox y Viçouse de la segunda línea, a los que se unirían los de la primera, Welderen, Cavalier (hugonotes franceses) y L'Isle-Marais. Juntos conseguirían rechazar a la brigada francesa, que tuvo que acogerse a su segunda línea. Allí, al amparo de las brigadas Chaves (española) y Mèdoc (francesa), se reorganizarían los dos batallones del Orleans, el de Isle de France y el segundo de Sillery; pero no el primero de este último regimiento, que retrocedió bastante más. No pudieron detener el ataque y sufrieron muchas bajas, entre ellas la muerte de su jefe. Con todo, no retrocedería hasta alcanzar las murallas de Almansa, como aseguran las crónicas holandesas.

A continuación, y en esta primera línea, desplegaron cuatro batallones españoles; eran Valladolid, Osuna, Burgos y Sevilla, pertenecientes a la brigada de Antonio Arias del Castillo. Sus componentes habían sido recientemente reclutados y apenas avanzaron. La brigada Sillery, al retroceder hasta la segunda línea, dejó su flanco norte al descubierto. Esta circunstancia fue rápidamente aprovechada por el batallón Torçay (holandés y perteneciente a la brigada de Belcastel), que les atacó por su izquierda. Posteriormente, se les echarían encima, por su derecha, los batallones ingleses Mordaunt's y Mac Cartney de la brigada de este último nombre. Los batallones españoles retrocedieron y buscaron refugio en la segunda línea; sería la unidad española con más bajas, casi la mitad de las españolas. El batallón Valladolid, que era el que estaba situado más al norte, no consiguió acogerse a la citada línea y retrocedió hasta cerca de Almansa, pero tampoco llegó a sus murallas. Osuna, a la derecha de Valladolid, tuvo casi tantas bajas como este último, pero se mantendría alineada con Burgos y Sevilla. Los batallones holandeses e ingleses estaban compuestos por veteranos, especializados en el nuevo sistema de fuego, llamado de platoom firing, ya descrito en un apartado anterior. Sus infantes llegaban a conseguir una velocidad de tiro de tres disparos por minuto, mientras los soldados españoles, bisoños y sin apenas instrucción, con dificultad pasaban de uno por minuto; en estas circunstancias, era inevitable que la Brigada Castillo tuviera que retroceder hasta la segunda línea. Allí resistirían junto a la brigada veterana de Diego Dávila (constituida por los batallones: Zamora, Armada, Bajeles y Córdoba) y la de Mèdoc (dirigida por el brigadier caballero de Bourdet y formada por los batallones: Mèdoc, dos del Laonnais y uno del Tessé); su quinto batallón, Miromesnil, había salido de la línea antes del inicio de la batalla por orden de Berwick con el fin de defender las baterías.

A continuación, los batallones Badajoz, Trujillo, Murcia y Castilla, al mando del brigadier conde de Charny, progresaron decididos e hicieron retroceder a los infantes ingleses hasta su segunda línea, pero fueron detenidos por los de la segunda y fijados posteriormente entre la primera y segunda líneas borbónicas.

En el extremo sur, los cuatro batallones de las guardias española y valona, brigada mandada por Glymes, avanzaron y presionaron con éxito a los batallones de las guardias británicas de la brigada Mac Carney. Al replegarse la brigada Charny, su flanco norte quedó también sin protección, mientras su derecha permanecía protegida por la Balsa del Concejo y el canal que la unía al Molino de la Balsa.

Molino de la Balsa y la Balsa del Concejo. Detalle del cuadro de Ligli

Según se describió en el apartado anterior, los batallones de Infantería aliada, intercalados con la Caballería del ala izquierda austracista no consiguieron llevar a cabo tal misión, pues fracasaron ante la brigada Maine de la segunda línea borbónica; igualmente los dos batallones que Galway había ordenado atacar a la brigada Glymes podrían cumplir este cometido. Tampoco lo llevaron a cabo los cuatro escuadrones de los regimientos Drimbord (de húsares holandeses) y Harvey Horse (ingleses), que debían cargar por el otro flanco, pues las instalaciones del propio Molino de la Balsa se lo impidieron. Posteriormente, pasarían al centro para proteger la retirada de los batallones austracistas.

