Batalla de Villaviciosa (8 de diciembre 1710)

25.11.2022

Victoria decisiva para consolidar a la dinastía Borbón en el Reino de España (8 de diciembre de 1710)

Por Juan María Silvela Miláns del Bosch

El duque de Vendôme entregando a Felipe V los estandartes capturados al ejército aliado después de la batalla de Villaviciosa. Óleo de Juan Alaux. Museo de Versalles. París

1.- INTRODUCCIÓN

La Guerra de Sucesión, aparte de su dimensión claramente internacional, pues Europa occidental se vio casi totalmente involucrada, sería para España un antecedente claro de la Guerra de la Independencia (2 de mayo de 1808 a 4 de junio de 1814) y casi tan desastrosa como ella; tuvo, también como esta última, carácter de guerra civil. Fundamentalmente en los reinos de Aragón y Valencia a causa de la defensa de sus fueros, que se suponían amenazados por la nueva dinastía. En realidad, los fueros no estuvieron en peligro en un principio; sólo se suprimieron a partir de la batalla de Almansa (25/IV/1707), pero no en Navarra ni en las Provincias Vascas. Este triunfo, también decisivo, del Ejército franco-español contra el Ejército aliado, permitió a Felipe V conquistar el reino de Valencia y casi todo Aragón. Fue entonces cuando promulgó los Decretos de Nueva Planta (29/VI/1707). Esto hizo que en Cataluña y durante los tres últimos años de guerra (1711/14) se produjera una feroz resistencia ante la ocupación de las tropas de Felipe V.

En Castilla y resto de España, no puede hablarse propiamente de guerra civil, pues el apoyo de las clases populares y medias fue decisivo y optarían unánimemente por su rey legítimo: Felipe V; desde luego, hubo también partidarios del archiduque Carlos (1685/1740) y su esposa, Isabel Cristina de Brunswick (1691/1750), especialmente entre determinados personajes de la alta nobleza, del alto clero, de varios generales y de algunas órdenes religiosas, pero no tuvieron la suficientemente importancia como para calificar la guerra en esta zona de lucha fratricida.

El archiduque Carlos (retrato de Jan Kupecky -  Museo Nacional de Varsovia) y Cristina de Brunswick (retrato anónimo - Museo del Prado)

Como hechos semejantes a la de la Guerra de la Independencia se puede mencionar las actividades del obispo de Murcia, Luis Belluga, que organizó un batallón con sus clérigos para combatir a favor de Felipe V; fueron un precedente de los famosos "curas trabucaires" que tomaron las armas contra las fuerzas de ocupación francesas. O también los guerrilleros; aunque casi todos eran militares profesionales, utilizaron sus "cuerpos francos" de semejante manera a como lo hicieron los más famosos y recordados de la Guerra de la Independencia: Mina, Porlier, Merino, el Empecinado, el Charro, Miláns del Bosch...Cien años antes, ya se habían destacado los hoy olvidados Bracamonte, Cereceda, Santa Cruz, Lapaz, Caballero...Y, sobre todo, Vallejo, que rindió a un regimiento portugués en Ocaña; más tarde, venció al general Wetzell, a quien le cogió 800 caballos entre Baídes y Atienza, para luego obligarle a rendirse en Sigüenza. Incluso derrotó al famoso general inglés Stanhope en San Juan del Viso, no disponiendo ni siquiera de la mitad de fuerzas que tenía aquél. Y, finalmente, estuvo a punto de coger prisionero al propio archiduque Carlos en el monte del Pardo; un guardabosques faltó al secreto (1) y el pretendiente pudo salir bien del trance. Vicisitud que le hubiera impedido de forma inmediata llevar a cabo su proyecto de instalarse en el trono de España. Sin embargo, el pretendiente austriaco nunca pudo disponer de guerrilleros en las zonas de España dominadas por Felipe V, salvo al final de la guerra y en Cataluña, donde si hubo algunas partidas guerrilleras, que intentaron poner dificultades al avance del Ejército borbón.

(1). Pérez Moreno, Camilo: Episodios de la guerra de Sucesión (asalto a Brihuega y batalla de Villaviciosa. Guadalajara. 1911

Cuando Carlos II murió el 1 de noviembre de 1700, dejando como regente al cardenal Portocarrero, la situación de España con respecto a las demás potencias europeas era muy desfavorable. Éstas consideraban que la estructura de la organización política y la administración de España era demasiado atrasada y deficiente. Además, eran plenamente conscientes del abandono de nuestras fuerzas armadas, con las armas sin renovar y los barcos anticuados y viejos; incluso sabían que nuestras tropas y marineros no recibían las pagas y vivían con frecuencia de la mendicidad. Por ello, planeaban repartirse el imperio español y suponían que la invasión de nuestro territorio sería fácil.

