Batalla de Treviño (7 de julio 1875)

18.09.2022

Triunfo liberal que señaló el comienzo del declive carlista

Por Juan María Silvela Miláns del Bosch

1.- INTRODUCCIÓN

Esta batalla se produjo durante la tercera Guerra Carlista y fue el punto de inflexión donde comenzó la futura y definitiva derrota del carlismo. Estas contiendas civiles españolas del siglo XIX fueron consecuencia, en principio, de la derogación de la Ley Sálica de Felipe V (1713). España, que todavía no se había recuperado de la Guerra de la Independencia, se enzarzaría en la primera de estas tres desastrosas guerras del siglo XIX al fallecer Fernando VII el 29 de septiembre de 1833. Esta primera duraría seis años y fue posible porque Carlos V contaría con muchos partidarios en Cataluña y en las vascongadas; en la primera región, a causa de la promesa efectuada por el pretendiente de restablecer los privilegios de autogobierno suprimidos por el Decreto de Nueva Planta de Felipe V y, en la segunda, por el temor a que peligrasen sus fueros. Posteriormente contó con mucho apoyo rural, promovido por el viejo orden gremial que se sintieron amenazados por la desamortización de Mendizábal (1836). Muchos colonos, casi propietarios en los terrenos de la Iglesia, se vieron convertidos en temporeros y claramente perjudicados, así como sus proveedores y clientes minoristas, pues dejaron de comerciar con ellos. Los carlistas llegarían a poner en graves aprietos el reinado de Isabel II, pero finalmente los isabelinos o cristinos se impondrían. Acabó con el llamado abrazo de Vergara (Oñate, 31/VII/1839) entre los generales Espartero y Maroto.

La segunda Guerra Carlista duraría tres años, de 1846 a 1849. Algunos historiadores no le conceden la calificación de verdadera contienda. Desde luego, tuvo un carácter mucho más local, pues la sublevación sólo tuvo cierto éxito en Cataluña (guerra de los matiners) y en gran parte del Maestrazgo. Pero el esfuerzo isabelino para lograr la victoria fue tan grande que parece acertado darle la consideración de guerra civil. El pretendiente fue Carlos Luis de Borbón y Braganza, hijo de Maria Teresa de Braganza (princesa de Beira) y Carlos V.

un nueva sublevación carlista se produjo entre 1855-56, favorecida por la desamortización emprendida por Madoz en esos años, a pesar de haber sido gestionada de forma más ordenada que la anterior; otras intentonas fueron el desembarco en San Carlos de la Rápita en 1860 y los levantamientos de 1869 y 1870 con motivo de la revolución septembrina.

Pero vayamos a la tercera Guerra Carlista, que fue donde se libró la batalla de Treviño. Se inició el 21 de abril de 1872 y finalizó el 2 de marzo de 1876. El nuevo pretendiente sería Carlos María de Borbón Austria-Este, duque de Madrid y de Anjou, por lo que era también jefe de la casa Borbón francesa. Había nacido en Liubliana el 30 de abril de 1848 y fallecería en Varese (18/VII/1909). Era hijo de Juan de Borbón y Braganza, que pretendió renunciar al trono, cosa que su madre, la princesa de Beira, no consintió. Finalmente, abdicaría de sus derechos el 3 de octubre de 1868 en favor de su hijo, considerado por los carlistas como Carlos VII.

La revolución de 1868, la septembrina, había destronado a Isabel II que debió irse al exilio. Sin embargo, la tensión entre las diferentes agrupaciones políticas y sociales no disminuyó; por el contrario aumentó, de tal manera que hacía presagiar graves conflictos en los años venideros. Los partidos estaban radicalmente enfrentados cuando Amadeo I de Saboya fue traído a España por el general Prim y coronado rey. El nuevo monarca comprendería a los españoles todavía menos que Napoleón y se mostraría incapaz de solucionar razonablemente el enfrentamiento político entre liberales moderados y progresistas, demócratas, radicales, republicanos y carlistas. España se había vuelto ingobernable y el problema del reclutamiento a través de las "quintas" agravó la situación interior y la guerra de Cuba la exterior.

Todas estas circunstancias, hicieron que el general Rodas aconsejara al pretendiente de que era el momento de actuar y además de que su acceso al trono sólo podía venir a tiros; este mal consejo impulsó a Carlos VII a entrar en España por Vera de Bidasoa el 2 de mayo de 1872, sin apenas preparación. No disponían de armamento y medios, pues, según la expresión carlista, faltaba de todo y, como consecuencia, el inicio de la guerra resultó para los carlistas un gran fracaso. El general Moriones sorprendería a Carlos VII en Oroquieta, donde estuvo a punto de caer prisionero; conseguiría escaparse y volver a Francia gracias a su excelente caballo. De todas formas, 700 de sus seguidores fueron capturados por los liberales. El general López de Letona vencería a los carlistas en Vizcaya por lo que la Junta Carlista de la citada provincia se vio obligada a aceptar un convenio ofrecido por el general Serrano en Amorebieta el 24 mayo, después de 23 días de lucha inútiles; con todo, consiguieron un amplio indulto, pero ninguno de los dos bandos acabaría por aceptarlo. Serrano tendría que dimitir y el general Rada sería destituido.