Había trascurrido algo más de una hora desde el inicio de la batalla y los batallones centrales de la Infantería del Ejército De Las Dos Coronas pasaban por un momento muy complicado. El centro de la infantería borbónica se había hundido, incluso algunos batallones más allá de la segunda línea. Sin embargo, la situación era más favorable en los extremos norte y sur. Aunque, por el ataque de dos trozos de Caballería portuguesa del brigadier Pedro de Mello y Castro (Algarve y Amasa), la brigada de La Couronne se viera obligada a replegarse, conseguiría no ceder más terreno y permanecer por delante de la primera línea, al amparo de una pequeña rambla seca, afluente de la del Sagel. Su mérito fue grande, pues la brigada Mailly, seguía detenida en la línea inicial, lo que impedía contar con su apoyo por el flanco norte. También había quedado al descubierto el otro flanco, pues los cinco batallones de la brigada Sillery (Orleans) habían retrocedido hasta la segunda línea. En el otro extremo, las Guardias Españolas y Valonas fueron igualmente detenidas por los batallones ingleses de la segunda línea, pero conseguirían mantenerse a la altura de la primera línea, aunque adelantada con respecto a la brigada Charny, que estaba situada entre la primera y segunda, sin ceder tampoco más terreno.

En consecuencia, puede afirmarse que las unidades de los extremos norte y sur del despliegue de la Infantería borbónica se mantenían firmes. No así en el centro. Juan Luis Sánchez, cuyo preciso y bien documentado estudio sobre la batalla ya ha sido referenciado en los anteriores apartados, pone en duda que algún batallón llegara en su retroceso o huida hasta las murallas de Almansa. Desde luego y como bien afirma este autor, no se entiende bien que la Infantería aliada no persiguieran a los huidos hasta las murallas y no buscaran atacar por retaguardia a las unidades borbónicas que resistían en la segunda línea. Tampoco que no organizasen piquetes para asegurar las cercas y tapias de las diversas fincas situadas entonces en las proximidades de Almansa y proteger los víveres, equipos y material de campamento, que Berwick había ordenado retirar a esa zona y que, sin duda, hubieran capturado después de tan exitosa persecución.

El cuadro de Ligli representa a infantes españoles en esa huida. Sin embargo, en Almansa quedó el recuerdo de algunos saqueos que combatientes franceses llevaron a cabo en el pueblo con la terrible explicación de que la batalla estaba ya perdida (13).

NOTA 13: Consta, según un texto del cabildo del municipio de Almansa, que: "... por dichos soldados o por otros se han saqueados las casas del campo de las Barracas y ermita de Nuestra Señora de Belén".

Si se produjo tal hecho luctuoso, se llevó a cabo con total impunidad, pues Almansa estaba vacía; muchos de sus habitantes se habían marchado a otras poblaciones y los vecinos, que se quedaron, se habían refugiado en la Iglesia de Santa María de la Asunción. Es posible que hubiera algunos fugitivos franceses procedentes de batallón primero de Sillery y que incluso infantes españoles de los batallones de Guadalajara y Palencia, que no tuvieron bajas significativas, huyeran a buscar refugio en Almansa, pero no consta que ninguna brigada se colapsara, ni siquiera que perdiera algún batallón. Por las bajas que tuvieron los demás batallones no dieron la espalda al enemigo, aunque retrocedieran más allá de la segunda línea.

Iglesia de Santa María de la Asunción (foto del autor).

Berwick, era consciente de la situación y por ello tomó inmediatamente las medidas adecuadas, que acabaron por darle la victoria. Consta que reventó varios caballos, por lo que seguramente no paró de recorrer las líneas y pudo apreciar la situación y decidir las acciones que sus unidades debían ejecutar con oportunidad y acierto a través de sus edecanes.

En su recorrido, se percató de las dificultades que tenían las brigadas Mailly y La Couronne para resistir en las posiciones que tenían sobre el terreno, presionadas por la Caballería portuguesa y la brigada del conde de Ilha de la misma nacionalidad, así como del repliegue hasta la segunda línea que las brigadas Orleans y de Antonio Arias del Castillo habían efectuado. Como ya se ha descrito, el 1º batallón del Regimiento Sillery (Brigada Sillery) y el de Valladolid (Brigada Castillo) habían rebasado la segunda línea borbónica en su retroceso. Ordenó entonces que dos regimientos de la reserva de Caballería, el Regimiento de Dragones Rosellón Nuevo al mando del famoso guerrillero Cereceda y el Regimiento Mahony (4 o 3 escuadrones), atacaran a los holandeses y a los hugonotes franceses por los flancos norte y sur respectivamente. El tercer regimiento de reserva, el Regimiento Granada Viejo, se mantuvo a la espera por si hiciera falta en otra vicisitud de la batalla, cosa que finalmente no ocurriría.