Además, el esfuerzo realizado en la guerra hizo pensar que España perdería su condición de gran potencia, pero las reformas emprendidas por Felipe V devolverían pronto a España este carácter, que no perdería hasta el reinado de Carlos IV, al final del siglo XVIII. Esto no iba a ocurrir después de la Guerra de la Independencia, pero es mejor tratar este grave problema de España en otra ocasión, pues excede de lo abarcado en este artículo. Lo más desfavorable sería que el beneficio producido por la renovación de las estructuras del Estado, Ejército y Marina fuera empleado, en gran medida, para defender los intereses italianos de la segunda mujer de Felipe V, Isabel de Farnesio. La primera, María Luisa Gabriela de Saboya, murió pronto, dejando muy buen recuerdo. A ella se debe la creación de la Librería Real, que dio origen a la Biblioteca Nacional, y de las academias de la Lengua, Medicina e Historia. El rey, llamado popularmente El Animoso, fue dominado por sus mujeres, pero, a pesar de ello y de sus crisis de hipocondría, su reinado sería beneficioso para España, cosa que no siempre se le reconoce.

Felipe V (retrato de Miguel Jacinto Meléndez - Real Academia de la Historia) y su primera esposa María Luisa Gabriela (retrato de Miguel Jacinto Meléndez - Museo Cerralbo Madrid)

2.- SITUACIÓN MILITAR

El elemento que aceleraría el cambio táctico fue la "llave de chispa" de los fusiles, que sustituyó a la de "serpentín" de los arcabuces. Aquellos, con menos calibre (10 a 12 balas por libra) y cañón más largo que éstos, eran mucho más fáciles de emplear, aunque la velocidad del tiro aumentara escasamente y tampoco la puntería mejorara mucho. Su principal ventaja era que permitía disparar hombro con hombro a los soldados; en consecuencia, con una instrucción adecuada, se podía formar una densa cortina de fuego.

Según escribía el marqués de Santa Cruz: 

Si (los fusileros) se mantienen cerrados en orden y no se deshacen a un tiempo de todo su fuego, es casi imposible que la Caballería les dañe" (1). 

Se podía efectuar el fuego por un 1/2, 1/3, 1/4, 1/5 o 1/6 de fila, relevándose unas filas con otras en la carga del arma, realizar la puntería y disparar.

Nota (1):  Santa Cruz de Marcenado, marqués de (Álvaro de Navia Osorio): Reflexiones Militares. Enrique Rubiños. Madrid, 1893

En España, los primeros que recibieron una llave de este tipo fueron los granaderos en 1685, al dotarlos de un fusil con llave española o de "miguelete" (R.O. 26/IV/1685) (2). Pero hasta el año 1703 no serían suprimidos los arcabuces y las picas. Como arma blanca se utilizaba una bayoneta que se introducía en el interior del cañón; por tanto, el fusil no se podía disparar mientras estuviera montada aquella.

Nota (2) Gómez, M. y Alonso, V.: El Ejército de los Borbones. Tomo I (1700/46). Servicio Histórico Militar. Madrid, 1989.

Las unidades de Infantería formarían en combate, desde entonces, en dos líneas, cuya distancia entre ellas era normalmente la mitad de la longitud del frente de las compañías de fusileros; la primera se organizaba más potente y el batallón se convirtió en la unidad táctica fundamental. Las líneas fueron, primero de seis filas y, ante la mejora de la Artillería, de cuatro y, muy pronto, de tres.En tiempos de Federico II de Prusia, a mitad de siglo, se llegó dos filas por línea. Los fusileros, los integrantes de la nueva Infantería, recibieron en 1707 la bayoneta de cubo que permitía disparar con ella montada. El invento se atribuye a Mc Kay o a Vauban, pero en realidad su nombre parece ser que deriva del lugar en que se empezó a fabricar por primera vez: Bayona. El calibre de los cañones de los fusiles era de 17.5 mm, s. y se fabricaban de forja y barrenados; para los tiradores selectos se construían con el ánima rayada, que permitía mejorar mucho la puntería.
Se procuraba que uno de los costados del orden de batalla estuviera apoyado en algún obstáculo del terreno que protegiera ese flanco. Por supuesto, era obligado mantener una reserva, debidamente orientada hacia la dirección más peligrosa que pudiera tomar el enemigo. Normalmente se constituía con Infantería, pero era muy frecuente que también se reservaran escuadrones de jinetes escogidos.
Las tropas de Infantería al finalizar la guerra de Sucesión (1713), estaban formadas por regimientos que constaban de 1 o 2 batallones, y cada batallón encuadraba 12 compañías de 50 hombres y una de granaderos. A su vez, los regimientos podían agruparse en una estructura superior llamada brigadas.
A partir de la nueva uniformidad que se impuso en 1707, basada en el modelo francés, todas las unidades de infantería españolas pasaron a vestir casacas de color blanco. Los regimientos se diferenciaban unos de otros por el color de la divisa que se reflejaba en los puños vueltos y en la chupa.