La proclamación de la República en febrero de 1873, provocaría la organización de múltiples partidas carlistas y que el mariscal de campo Antonio Dorregaray entrara en España por Dantxarinea; se incrementó rápidamente la sublevación carlista, que se extendería a varias zonas de operaciones. La principal fue, desde luego, el norte de España, especialmente en las vascongadas y Navarra; en ambas se producirían los más importantes enfrentamientos entre los dos ejércitos. Una segunda zona fue Cataluña, donde los liberales tuvieron que emplearse a fondo para evitar y contrarrestar los numerosos golpes de mano realizados por los carlistas. Finalmente, un tercer escenario fue el centro y este peninsular, donde la acción de los liberales se redujo prácticamente a perseguir a las partidas de guerrilleros a través del Maestrazgo, el Bajo Aragón y el norte de Valencia.

Un número importante de historiadores han aceptado la división de la tercera Guerra Carlista en cuatro fases. La primera desde el 1 de abril de 1872 a mayo de 1873. Al principio de esta fase, los carlistas sufrieron dos derrotas importantes en Oroquieta, ya citada, y en Manresa. Pero la situación cambiaría rápidamente, pues los liberales se verían enfangados en un tremendo caos político y militar, con continuos motines en las unidades y una indisciplina generalizada.

Las unidades desplazadas para luchar contra el carlismo se habían articulado en dos núcleos; la mitad empleadas en defender los principales núcleos de población y el resto a formar columnas móviles. Su efectividad sería nula, al carecer las unidades de maniobra de la entidad suficiente para dominar y destruir a las partidas enemigas. Además, en seis meses se relevarían ocho mandos supremos diferentes en el Ejército del Norte liberal, por lo que se haría imposible restablecer el orden y la disciplina. La primera República había sido proclamada el 11 de febrero de 1873 y la inestabilidad política crónica que sufrió impediría tomar las medidas necesarias para resolver favorablemente la contienda civil. Tal desgobierno provocaría el fin de la República federal democrática el 3 de enero de 1874. Esta situación permitiría a los carlistas obtener importantes victorias en Eraul y Udabe en mayo del 73 y en Puente la Reina al mes siguiente.

Carlos VII consiguió formar un verdadero ejército en el verano de 1873. Tal logro, le permitió conquistar Estella, donde estableció su capital, y derrotar a los republicanos en Montejurra en noviembre del mismo año. Animados por estas victorias, iniciarían el cerco de Bilbao en enero del año siguiente, colocando Carlos VII su cuartel general en Vizcaya (Durango). Era la aspiración secular del carlismo, establecer su capital en Bilbao y obtener el reconocimiento internacional. En febrero de 1874 se da por terminada esta segunda fase.

Durante 1874 y ya en la tercera fase, se siguieron produciendo éxitos carlistas: en Castellfollit de la Roca en febrero, en San Pedro de Abanto en marzo y en Abárzuza en junio. Al año siguiente y a principios de febrero en Lácar. Carlos VII llegó entonces a ocupar y dominar Vizcaya, salvo Bilbao y Portugalete; casi toda Guipúzcoa excepto Guetaria, Tolosa y la zona de San Sebastián con Hernani e Irún; Álava menos su capital, Vitoria, e igualmente Navarra excepto Pamplona.

A partir del golpe del general Pavía (3/I/1874) y de la dictadura del general Serrano, que le siguió, se comenzaron a tomar las primeras medidas que iban a permitir cambiar el sentido de la guerra. Los primeros resultados tardaron varios meses en llegar, pero al fin, el 2 de mayo de 1874, los carlistas se vieron obligados a levantar el sitio de Bilbao. Con todo, el general Serrano fracasaría ante Estella.

Restablecida la monarquía con Alfonso XII como rey (pronunciamiento del general Martínez de Campos el 29 de diciembre de 1874), se adoptó una estrategia diferente a la seguida hasta entonces y se dieron severas órdenes para restablecer la disciplina. A partir de entonces, fueron organizadas fuertes guarniciones en las capitales y otras menores en los pueblos para rodear al territorio carlista, desde Castro Urdiales hasta Jaca, apoyándose en Medina de Pomar, Miranda, Logroño, Tudela y Tafalla. Su objetivo era aislar a los carlistas y evitar que pudiera extenderse la sublevación a Castilla, Rioja o Aragón. El resto constituiría el Ejército de Operaciones. Este actuaría, a partir de entonces, reunido en un frente principal, salvo una o dos unidades de escalón brigada o división, reservadas para actuar en frentes secundarios y en misiones de distracción o contención. Terminaría esta fase con la derrota del ejército carlista en Treviño (7/VII/1875), vitoria liberal que obligó a Carlos VII a levantar la presión sobre Vitoria.

Durante la última fase de la guerra, los carlistas serían derrotados en el centro (VII/1875) y en Aoiz en octubre. En ese mismo mes se alcanzaría la paz en Cataluña. Ya en el año siguiente, se conquistaría Estella, al ser derrotados los carlistas en Elgueta (13/II) y Carlos VII se vería obligado a cruzar la frontera francesa unos días después (28/II); el 2 de marzo se rendiría su último baluarte en España: el castillo de Lapoblación.

Figura 1. Carlos María de Borbón y Austria-Este, pretendiente carlista al trono de España como Carlos VII

2.- LA ACTUACIÓN DE AMBAS CABALLERÍAS HASTA LA BATALLA DE TREVIÑO

Para realizar este análisis, es muy pertinente reproducir el texto que escribió el marqués de Medina sobre las misiones de la Caballería en su obra "Elementos del Arte Militar" publicada en 1879", y que constituye una buena muestra de lo que se consideraba debía exigirse al Arma. Afirmaba que el cometido del Arma en el combate:

Es tan importante que, si es buena y la desempeña bien, puede decirse que en ella estriba la seguridad y el descanso del Ejército entero, porque encargada generalmente de los reconocimientos, de despejar el terreno, de seguir paso a paso los movimientos del enemigo, descubriendo cuanto hace o intenta, hostilizándole siempre, interceptando sus convoyes, apoderándose de sus espías, destruyendo sus depósitos, entorpeciéndole cuantas operaciones proyecta, le obliga, para contrarrestar sus esfuerzos, a gastar en su defensa la fuerza ofensiva que necesita para el ataque.