Bajo el mando del brigadier Mahony, la carga de los dos regimientos de Caballería españoles, cogieron totalmente por sorpresa al batallón Welderen y al hugonote Cavalier, encelados en su ataque contra los infantes borbónicos. Inevitablemente, serían derrotados por completo y, además, sin posibilidad de reaccionar. Mahony encontró más resistencia y el combate terminó con mucha dureza. Cereceda lo tuvo más fácil, quizás por eso se pudo permitir que los infantes católicos, reclutados a la fuerza en el batallón Cavalier, se unieran al Ejército De Las Dos Coronas. A continuación, los jinetes españoles cargaron contra el flanco norte de los batallones holandeses e ingleses, que ya estaban siendo atacados y desordenados por el otro flanco, pues Berwick había ordenado a los batallones de las brigadas Glymes (guardias valona y española) y Charny, que realizaran un cuarto de conversión a su izquierda y atacaran el flanco sur de las unidades inglesas de la segunda línea austracista; detenidos y con graves bajas dejarían a los de la primera sin apoyo. A continuación, los dos regimientos de Caballería, después de efectuar la carga citada con sus armas, se volvieron por el espacio que se había producido entre la Infantería portuguesa y la holandesa. Este movimiento les permitiría cargar de nuevo; esta vez, contra a los infantes portugueses de la derecha del centro austracista y por su retaguardia. Retirada la Caballería portuguesa de ala derecha aliada, cesó la presión sobre las brigadas Mailly y La Couronne; inmediatamente sus batallones, pudieron ejecutar una conversión a su derecha, igual que las brigadas Glymes y Charny, para atacar a los batallones holandeses e ingleses. Como consecuencia de estas acciones, el centro borbónico pudo reorganizarse y forzar el abandono del campo de batalla de la Infantería aliada.

Esta última maniobra táctica de los regimientos de Caballería españoles pudo ejecutarse porque Thomas Erle, jefe del centro austracista, había hecho converger a los batallones holandeses e ingleses hacia el centro de la Infantería borbónica para ampliar la brecha producida. Como consecuencia, las dos líneas austracistas se acortaron y mezclaron, causa de la separación de la Infantería portuguesa con la holandesa en el lado derecho del centro; este vacío sería incrementado por la brigada Henriques de la segunda línea, que debió desplazarse hacia el norte en su ataque a La Couronne. Esto motivó que los regimientos de Mahony y Cereceda pudieran moverse con total libertad por el hueco establecido.

En teoría, el jefe del Ejército Aliado era el portugués marqués de Las Minas, que se encontraba en el extremo norte del ala derecha austracista y de allí no se iría hasta que, herido, dio por perdida la batalla. Ya se describió en un apartado anterior como Galway había actuado con total independencia y parece ser que Erle también. La unidad de mando era y es fundamental para el triunfo en las batallas y esta fue una de las causas de la derrota del Ejército Aliado.

Sánchez pone en duda que Berwick diera las órdenes correspondientes a los dos regimientos de Caballería en la carga contra la Infantería portuguesa. Pero la llevada a cabo, en primer y segundo lugar y ya descritas, no es verosímil que Mahony y Cereceda lo hicieran por su cuenta, como este mismo autor deduce. Desde luego, tanto el uno como el otro eran competentes mandos de Caballería; precisamente el segundo, junto con Vallejo y Bracamonte, era uno los más expertos jefes de cuerpos flancos españoles, causante, con sus acciones guerrilleras, de varias derrotas sufridas por unidades del Ejército Austracista. Por tanto, no puede descartarse que la tercera carga se hiciera por iniciativa de ambos.

La derrota del ala izquierda austracista había sido lograda por escuadrones españoles; en el centro, la actuación de Mahony y Cereceda, al mando de sus experimentados jinetes, fue también decisiva para cambiar el sentido del combate en el centro. Se produjo entonces una premonición de que la Caballería española entraba en una época muy brillante de su historia, que duraría más de medio siglo.

En fin, apenas habían pasado treinta minutos desde las cuatro de la tarde y la situación había dado un vuelco. La derrota de los austracistas era ya inevitable, pero de la retirada del campo de batalla y de lo acontecido en las alas norte de ambos ejércitos se describirá en el siguiente apartado.

Combate en el centro (figura 1). La infantería aliada, tras un movimiento de aproximación a las líneas borbónicas, llegó hacia las 15,15 horas a la distancia efectiva de sus fusiles y comenzó el fuego con estas armas. Ante las reticencias del bando aliado para iniciar un ataque, el mariscal Berwick tomó la iniciativa y ordenó el avance de los batallones borbónicos.