Uniformes de Infantería periodo 1707-1718. (1) Fusilero del Regimiento de Línea nº 21 "España". (2) Sargento del Regimiento de Línea nº 2 "Príncipe". (3) Granadero del Regimiento de Línea nº 14 "Badajoz".

La Caballería volvió a dar al arma blanca el carácter de principal; esta sería el sable recto para herir de punta en carga a "pecho petral" y posteriormente uno semicurvo para que se pudiera terciar. Recuperaría entonces su velocidad y movilidad tradicionales, que le permitiría sorprender al enemigo, arrollarle, perseguirle y explotar el éxito. Además del sable recto, los jinetes recibieron también la carabina con "llave de chispa". En cambio, los Dragones, cuyos regimientos fueron organizados también en ese año, serían dotados del nuevo fusil. Los Dragones fueron, en principio, una infantería que se trasladaba a caballo, que pronto se convirtió en el Arma Mixta, para su alternativa con las Armas de Caballería o Infantería; finalmente, dada la dificultad de disponer de unidades de Caballería, se irían convirtiendo en jinetes que estaban instruidos para combatir a pie.

Según el ya citado marqués de Santa Cruz: Tu Caballería cargará sin adelantarse a la Infantería, recomendación que no siempre se cumplía; por ejemplo, en Almansa y Villaviciosa no se siguió este principio, pero la Caballería sería la protagonista y su actuación fue decisiva para alcanzar la victoria en estas batallas sobre los ejércitos aliados del bando austracista que permitieron la consolidación de la dinastía Borbón en el reino de España.

La caballería y los dragones se dividían en regimientos, que a su vez se articulaban en 3 escuadrones con 4 compañías de unos 50 soldados. Con la uniformidad adoptada en 1707, se impuso que la caballería vistiera del mismo color que la Infantería, probablemente respondiendo al deseo de uniformar a las Armas principales, lo que no se concedió a los Dragones, al ser considerados como un Arma auxiliar. Las diferencias con las casacas de Infantería es que estas tenían los faldones de mayor vuelo para ofrecer una protección suplementaria a las piernas del jinete y que usaban botas de montar en vez de polainas. Los Dragones, fueron, en principio, una Infantería montada y vestían casaca de color verde, calzón del color de la divisa y polainas. A partir de 1718 experimentarían un profundo cambio en sus uniformes. Se sustituyó el gorro de casquete por un sombrero acandilado negro y las casacas pasarían a ser amarillas con vueltas del color de la divisa. De todas formas hay dudas sobre si llegaron a disponer de casacas verdes.

(1) Caballería de Línea. Regimiento de Nestien, 1702-1728. (2) Dragón del Regimiento Sagunto, 1707-1718

En 1710, se organizaría el primer regimiento de Artillería en nuestra nación. Era una unidad de tres batallones con 600 plazas. El buen empleo de esta Arma fue haciéndose cada vez más importante en los campos de batalla. La creación de la Artillería a caballo (invento español de Juan Vicente Maturana en el río de la Plata -1777-) le proporcionó un gran salto cualitativo al adquirir mayor movilidad. La efectividad de este tipo de Artillería lo reconocía Federico II cuando le alababan su famoso "orden oblicuo" y también Napoleón, cuando se atribuía sus fulgurantes victorias a las famosas "columnas" de infantes que cargaban a la bayoneta, muy difíciles de detener. A partir de las guerras napoleónicas se intensificaría su importancia. Con la fabricación de los cañones de acero, el invento de la retrocarga y la utilización de proyectiles explosivos, la Artillería se convertiría en la reina de las batallas a principios del XX.

El orden de batalla se formaba generalmente con la Infantería en dos líneas y en el centro; la Caballería también en dos líneas y en las alas y la Artillería al frente; esta última distribuida de tal manera que pudiera causar el mayor efecto destructivo posible al enemigo. Se buscaban posiciones para las baterías que tuvieran accidentes del terreno o vegetación que protegiera las piezas formadas en línea.

Con frecuencia, como en Almansa, se intercalaban batallones de fusileros entre las unidades de Caballería, para descomponer con sus fuegos a los escuadrones enemigos, una vez que el encuentro con los jinetes enemigos durante la culminación de la carga les hubiera desorganizado.

En la imagen superior, una recreación que muestra los cuadros de infantería afrontando un ataque de la Caballería. En la inferior, detalle de un cuadro de Infantería formado por fusileros y piezas de Artillería.