El citado autor seguía con la descripción de las actuaciones de la Caballería en situaciones estáticas:

En los campamentos cubre los puestos avanzados, destaca patrullas, envía partidas que penetrando en el territorio enemigo siembran entre sus mismas columnas la alarma y el espanto, practica las descubiertas y, recorriendo todo el terreno que circunvala el campo, da anticipado aviso de cuantas novedades ocurren.

Continuaba con los cometidos que debía cumplir durante los movimientos de las tropas:

En las marchas sirve de vanguardia o retaguardia, según se avanza o se retrocede, cubre los flancos, explora el terreno, vigila cuanto ocurre y transmite las noticias.

Y terminaba con la actuación de la Caballería en las batallas:

...tantea al enemigo, se traslada instantáneamente de un punto a otro para acudir donde el peligro más arrecia y su presencia sea necesaria para restablecer el combate, se arroja impetuosamente sobre las tropas que ofrecen desesperada resistencia y, rompiendo las últimas formaciones, acuchilla a las masas enemigas. Vencedoras las tropas de quienes forma parte, saliendo al frente, persigue sin descanso al enemigo batido, tratando de cortarle sus líneas de retirada, acosa sin cesar a las fuerzas que se repliegan, haciendo cunda el desaliento en sus filas, hasta que vacilantes, rotas o completamente dispersas, se hace imposible su reorganización, se hace factible coger crecido número de prisioneros que ella misma hace.

Vencidas las fuerzas a quienes auxilia, también es la Caballería la que, saliendo al frente, tiene la honrosísima misión de oponerse como un escudo al arranque del vencedor, de impedir que envuelva o llegue a las deshechas columnas que cubre, de defender paso a paso el terreno que a ellas conduce, de resistir, aunque siembre de cadáveres el campo, su empuje victorioso, de dar tiempo con su resistencia para que se ordene una retirada que, sin ella, pudiera ser sumamente desastrosa.

Después de esta completa descripción, al analizar la actuación de ambas caballerías en la tercera Guerra Carlista, se llega a la conclusión de que no alcanzaron el aprobado y los jinetes carlistas con nota todavía más baja; en principio y desde luego por su poca identidad. Con todo, no se produjeron novedades reseñables durante la misma y se llevaron a cabo escasas acciones tácticas audaces de las que se pueda aprender y destacar; una excepción fue Treviño.

Un testimonio de que los carlistas no habían conseguido organizar una Caballería en calidad y cantidad suficiente para enfrentarse a los liberales en la segunda y tercera Guerrra Carlista, como se logró en la primera guerra, nos la proporciona Mariá Vayreda al relatar sus vicisitudes en la Guerra de los Matiners: sobre su preparación escribía:

...la instrucción no era mucho mejor. El caballo en la lucha se desordenaba, se botaba con los estampidos, sino se le había habituado previamente a ellos. El jinete necesitaba haber ejercitado los movimientos tácticos dispuestos para el escuadrón...

No bastaba, por tanto, con saber montar, tener un caballo y derrochar entusiasmo. Sin embargo, relataba que:

Apenas había acción, pequeña o grande, en que no tuviéramos que hacer nuestro papelón. En cuanto se había entrado en fuego y se había iniciado el movimiento de avance o retroceso, tanto lo uno como lo otro, casi siempre desordenadamente, ya se sabía lo que iba a ocurrir, de un extremo a otro de las filas se alzaba el grito de ¡Caballería a la carga! No se tenía en cuenta si el terreno era o no a propósito, ni si nosotros éramos pocos o muchos, sino que, con gritos y más gritos, se nos pedía nuestra acción como si nosotros fuéramos capaces de hacer milagros.

La preparación y los medios de la Caballería carlista en la tercera guerra fueron todavía peores que la anterior. Una acción que los liberales realizaron frecuentemente con sus escuadrones fue el doble envolvimiento del enemigo en la conquista de sus posiciones. Los carlistas conscientes de su menor entidad, buscaban siempre protegerse en las localidades que, situadas en los altos de los cerros o montes, les permitieran organizar bien su defensa; una vez conseguido dominar una zona con estas posiciones, ocupaban los valles y las localidades más importantes comprendidos entre estos puntos fuertes que procuraban atrincherar. Pero muy pronto el mando liberal se apercibió de que los batallones enemigos tenían pánico a ser envueltos y abandonaban las trincheras en cuanto vislumbraban verse en esa situación.

Por otra parte, fueron escasos los choques entre escuadrones, principalmente por la poca entidad y falta de instrucción de las partidas carlistas, que ante la mayor entidad y envergadura de los caballos de los escuadrones liberales optaban por la dispersión. Por este motivo el general Concha se vio obligado a ordenar que:

Siendo un hecho constante en la Caballería carlista el emplear la dispersión para retirarse, es preciso emplear un medio adecuado a este sistema para perseguirla. En consecuencia, toda la Caballería de este Ejército, formará en batalla de hoy en adelante con las filas abiertas a distancia de sección menos tres pasos, a fin de que llegado el caso de la carga, la primera fila pueda entregarse a rienda suelta a la persecución, sin detenerse después del choque para ordenarse, mientras la segunda marchará en buen orden sirviendo de apoyo y protección a la primera.