Combate en el centro (figura 2). El ataque de los batallones borbónicos no estuvo bien coordinado y mientras algunas unidades hicieron retroceder a los batallones de la primera línea aliada hasta obligarlos a rehacerse en la segunda, otras lograron solo un escaso avance o ni siquiera llegaron a progresar. Este desajuste provocaría graves problemas ante el contraataque que el Ejército Aliado realizó a continuación.

Combate en el centro (figura 3). Una vez rechazado el ataque, el centro de la infantería borbónica parecía hundirse, por lo que el ejército aliado adelantó líneas y presionó para intentar romper el despliegue enemigo por donde parecía más débil. Berwick se percató de la dificil situación en la que se encontraban sus unidades del centro y decidió emplear su reserva de caballería
Combate en el centro (figura 4).  (1) Los Regimientos de Caballería españoles Mahony y Rosellón Nuevo cargaron por sorpresa sobre tres de los batallones holandeses de L´Isle Marais, que inevitablemente serían derrotados. (2) A continuación lo harían sobre otro batallón holandes y dos batallones ingleses de Mac Carney que ya estaban siendo atacados por los batallones españoles de Glymes y Charny. (3) Las unidades aliadas que no estaban comprometidas empezaron a retirarse dando la batalla por perdida. Finalmente, los jinetes españoles, que ya se movían libremente por el campo de batalla, cargarían contra los batallones portugueses de Cámara e Ilha que a su vez estaban sufriendo la presión de las brigadas francesas de La Couronne y Mailly y les obligaron a retirarse (4). La brigada francesa Le Sarre de la segunda línea, ante el buen cariz que para los borbónicos tomaba el combate en el centro, fué trasladada al ala norte. La derrota del centro aliado era ya incuestionable.

7.- COMBATE EN EL ALA NORTE DE AMBOS DESPLIGUES Y EL FINAL DE LA BATALLA

7.1.- FRACASO DE LAS UNIDADES PORTUGUESAS EN EL EXTREMO NORTE DEL DESPLIEGUE ALIADO

Según se había acordado, el capitán general marqués de Das Minas no daría la orden de ataque a su Caballería del ala norte antes de que el combate se hubiera iniciado en el centro. Concebir tres ataques sucesivos con un Ejército Aliado poco avenido, acabarían inevitablemente en tres combates independientes. Das Minas, ya anciano, no conseguiría dominar al impetuoso Galway; éste, a su vez, no era bien visto por los ingleses y a Erle se le notaría demasiado. Además, no se tenía claro cuál era la sucesión de mando y heridos Das Minas y Galway, nadie supo tomar las medidas adecuadas. Entonces no se disponía todavía de un cuerpo de estado mayor y difícilmente podría evitarse o paliar tan gran derrota con un staf mínimo de mando.

El choque de las unidades de caballería de las alas norte de ambos ejércitos fue favorable a la borbónica, por lo que los jinetes portugueses tuvieron que retroceder a reorganizarse al amparo de los batallones de Infantería intercalados en su primera línea. Pero el fuego de los infantes portugueses obligó a los escuadrones españoles y franceses, bajo el mando del teniente general D'Avaray, a detenerse y volver grupas para recomponerse al amparo de la segunda línea. La misma situación se reprodujo en una segunda carga. Sería entonces cuando D'Avaray, para repetir el ataque, debió pedir a Berwick el apoyo de la brigada La Sarre (5 batallones).

Así se había ordenado en el otro extremo del centro, acción que había ejecutado la brigada Maine con éxito. El mariscal se negó en principio y esperó para consentirlo a resolver la situación en el citado centro del despliegue. Una vez detenido el avance de la Infantería aliada, mediante la carga de dos regimientos de Caballería de la reserva (Mahony y Cereceda) y el ataque de la brigada de las guardias valona y española por la derecha, el mariscal permitiría que la brigada La Sarre apoyara la tercera carga borbónica en el ala norte.

Detalle del cuadro de Ligli en el que se resalta el combate en el ala norte.

En ese momento, pasadas ya las 16,30 horas de la tarde, D'Asfeld y sus escuadrones del ala sur borbónico terminaban de cruzar el campo de batalla y amenazaban el flanco izquierdo del ala norte austracista. Das Minas, herido y al observar que la batalla ya se había perdido en el sur y en el centro, ordenó que se retirara su Caballería. La infantería portuguesa quedaba sola frente a un enemigo que le atacaba por todos los lados.

Mucho se ha escrito sobre este repliegue de la Caballería lusitana. El primero que le acusó de haberse retirado del campo de batalla sin combatir fue Van Drimborn, el menos indicado. Esto fue posteriormente aprovechado por el general Hawley, participante en la batalla como capitán ayudante del teniente general Erle, y seguido por historiadores holandeses e ingleses (alguno con prestigio) para justificar la derrota de ambas naciones en Almansa. Pero cuando los jinetes portugueses abandonaron el campo de batalla, Dohna marchaba ya hacia el cerro de los Prisioneros (antes llamado de La Cueva), donde pasaría la noche y, desde luego, ya habían sido derrotados el centro y la derecha aliada. En realidad, los primeros que se retiraron fueron escuadrones ingleses y holandeses integrados en el ala sur del despliegue aliado.

Para describir las últimas acciones de combate en la batalla de Almansa, se ha tenido en cuenta, como hizo el prestigioso y preciso investigador Juan Luis Sánchez (ya referenciado), al maestre de campo Antonio do Couto Castelo-Branco. Mandaba el tercio Nuevo de Chaves, el situado más al sur de las unidades de Infantería portuguesa, intercaladas con la Caballería en la primera línea del ala norte aliada (su tercio pertenecía a la brigada Tras os Montes, que fue desdoblada en primera y segunda línea; es posible que Couto mandara estos dos batallones). Al replegarse los seis escuadrones de los trozos Villaviçosa, Algarve y Amasa, de la brigada de este mismo nombre, quedaría su flanco izquierdo al descubierto. Su primera acción fue integrar en su unidad el tercio de Miranda, después de fracasar ante el avance de la brigada La Sarre que asomaba por la ladera del vértice Atalaya; un nuevo ataque por su flanco norte, esta vez mediante una carga de los jinetes de D'Avaray, lo descompuso de tal manera, que Couto se vio obligado a ordenar al capitán de Caballería Meneses, bajo su mando, que tomara el mando del tercio y resistiera la carga; finalmente sería detenida, pero a costa de perder dos cañones que allí se encontraban en posición. A continuación, el tercio Nuevo de Braganza, de la segunda línea, fue deshecho por una carga de un regimiento de Caballería. La misma suerte debió correr el tercio Nuevo de Minho (brigada Henriques) con muerte de su jefe; no quiso rendirse, es decir pedir cuartel. También tuvo graves pérdidas el tercio Viejo de Braganza (brigada Henriques) que terminaría por unirse al de Couto. En cambio, el tercio Viejo del Minho (brigada Henriques) quedó totalmente destruido con muerte de su jefe, así como los tercios viejos de Penamacor y Almeida (brigada de Mello -Beira-). Estas cargas, efectuadas seguramente por retaguardia, pudieron ser ejecutadas por los escuadrones de D'Asfeld, después de haber cruzado el centro aliado. La segunda línea del ala norte aliada quedaba destruida antes que la primera.

También fueron cargados por unidades de Caballería, según Couto, los tercios de Serpa, Novo Da Corte y Moura, situados en el extremo norte del centro austracista. La brigada Ilha, a la que pertenecían estos tres tercios, debió quedar partida en dos al ser atacada por retaguardia, probablemente por los regimientos del brigadier Mahony y de Cereceda. La brigada Henriques, que debía proteger a la Ilha desde la segunda línea, se había desplazado hacia el norte para atacar por ese flanco a la brigada La Couronne francesa; así se aumentó el espacio abierto entre los batallones holandeses del centro, bien aprovechado por los regimientos españoles para su carga. A estos tres tercios citados, en su retirada hacia el este, buscando la protección de las colinas existentes más allá de la rambla de Sagel, Couto les ofreció hacerles la retaguardia, pero rechazaron su oferta, ya que sólo pretendían abandonar cuanto antes el campo de batalla. Acabarían por rendirse hacia las 19,00 horas en la Casa de los Pandos. Los tercios Novo de Almeida, Da Castro y de Da Viana (brigada Cámara) se retiraron hacia el sureste para integrarse en la columna Donha. Los regimientos de Mahony y Cereceda serían los primeros en iniciar la persecución de esta columna.

Retirada del ala derecha del Ejército Aliado (mapa militar 1/50.000).

La Caballería de D'Asfeld cargó a continuación contra el tercio Viejo de Setúbal, Giao da Barra y el Nuevo de Setúbal (brigada Silveira). En principio se mantuvieron firmes, pero finalmente serían desorganizados. Según Couto, hubieran podido ofrecer todavía más resistencia si el enemigo les hubiera encontrado formados en cuadro. Como consecuencia, la primera línea quedaba también seriamente comprometida. Solo aguantaba sin descomponerse el tercio Nuevo de Chaves (mandado por Couto) y los que se habían acogido a esta unidad; al amparo de la rambla de Sagel, volvió cara a los escuadrones de D'Avaray a los que ofrecieron seria resistencia. Repitió esta acción varias veces en su ordenada retirada, mediante descargas de fusilería, que detenían a sus perseguidores. Consiguieron llegar también a la colina en la que estaba construida la Casa de los Pandos. Pretendía intentar la defensa allí y conseguir pasar la noche. Pero no reunía buenas condiciones y varias unidades comenzaron por su cuenta a pedir "cuartel". Finalmente, rodeados de enemigos y con algún intento de fuga, tuvieron que rendirse.