Aunque, desde luego y como hemos visto, no desapareció la carga, hubo de aumentarse la ligereza y movilidad de las unidades. En Treviño:

El Arma de Caballería, tuvo ocasión de tomar gloriosa parte en la jornada, acreditando una vez más que el alcance de las armas modernas, no siempre puede impedir a los jinetes el uso del sable. (Tomado del historial del Regimiento Pavía)

En realidad, no fue el sable protagonista en esta batalla sino la lanza.

Esta última era el arma preferida para cargar, en especial en línea y contra unidades en posición o atrincheradas. El sable semi-curvo no era fácil de emplear sin la instrucción debida. Mariá Vayreda, lo explica con mucha gracia:

Yo había visto descargar furiosos sablazos que, por topar con las mochilas, los correajes o sencillamente con los cartones o fieltros del ros de los soldados, no producen mucho más daño que si los hubiesen pegado con su garrote. No diré que no hubiese excepciones, pero la raza de aquellos guerreros que de un golpe de tizona partían a un hombre de arriba abajo, como un nabo, se ha acabado.

Figura 2. Caballería Carlista en el frente Norte (Augusto Ferrer Dalmau)

3.- LOS PRELIMINARES

3.1.-SITUACIÓN DE LOS LIBERALES

En el verano de 1875, Vitoria estaba prácticamente cercada; tal situación había comenzado ya en marzo de 1874. El teniente general Genaro Quesada Mathews, jefe del Ejército de Operaciones del Norte, consideraba imprescindible romperlo y, desde luego, restablecer y mantener segura de modo permanente la comunicación entre Miranda de Ebro y la capital alavesa. En junio, una división, que había salido de Miranda de Ebro el día 19, consiguió desde Puebla de Arganzón forzar la línea de rio Zadorra y llegar a Vitoria. Volvió el día 22 y dejó en Las Conchas y en La Puebla guarnición defensiva y preparación para llevar a cabo una futura fortificación de ambas posiciones. La división había tenido que vencer una dura resistencia en Nanclares, así como un fuerte hostigamiento desde la sierra Brava de Badaya, tanto en la ida como en el regreso. La acción, llevada a cabo con tanto esfuerzo, puso de manifiesto la urgente necesidad de romper tal presión. Los días 28 y 29 las unidades liberales realizaron nuevos reconocimientos sobre la citada sierra, cuyo resultado le hizo pensar a teniente general Quesada que debía reunir más fuerzas para llevar a cabo su plan de maniobra.

Como consecuencia, el jefe del Ejército del Norte esperaría a dejar asegurado el terreno conquistado en Navarra y a que se terminaran las obras defensivas correspondientes para disponer de las fuerzas suficientes para liberar Vitoria. Una vez conseguido más refuerzos, se desplazó a Miranda de Ebro para preparar la maniobra. La primera medida que tomó fue ordenar que se realizase el día tres de julio un reconocimiento armado sobre Pangua y que se ocupara San Formerio. Al día siguiente, envió a Puebla de Arganzón seis batallones, dos escuadrones e incluso Artillería. Pretendía que el enemigo pensara que intentaría forzar el paso a Vitoria directamente a través de Las Conchas o por la orilla derecha del Zadorra. A continuación, se dirigió, con su cuartel general y el resto de sus tropas, a Espejo por Fontecha y Bergüenda; ocupado Espejo, siguió a Villanueva de Valdegovía, con el fin de recibir al teniente general José María de Loma Arguelles que venía a reforzarle con una división de su 3º Cuerpo del Ejército que operaba en el valle de Mena. Atardecía y no se tenían noticias de Loma, pero se había oído cañoneo en dirección norte, por lo que el teniente general supuso que su aproximación habría sido dificultada por fuerzas enemigas.

Decidió entonces volver a Espejo y esperar allí. Nada más llegar a la citada población, recibiría la noticia de que Loma y su división estaban ya cerca. Esta gran unidad se abasteció en Espejo y siguió hacia Salinas de Añana; en esta última población desalojó a tiros a un batallón carlista y allí pernoctaría. Esta acción iba a tener posteriormente gran influencia en el desarrollo de la batalla de Treviño, pues, unida a la concentración de unidades en Puebla, haría que el mando carlista se ratificase en su hipótesis más probable sobre la dirección de ataque del enemigo; sería desde Puebla y Las Conchas o por la orilla derecha del Zadorra.

En cumplimiento de la primera orden dada por el general jefe del Ejército del Norte, el coronel del Regimiento Asturias de Infantería, que se había acantonado en Armiñón, intentó que unas patrullas de su regimiento tomaran San Formerio, pero se encontraron la zona donde se encuentra la ermita de ese nombre ocupada por una partida carlista; para no dejar sin la debida guarnición al pueblo, el jefe del regimiento pidió refuerzos al teniente general. Logrados estos, los carlistas serían expulsados de San Formerio el día 6 por la mañana por dos batallones del Regimiento de Infantería León, que había venido como refuerzo desde Navarra. Tal acción debía haber advertido al mando carlista de cuáles eran las verdaderas intenciones de Quesada.

El general jefe liberal, que había regresado a Miranda de Ebro el día 5, dedicaría el día siguiente a precisar el plan de maniobra que le permitiera romper definitivamente el cerco a Vitoria. En la noche de ese día, Loma y su división llegaron a la zona de Manzanos con mucho esfuerzo y retraso a causa del temporal de lluvias que sufrieron durante la marcha; se estacionarían en este pueblo y localidades próximas, sin haber podido abastecer todavía a las tropas; debía hacerlo para tres días. La división estaba integrada por dos brigadas, la primera mandada por el brigadier Prendergast y la otra, accidentalmente, por el coronel Pardo de la Casta. En total ocho batallones, dos escuadrones del Regimiento de Cazadores de Talavera y una batería de montaña.