Se ha descrito con más detalle el combate en esta ala, aunque sin seguridad plena de que fuera tal y como ha sido expuesto, porque los libros de historia, en general y salvo excepciones, lo despachan en pocas líneas; también por el mal trato que se ha dado a las unidades portuguesas. Esto es muy injusto por doble motivo. Primero, porque fueron los últimos en ofrecer resistencia y en retirarse. Alguna de las unidades portuguesas destruidas presentaba los cadáveres de sus infantes en formación; nadie, por tanto, debiera acusarles de falta de empeño en el combate. Y, en segundo lugar, porque se habían distinguido, en los sucesivos pueblos que el Ejército Aliado fue ocupando, en la protección de los lugareños, refugiados en los conventos e iglesias. Incluso formaron piquetes de seguridad para librarlos de la crueldad y el saqueo de las unidades holandesas e inglesas.

Despliegues iniciales de ambos ejércitos en su ala norte

Los combates en el ala norte comenzaron con un choque de las unidades de caballería de ambos ejércitos (1) que resultó favorable a la borbónica por lo que los jinetes portugueses se vieron obligados a retroceder (2) para reorganizarse al amparo de los batallones de la primera línea (3). El avance de los escuadrones franceses y españoles (4) fué frenado por el fuego de la infantería portuguesa (5) y los jinetes borbónicos mandados por el marqués D´Avaray tuvieron que detenerse y volver grupas (6) para recomponerse al amparo de su segunda línea (7). Esta misma situación se repitió en una segunda carga por lo que D´Avaray solicitaría, para repetir el ataque, el apoyo de algunos batallones de infantería.

El fuego de los batallones portugueses hacía fracasar los ataques de la caballería borbónica (1). Para contrarrestarlo, se ordenó a la Brigada La Sarre, desplegada en la segunda línea del centro francés, que pasara a reforzar las unidades borbónicas en el ala norte (2). Ya, en esos momentos, llos jinetes españoles mandados por D´Asfeld y desplegados inicialmente en el ala sur, cruzaban sin oposición el campo de batalla y amenazaban el flanco izquierdo del ala norte aliado (3). Ante este cúmulo de amenazas y viendo el fatal desenlace que para la causa austracista había tenido la batalla en el centro y en el sur, el marqués de las Minas dió orden de retirarse a la caballería portuguesa (4). La infantería portuguesa quedaba sola frente a un enemigo que le atacaba por todos los lados.

El ataque de la Brigada La Sarre y de los jinetes de D´Avaray tuvo como primer objetivo los batallones portugueses de primera línea (1) mandados por el maestre de campo Antonio Do Couto, quien a pesar de las duras pérdidas consguió aguantar sin descomponerse. La carga de los regimientos de D´Asfeld sobre la brigada Henriques (2), que si bien inicialmente había desplegado en el centro aliado a estas alturas de la batalla se había desplazado y estaba alineada con la segunda línea del ala norte, descompuso por completo a esta unidad. Dos de sus batallones quedaron destruidos (3), el tercero se retiró desordenadamente del campo de batalla  y los restos del cuarto terminaron uniéndose a las fuerzas de Couto (4). Los jinetes de D´Asfeld cargaron a continuación contra los batallones del Regimiento Tras Os Montes (5), tambien de la segunda línea, destruyendo uno de sus dos batallones y poniendo en fuga al restante (6). Para completar la destrucción de esta segunda línea, cargaron posteriormente sobre la retaguardia del Regimiento de Beira (7) y destruyeron sus dos batallones (8). El siguiente ataque de la caballería española lo sufrió la Brigada Silveira que a su vez tambien estaba siendo presionado por los escuadrones de D´Avaray (9). Sus tres batallones fueron destruidos sin remisión (10). Solo aguantaban los batallones de Couto que ofrecieron seria resistencia a los escuadrones de D´Avaray y que al amparo de la rambla de Sugel fueron retirándose ordenadamente (11) hasta la llamada Casa de los Pandos donde finalmente tuvo que rendirse.

7.2.- LOS HOLANDESES DAN POR PERDIDA LA BATALLA.