Mientras, el mariscal de campo Tello se mantenía situado en Puebla de Arganzón con cinco batallones y dos escuadrones del Regimiento de Lanceros del Rey, que serían los protagonistas de la batalla de Treviño, una batería Krupp y una sección de cañones Plasencia. En Armiñón y Estavillo estaba el brigadier Alarcón con cuatro batallones, un escuadrón y una batería de montaña. Por último, el brigadier Pino se encontraba en Miranda con cuatro batallones, dos escuadrones del Regimiento de Húsares de Pavía y una batería de montaña. En Miranda de Ebro, integrados en el Cuartel General de Quesada se quedaron tres batallones al mando del brigadier Arnaiz, así como otros tres batallones que serían dedicados a la protección de convoyes y para completar la guarnición de los pueblos próximos a Miranda. Las brigadas Pino y Alarcón pertenecían a la división que mandaba el general Manuel Álvarez Mendizábal del 2º Cuerpo de Ejército.

Quesada iba a disponer para maniobrar de 24 batallones, 7 escuadrones y 6 baterías (cuatro de montaña, dos montadas y una sección de cañones Plasencia; en total, 28 piezas); así como de tres compañías de ingenieros y una partida de jinetes llamada Voluntarios de Miranda. Con todo, el terreno impediría emplear la Artillería montada, que se quedaría en las posiciones de salida.

Figura 3. Efectivos enfrentados en la batalla de Treviño

Figura 4. Mapa del condado de Treviño

Figura 5. Movimientos previos a la Batalla de Treviño efectuados ppor las tropas Liberales

3.2.-SITUACIÓN DE LOS CARLISTAS

Para impedir el acceso a Vitoria, los carlistas habían tenido que ocupar un frente de 35 kilómetros, demasiado para sus unidades de Infantería. En el extremo izquierdo de su despliegue defensivo, al sur del condado, protegieron con trincheras las poblaciones de Grandival y Araico; seguía la línea defensiva por la capital del condado, Cucho y altos de Basaldía, que aseguraron también con atrincheramientos; cruzaba después los Montes de Vitoria por Doroño; continuaba por Zulmelzu, centro del despliegue y cruzaba finalmente el río Zadorra frente a Nanclares, para continuar por las poblaciones de Villodas, Montevite y Subijama-Morillas, zona donde pensaban que llegaría el ataque en fuerza de los liberales y que, por supuesto, fue debidamente fortificada.

Para defender la línea en la orilla izquierda del Zadorra, se situaron las siguientes unidades de Infantería: los batallones 5º de Navarra, 5º de Aragón, 5º de Clavijo, 3º de Castilla y 4º de Álava, ya este último sobre los montes de Vitoria. Además, disponían del escuadrón del Rey y de una batería de montaña con tres cañones. En la otra orilla del Zadorra, se posicionaron los batallones 1º, 2º y 4º de Castilla, 2º, 3º y 6º de Navarra, 5º de Álava y 1º de Guipúzcoa, más cuatro escuadrones del Cid. De artillería disponía de la 1ª batería de montaña completa, tres piezas de la 2ª y otros tres cañones Plasencia. En total, 14 batallones, 5 escuadrones y 3 baterías no completas.

Ante la información de que el ataque liberal se había iniciado hacia Treviño con la intención de cruzar los montes de Vitoria por el desfiladero de Doroño, el teniente coronel Pérula, recién nombrado Jefe del Estado Mayor General del pretendiente Carlos VII, desplazaría hacia los Montes de Vitoria los batallones 3º y 6º de Navarra y los 1º, 2º,y 4º de Castilla con el apoyo de tres de los escuadrones del Cid, los tres cañones Plasencia y la 2ª batería de montaña, todas estas unidades bajo su mando directo.

Figura 6. Despliegue efectuado por las tropas Carlistas para impedir la ayuda de los Liberales a Vitoria

4.- PLAN DE MANIOBRA DEL GENERAL QUESADA

El general Quesada había decidido atacar el despliegue carlista en dirección este-oeste por cuatro ejes distintos. Los dos esfuerzos principales al norte y sur de San Formerio. Un tercer eje central, se iniciaba en estas alturas y apuntaba directamente hacia Treviño. Y finalmente un cuarto eje, desde Arganda y por las estribaciones de los Montes de Vitoria finalizaba en Zaldiarán; aunque no era el esfuerzo principal, las unidades que deberían llevarlo a cabo tendrían que cumplir una misión muy importante, pues debían impedir que las unidades carlistas atacaran el flanco norte del despliegue liberal.

Al llegar a la línea marcada por la capital del condado en sentido norte-sur, las unidades, que progresaran por los tres primeros ejes citados, debían realizar una conversión a la izquierda, para dirigirse por el desfiladero de Doroño hacia Vitoria.

Sobre este planteamiento general, daría las siguientes órdenes a los jefes de las cuatro columnas el día 6 de julio.

Al teniente general Loma, le ordenaba que, a las 06,00 horas del día siguiente, y una vez hubiera dejado debidamente protegidos el puente y el molino de Manzanos, iniciara la progresión por el camino que considerara más conveniente hacia Treviño (desde luego al norte de San Formerio) con dos batallones en vanguardia y el resto en reserva. Le advertía que, a esa misma hora, desde Puebla y después de ocupar La Concha de la derecha, el mariscal de campo Tello, avanzaría por las estribaciones de los Montes de Vitoria, proporcionándole seguridad a su flanco izquierdo a una distancia de 5 Km.