Se describió, en el apartado 5, cómo la Caballería del ala sur perteneciente al Ejército De Las Dos Coronas derrotaba a la Caballería aliada, a la que posteriormente perseguiría con no más de 500 jinetes; también y al tiempo, cómo la brigada Maine lo hacía sobre los batallones ingleses intercalados con los escuadrones de ambas líneas.

La derrota del ala sur austracista permitiría al teniente general D'Asfeld dirigirse hacia el norte con el resto de los escuadrones borbónicos de esa ala, donde cooperaría a decidir el combate, todavía indeciso, a favor del Ejército De Las Dos Coronas. Coincidió esta acción con la carga que llevaban a cabo el brigadier Mahony y el coronel Cereceda contra los batallones holandeses. Entonces, el teniente general conde Dohna Schodien, ante el peligro de ser atacado por la Caballería enemiga por ambos flancos, consideró perdida la batalla e inició la retirada con los batallones que pudo sacar de ambas líneas. No se puede precisar si recibió tal orden de su jefe, el teniente general Erle, o también actuó por su cuenta. Para evitar que le persiguieran, mandó a los infantes que se quitaran "los verdes" de la prenda de cabeza, los sustituyeran por papeles blancos y marcharan con música de marchas francesas; pero tal estratagema no le serviría por mucho tiempo. Según el cuadro de Ligli llegó a reunir 13 batallones, pero debieron ser más. Con su retroceso, dejó en el centro un gran vacío, que fue aprovechado por D'Asfeld para dirigirse contra el ala norte enemiga con sus escuadrones sin dificultades.

Detalle de la retirada de los 13 batallones de la columna Dohna (óleo de Ligli)

Erle, intentó evitar la persecución que la brigada Maine ejecutaba ya contra los cuatro batallones de Wade del ala sur austracista y el contraataque que la brigada Glymes (Guardia Real) reiniciaba contra los batallones ingleses del lado sur del centro aliado. Disponía de los cuatro batallones de la brigada Hill y otros tantos escuadrones de Van Drimborn y Harvey. Según el capitán de dragones Henry Hawley (ayudante de Erle), el propio teniente general ordenó hasta dos veces cargar a los holandeses de Van Drimborn, pero finalmente desistieron; parece ser que ya habían tenido muchas bajas en otras acciones contra la Infantería española del centro borbónico, por lo que su jefe alegó que no podrían ejecutarla. Entonces, el teniente general se puso al frente de los dos escuadrones de Harvey's Horse y cargó contra la brigada Maine. Sólo llegaría al choque con uno, porque el otro tuvo que hacer frente a dos escuadrones borbónicos, sacados de aquellos 500 jinetes que D'Asfeld había ordenado perseguir a la Caballería aliada. Al menos, conseguiría hacer daño a un batallón de la brigada, el situado más al sur. Pero, el fuego del resto de la brigada y la carga de jinetes enemigos, obligó a Erle a retirarse y que los batallones se incorporaran a la columna de Dohna. La brigada Glymes rechazaría igualmente a la de Hill, que también tendría que replegarse e incorporarse a la columna; todo ello gracias a la resistencia del batallón de Lord Mark Kerr (Batallón Kerr's Foot) que, después de detener a los batallones de las guardias española y valona, se entregaría al enemigo, rendición que fue aceptada.

Las dos líneas del centro del despliegue del Ejército Borbón habían quedado mezcladas a la altura de la segunda. Al cesar la presión de la Infantería aliada, las brigadas de esta segunda línea borbónica, que todavía no habían intervenido en el combate, iniciaron la persecución de la columna organizada por Dohna para retirarse.

7.3.- LA NOTICIA DE LA VICTORIA LLEGA A ALMANSA

Terminada la batalla hacia las 19,00 horas, Antón Gil, molinero y vecino de Almansa, recogió parte del uniforme de un soldado y vestido con esa ropa se dirigió corriendo a la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, donde, refugiados y muy asustados, se encontraban los habitantes que no se habían marchado de Almansa. Allí les dio la noticia de la victoria. A este molinero se le llamó el vitorero y su acción se repetiría todos los años, convirtiéndose en una costumbre que se trasmite de padres a hijos desde hace 300 años en la misma familia de Antón Gil. Consiste fundamentalmente en acompañar a la patrona de Almansa, la Virgen de Belén, dando los vitos a la Virgen en las dos romerías que se celebran.

Detalle de la puerta de Santa María de la Asunción de Almansa (foto del autor).

Aproximadamente a esa hora, Donha se acercaba al Cerro de los Prisioneros, perseguido por Mahony, con su regimiento y el de Cereceda. Su columna estaba compuesta por los batallones inglesas del centro aliado: Wills Marines, Mc Cartney y Gorges (brigada Mc Carney) de la primera línea y Portmore y Brettón (brigada Brettón) de la segunda línea; igualmente, por los batallones holandeses del centro aliado: Belcaste, Keppelfox, Viçouse y Torçay (de la segunda línea) y Welderen (de la primera línea); finalmente, por los tercios portugueses Novo de Almeida, De Castro y Viana (brigada Cámara), también de la primera línea del centro. Probablemente allí se refugiarían además restos de otras unidades aliadas, como, por ejemplo, de las brigadas: Wade de la primera línea del ala sur austracista y Hill de la segunda.

Direcciones de retirada del campo de batallautilizadas por el Ejército Aliado (mapa militar 1/100.000).

Donha tenía intención de librarse de la persecución del enemigo por la noche y pretendía dirigirse hacia Valencia. Pero rodeado por la Caballería borbónica, no lo pudo ni siquiera intentar. Al día siguiente, se rendiría a D'Asfeld, que, como buen francés, se apropiaría de los honores de la acción. Sin embargo, Das Minas y Erle, con su sobrino y ayudante Hawley, conseguirían llegar a Játiva.

Al analizar la batalla, queda claro que la disposición táctica de Berwick fue mucho más acertada que la de sus enemigos. Eligió el terreno de donde dar la batalla, mantuvo en el despliegue una reserva de Caballería y colocó a su infantería más novata en el centro. De esta forma logró modificar sobre la marcha el despliegue, lo que le permitió coger entre dos fuegos a los batallones aliados y, desde luego, ejercer el mando efectivo sobre todos sus subordinados.

La Caballería del Ejército De Las Dos Coronas fue la gran protagonista de la victoria. En primer lugar, derrotó al ala izquierda del Ejército Aliado; a continuación, restableció la situación en el centro; después, venció a la Infantería del ala derecha aliada y, por último, persiguió a la columna organizada por Donha a la que cercó en el Cerro de los Prisioneros y la obligó a rendirse al día siguiente. Pocas veces sería mejor aprovechada.

En el campo de batalla quedarían cerca de 6.000 cadáveres, de los que aproximadamente dos tercios pertenecerían al Ejército Aliado. A estos restos habría que añadir los aproximadamente 4.000 heridos y el ganado muerto o lesionado. La suerte de los heridos austracistas podía ser terrible si caían en manos de los lugareños, pues su recogida y traslado para su curación en los conventos se hizo muy lentamente. Los prisioneros serían alojados en las iglesias. Como no había medios suficientes para enterrar a los muertos se optó por quemar la zona.

Según la historiografía francesa, los aliados perdieron 5 generales, 7 brigadieres, 25 coroneles, 700 oficiales y casi 10.000 soldados, lo que parece algo exagerado; aunque se pudieran rebajar estas cifras, dan idea del desastre sufrido por su ejército.

El brigadier Ronquillo sería comisionado para llevar la noticia a Felipe V y al conde de Pinto se le encargaría llevar los estandartes y banderas capturadas. Pérez de Castro se lamentaba de que hubiera enseñas de los reinos de Aragón, Valencia y Cataluña. Sin embargo, según Hawley, no parece que participaran muchos españoles en el Ejército Aliado. Desde luego, si hubo algunos combatientes de estas regiones, no llegaron a constituir una unidad de entidad batallón o escuadrón.

El reino de Valencia sería abandonado a su suerte y, aunque prácticamente se entregó sin lucha, sufriría la aplicación del decreto de nueva planta más duramente que Aragón y Cataluña. Con todo, mantuvieron una resistencia obstinada las poblaciones de Játiva, Alcoy, Alcira y Denia, por lo que fueron saqueadas y la primera casi totalmente destruida.

Felipe V, con esta victoria, solucionó una situación peligrosísima para la continuidad de su reinado, pues Luis XIV, con su nación exhausta, pretendía negociar la paz con los aliados, seguramente a costa de España y de su nieto. Otro momento malo se produjo en 1710, pero también se solucionaría mediante la victoria en una batalla, la de Villaviciosa, en la que volvió a ser protagonista la Caballería.

Casa grande, palacio de los condes de Cirat, actualmente sede del Ayuntamiento de Almansa (foto del autor).

Grabado de 1863 que muestra el primer obelisco erigido en 1707 por orden de Felipe V y diseñado por Filippo Ballota para conmemorar la victoria de las tropas borbónicas. El monumento sería destruido en 1868.

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