Al brigadier Alarcón que, con su brigada y desde Armiñón, debía estar a esa misma hora sobre la meseta de San Formerio para después avanzar también sobre Treviño y apoyar con su batería, debidamente asentada en la citada altura, la progresión del brigadier Pino por la falda sur de la estribación.

Al cuartel general le mandaba que debía estar en San Formerio en el citado monte a esa hora y, posteriormente, que ocupara Pangua con tres batallones.

Al brigadier Pino, situado en Miranda de Ebro, que a las 06,00 horas del día 7 de julio debía estar sobre la falda de San Formerio para avanzar hacia Treviño con su brigada, sin contestar a los disparos que le pudieran hacer desde las estribaciones del sur del condado para no retrasar su marcha.

Al brigadier Alarcón, que, a la misma hora y fecha que había señalado a los demás, una vez instalada la batería en San Formerio, protegida por un batallón y en el asentamiento adecuado para apoyar a la brigada Pino, siguiera directamente hacia Treviño. En Armiñón, como protección, sólo debía dejar tres compañías de Infantería y una sección de Caballería.

Por último, al mariscal de campo Tello, que a la citada hora del mismo día debía tener ocupada La Concha de la derecha con la menor fuerza posible e iniciara el avance por las estribaciones de la citada Concha y de la sierra a ella unida (los Montes de Puebla). También informaba a las cuatro columnas de los movimientos de las demás.

5.- LA BATALLA

El teniente general Quesada, a las 04,00 horas, salía de Miranda de Ebro con su cuartel general hacia San Formerio, a donde llegó tras tres horas y media de marcha. Desde allí, pudo comprobar que todas las columnas habían iniciado sus movimientos, por lo que se trasladó al este de Pangua, entre las dos direcciones que seguían las columnas principales, la del teniente general Loma y la del brigadier Pino, lo cual le permitía seguir dirigiendo la maniobra proyectada.

El brigadier Pino, que hacia las 05.00 horas se encontraba con sus unidades al sur de Armiñón, había iniciado la marcha hacia Berantevilla y tomaba la dirección de Lacervilla y Muergas. Como estaba previsto, recibió fuego de fusilería desde las estribaciones del sur, pero siguió adelante por las faldas de San Formerio sin bajas para llegar a la última población citada, donde debía esperar a que el teniente general Loma alcanzara Añastro. Enfrente, el enemigo había iniciado dos atrincheramientos, delante de las localidades de Grandival y Araico.

El teniente general Loma, que había progresado desde Manzanos hasta Burgueta, a las 07,00 horas se dirigía hacia Añastro. Los carlistas habían colocado en Basaldía dos baterías en posición de fuego con las que pretendían dificultar el avance de su columna y, al igual que al sur de la línea San Formerio-Treviño, habían excavado trincheras delante de Cucho y en la ladera de los altos de Basaldía.

La columna Alarcón, una vez dejado la batería de montaña dispuesta en San Formerio para apoyar a la columna Pino y protegida por un batallón, siguió hacia Treviño, junto al cuartel general de Quesada que marchaba escoltado por el coronel Arnaiz y sus tres batallones. Las dos columnas (Pino y Alarcón) pertenecían a la división del mariscal de campo Maldonado.

Una vez situadas las columnas de Loma y Pino en Añastro y Muergas respectivamente y cumplida con precisión la primera parte de la maniobra proyectada con escasa resistencia del enemigo, el teniente general jefe daría la orden de efectuar el ataque general. Las tres baterías de las tres columnas, situadas en posición, abrirían fuego sobre las defensas enemigas desde Basaldía a Grandival; éste, realizado con efectividad, causaría gran desconcierto entre los carlistas. No se esperaban el ataque en aquella zona y a alguno de sus batallones fue sorprendido asistiendo a misa, pues era el día 7 de Julio, festividad de San Fermín.

Pino ordenaría entonces al 1º batallón atacar directamente Grandival y al 2º de Castilla avanzar para rodear por el norte la línea defensiva enemiga. Los dos batallones de vanguardia de la columna Pino cruzarían el rio Ayuda e hicieron retroceder a los ocupantes de las trincheras construidas al oeste de Grandival y Araico. Pino lanzó entonces a sus Húsares de Pavía contras las partidas que cubrían el retroceso de los carlistas, logrando capturar 25 prisioneros. Al tiempo y al comprobar la retirada de la línea enemiga hacia las poblaciones citadas, ordenó a los batallones Barbastro y Ciudad Rodrigo, que hasta entonces habían progresado en reserva, que rodearan Grandival por el sur.

El temor a ser envueltos, sentimiento arraigado en los carlistas en esta tercera guerra, motivó su precipitada huida. Grandival y Araico fueron abandonadas y sus defensores huyeron hasta rebasar la carretera de Vitoria a Peñacerrada, pues las unidades liberales llegarían en su avance hasta Las Ventas de Armentia.

La columna de Loma, arrollaría también a los defensores de las trincheras que cubrían la línea de Busto (pueblo) a Cucho; al darse cuenta el teniente general de la desbandada carlista, intentó cortarles la retirada lanzando a las escoltas de los regimientos de Caballería Albuera y Talavera que le protegían; tenían muy poca entidad y no consiguieron capturar los cañones asentados en Basaldía; se conformaron con coger 5 prisioneros.

Por su parte (más al norte), el brigadier De Prendergast avanzó incontenible hasta ocupar los pueblos de Arrieta, Doroño y Meana. Al llegar a esta zona, fue informado de las dificultades que tenía la columna del mariscal de campo Tello en su avance por los montes de Vitoria. Recibió, entonces, la orden de que los batallones Cazadores de Alcolea y el de Reserva 23 de su brigada subieran a Zandiarán para atacar por retaguardia a las unidades carlistas que presionaban a la columna de Tello; al tiempo, dispuso que su artillería batiera el despliegue enemigo en las alturas del citado monte. Mientras, la brigada de Pardo de la Casta ocupaba los montes que desde el oeste dominan Treviño.

El teniente general Quesada, pudo comprobar que su plan de maniobra se cumplía con pleno éxito, lo que le permitió entrar en la capital del condado a las 13,00 horas. Allí se encontraría con 2.000 raciones de pan, 700 de pienso y cuantioso bagaje, demostración de la precipitada retirada efectuada por el enemigo. En su descargo, debe señalarse que el flanco izquierdo de su despliegue no tenía la entidad suficiente para resistir el ataque liberal. La mayoría de sus unidades se retiraron hacia el Puerto de Vitoria para adentrarse en la provincia de Álava, hacia la línea señalada por Ozaeta, Salvatierra y Maeztu; otras lo harían desordenadamente y llegaron en su huida, al norte, hasta Argomaniz y, al sur, hasta Peñacerrada. Este fue el caso del batallón Clavijo, que tuvo muchas bajas.

Figura 7. Movimientos de las columnas Liberales según el Plan de Maniobra del teniente general Quesada

6.- LA ACTUACIÓN DE LA COLUMNA TELLO.

El mariscal de campo Tello dejaría, para la protección de Puebla de Arganzón, tres compañías del batallón de Reserva nº 7 y una sección de Artillería montada, que no podía ser empleada en los Montes de Vitoria por la carencia de caminos adecuados para transportarla.

A las 07,00 horas, ya estaba ocupada La Concha de la izquierda, mediante un batallón del Regimiento de Infantería Valencia y una sección de Artillería montada.

Media hora más tarde era ocupada, La Concha de la derecha. Allí entraría en posición otra sección de Artillería montada y una sección de Ingenieros, protegidos por cinco compañías pertenecientes al batallón de Reserva nº 7.

Ambas posiciones quedaron bajo el mando del coronel José Rodríguez Trelles. El citado coronel contaba, además, con 10 jinetes de un escuadrón del Regimiento de Lanceros del Rey, para que pudieran avisar con rapidez de los movimientos peligrosos de las unidades carlistas situadas en Nanclares (Langraiz), Ollavarre, Montevite (Mandaita) y Subijama-Morillas.

Tello iniciaría la progresión hacia Villanueva de Oca con su columna a las 07,00 horas. Estaba articulada de la siguiente manera: en vanguardia el batallón del Regimiento Soria, seguido de una sección de Artillería de montaña (2 cañones), protegida por una sección de Ingenieros; a continuación, el batallón de Reserva nº 5 y, como reserva, el batallón de Cazadores de La Habana, que mandaba el teniente coronel Luis de Santiago, así como dos escuadrones del Regimiento de Lanceros del Rey con aproximadamente 140 jinetes.

Figura 8. Posiciones ocupadas inicialmente y progresión de la columna del mariscal Tello

El coronel Bernabéu, al frente del batallón del Soria, hizo desplegar en guerrilla a una de sus compañías, apoyada por otra, para ascender por la ladera sur de los Montes de la Puebla. Cuando el grueso de la columna llegaba a la senda que descendía hacia Nanclares, Tello mandó que una compañía del batallón de La Habana ocupara el alto de la Tejera, mientras otras dos desplegaran en la ladera sur, para proteger su flanco derecho; el resto debía seguir la progresión por el puerto de San Miguel hacia el vértice Busto y Zaldiarán. Antes de llegar al alto de Busto, se presentaron al frente dos compañías carlistas desplegadas, que contaban con el apoyo de más fuerzas; seguramente pertenecían al batallón 4º de Álava.

Tello ordenó entonces que el teniente coronel Pío Villar con dos compañías del batallón del Regimiento Soria reforzara la vanguardia y que otra compañía del citado batallón entrara en posición en la bajada de Lezana, entre las dos compañías que aseguraban ese flanco y el grueso de la columna. Pero no se decidió atacar en fuerza, lo que daría tiempo a Pérula para llegar a los montes de Vitoria con refuerzos sacados del ala derecha de su despliegue. Aunque para dificultar su aproximación, Tello había hecho entrar en posición en su flanco izquierdo y en el Puerto de San Miguel a la sección de Artillería de montaña, de tal manera que pudiera batir la subida de la columna Pérula a las alturas de los Montes de Vitoria desde Zumelzu. La sección de Ingenieros debía dar protección a la batería.

El teniente coronel Pérula, recibida la confirmación de que el ataque de los liberales se había producido hacia Treviño, aunque en un principio no lo creyó, ordenaría que los batallones de Navarra 3º y 6º, situados en la orilla derecha del Zadorra, acudieran a reforzar con la máxima urgencia a las unidades que se iban a enfrentar al enemigo en las alturas de Busto; lo harían por Nanclares de Oca, Subijana y Zumelzu, a donde llegaron a las 07,00 horas. A estas unidades se sumarían los batallones 1º, 2º y 3º de Castilla, tres de los escuadrones del Cid, tres cañones Plasencia y una batería de montaña; al frente de todas esta unidades se puso el propio teniente coronel. A las 08,00 horas llegaba con estas tropas a Zumelzu.

Pérula dejaría en la orilla derecha del Zadorra los cinco batallones de Álava, el 1º de Guipúzcoa y dos escuadrones del Cid, así como tres cañones de montaña. Además, dio la orden de que estas unidades se retiraran a Villareal y a la línea de Arlabán, si los liberales llegaban a Vitoria. Demasiado pronto tuvo la intuición de que había perdido la batalla.

Los batallones navarros, desplazados hacia las alturas de Zandiarán, llegarían a tiempo de detener a Tello a pesar del fuego de la batería liberal. Ante la llegada del refuerzo enemigo, el citado mariscal de campo haría desplegar a cuatro de las compañías del batallón de Reserva nº5 a las órdenes del comandante Félix García Peña y dejaría a las otras cuatro en reserva al mando de su jefe accidental, el teniente coronel Raimundo Monserrat.

Las siete compañías del Soria y las cuatro del de Reserva nº5, desplegadas a vanguardia, acabarían por enfrentarse contra siete batallones carlistas, pues Pérula, consciente de su superioridad de medios, ordenó el asalto de sus unidades contra las unidades liberales. El batallón del Soria y el de Reserva nº5 empezaron a retroceder, movimiento que se hizo más intenso ante la presión de los escuadrones del Cid.

Para sostener la línea, no disponía Tello de nada más que las cuatro compañías del batallón de La Habana, al mando del teniente coronel Luis de Santiago, y los dos escuadrones del Regimiento de Lanceros del Rey; eran estos escasamente 115 jinetes, pues 25 habían salido a galope para avisar a Loma del peligroso ataque carlista. El coronel Contreras, integrado en la plana mayor de Tello, recibiría entonces la orden de ponerse al frente de los dos escuadrones y cargar para solucionar la situación.

Ascendiendo por la ladera sur de Busto, los lanceros acometieron con audacia e ímpetu al 3º de Navarra y seguramente también al 4º de Álava a los que detuvieron e hicieron huir, sin que la caballería carlista, como casi siempre en esta guerra, se atreviera a enfrentarse con la liberal. Muchos infantes carlistas en su retroceso se despeñaron por la ladera norte, especialmente el batallón de Navarra que sufriría numerosas bajas. En la carga moriría el capitán del 4º escuadrón del Regimiento del Rey, Enrique Torres Cañamás, no sin antes haber liberado a un sargento de Infantería que había sido hecho prisionero.

Figura 9. Oleo que representa la carga de los dos escuadrones del regimiento de Lanceros del Rey en el vértice Busto de Francisco Oller (Museo de Arte de Ponce, Puerto Rico)

Pero los carlistas se rehicieron y, apoyados por el 6º de Navarra, volverían al ataque. Para sostener la línea, las cuatro compañías de La Habana que estaban en reserva, junto con otras dos del batallón de Reserva nº5 (eran 120 infantes mandados por el capitán Rendó y el teniente Padilla), se situaron en vanguardia. Allí se mantuvieron hasta el final de la batalla. Mientras, el batallón del Soria y las compañías restantes del de Reserva nº5 se retiraban a municionar. Su situación volvió a ser muy delicada ante un nuevo ataque de los batallones de Castilla y el 6º de Navarra, pero los lanceros repetirían su carga y los batallones castellanos y el navarro fueron detenidos de nuevo y obligados a retroceder.

Pérula, consciente de que estaba a punto de perder la batalla, insistió en el ataque, que ya no pudo ser tan intenso. De todas formas, los lanceros del Rey se lanzaron de nuevo la carga y de nuevo fueron detenidos los batallones carlistas. Eran ya las 11,00 horas y el refuerzo enviado por Loma estaba a punto de alcanzar la retaguardia de Pérula, que recibió además intenso fuego de la batería que apoyaba a estos batallones. No tuvo más remedio que ordenar la retirada de sus unidades hacia Ullibarri de los Olleros y a los batallones que estaban en la orilla derecha del Zadorra que retrocedieran hacia Gomecha y San Juan de Jundiz.

                                          Figura 10. Actuación de la columna Tello durante la batalla

Despejado el flanco norte, Quesada entraba a las 18,00 horas en Vitoria y las últimas de sus unidades lo hacían a las 23,00, después de haber sufrido varias e intensas tormentas de verano. La victoria hubiera sido mucho más amplia si la importante guarnición de la ciudad se hubiera decido a salir para cortar la retirada de las unidades carlistas, acción que no hizo, pese a la orden recibida del teniente general.

Sobre las bajas, se dan distintas cifras, según el bando de que se trata. Los vencedores las suelen ampliar y los perdedores disminuir, pero en este caso parecen más precisas las ofrecidas por los liberales. Quesada reconocería como bajas propias las siguientes:

  • De los mandos: dos oficiales muertos y 26 heridos.
  • De tropa: 36 soldados muertos y 266 heridos.

Del enemigo informaba en su parte que habían recogido 142 cadáveres y, además, capturaron un teniente coronel, un oficial y 83 de tropa, lo que le hizo suponer que tuvieron cerca de 500 bajas como mínimo. En cambio, Pérula sólo reconocería las bajas por muerte de un jefe, 8 oficiales y 52 de tropa; a las que añadió las de 3 jefes, 15 oficiales y 170 soldados heridos; con el eufemismo de extraviados, daba las cifras de un oficial y 23 de tropa; desde luego tuvieron muchos más desertores, aunque estos abandonos no se registrarían de inmediato. Estas cifras no parece que se correspondan con el número de cadáveres recogidos y enterrados y el de prisioneros tomados por los liberales, datos que son más difíciles de manipular.

Figura 11. Curiosa descripción gráfica de la batalla