Los batallones de Infantería de la primera línea, recibirían principalmente el fuego artillero. Los fusileros tenían que permanecer firmes en su formación sin desordenarse y los huecos de las bajas se debían cubrir con soldados de las siguientes filas. Era entonces fundamental mantener el orden y la disciplina y solo las unidades bien adiestradas con soldados perfectamente instruidos podían aguantar estoicamente, a veces durante varias horas, los proyectiles de las piezas enemigas. Para resistir la carga de la Caballería se formaban "cuadros" de cuatro o tres filas por lado, disparando sucesivamente cada una de ellas. A pesar de tener vacío el interior, se fueron convirtiendo en un blanco cada vez más fácil para la Artillería. Por tanto, las unidades de Infantería no podrían mantenerse mucho tiempo en esta formación.

Era muy difícil que los jinetes pudieran romper los "cuadros" sin el apoyo de la Artillería. A principios del siglo siguiente, la rotura de uno de ellos en la batalla de Arapiles (Guerra de la Independencia -22 de julio de 1812-) se contaba como un caso extraordinario. Ocurrió durante la persecución de la retaguardia francesa, después de la citada batalla y en las proximidades de Garcihernández; un regimiento alemán de Dragones de la brigada del general Bock deshizo el "cuadro" formado por uno de los regimientos de Infantería de la brigada del general Foy (3)

Nota (3) Yaque, J.: la campaña castellana de 1812 y batalla de Arapiles. Imprenta Castellana. Valladolid, 1912.

3.- EL ASALTO DE BRIHUEGA

No sería adecuado describir la batalla de Villaviciosa, si antes no se tiene en cuenta a su preludio inmediato: el asalto a Brihuega, que permitió a un ejército, recién reorganizado en sólo dos meses, enfrentarse con las fuerzas aliadas del archiduque Carlos en igualdad de medios y condiciones.

Cuando se produjo la gran victoria de Almansa (25 de abril de 1707), que posibilitó la conquista del reino de Valencia y la mayor parte del de Aragón, todo hacía presagiar que la guerra en la Península se resolvería pronto a favor de Felipe V. Pero las derrotas de Almenara (27 de julio de 1710) y de Zaragoza (20 de agosto de 1710) hicieron a Felipe V pasar uno de los peores momentos de la guerra. No tendría más remedio que abandonar Madrid y trasladar la Corte a Valladolid y, más adelante, enviar a la reina y su séquito a Vitoria.

La situación se había revertido, pero inmediatamente se produciría una gran reacción popular en la zona ocupada por Felipe V. La presentación de voluntarios, sobre todo en Castilla, pero también en Asturias, Galicia, Andalucía y Extremadura e incluso en Navarra y Las Vascongadas, permitió iniciar una nueva reconstrucción del Ejército.

Inmediatamente, el conde de Aguilar, el marqués de Valdecañas y Mariano Medinilla reorganizaron la Caballería; además, el duque de Pópuli y el conde de las Torres recuperaron la Infantería. Al mismo tiempo, el marqués de Canales se encargó de montar una nueva Artillería.

Mientras se conseguía que el nuevo Ejército fuera operativo, se ocuparon rápidamente los puentes del Tajo (Almaraz, Alcántara, Talavera de la Reina y Puente del Arzobispo) con las unidades del Ejército que se encontraban en Extremadura; se pudo llevar a cabo porque no habían participado en la campaña de Cataluña y, por lo tanto, no habían sufrido desgaste.

En el bando austracista, el archiduque había entrado en Madrid (21 de septiembre de 1710) y palpaba la hostilidad del pueblo de la capital. La ciudad no estaba con mucha población, pues la habían abandonado las clases altas y todo el personal de ayudantes, secretarios y servidores que se llevaron consigo. En consecuencia, el pretendiente empezó a no se sentirse seguro. Ya no podría recibir refuerzos desde Portugal y la situación se hizo angustiosa por los continuos asaltos realizados por el coronel Vallejo; con su "cuerpo franco" de Dragones, capturaba los suministros que le mandaban desde Zaragoza (La situación de los aliados fue tan grave que incluso Vallecas fue incendiada por negarse a proporcionar el pan). El 9 de noviembre decidió abandonar Madrid y volverse a Aragón. Para ello, simuló establecer la Corte en Toledo, pero era un engaño de corto alcance, pues sólo trataba de ocultar sus planes de retirarse hacia Zaragoza, información que no logró ocultar a Felipe V; ni siquiera llegó a entrar en la ciudad imperial. Concentró su Ejército en Ciempozuelos y, el 29 de noviembre, desde el citado pueblo madrileño, adelantándose al grueso de sus tropas, emprendió la marcha hacia Zaragoza, debidamente protegido, a la que llegó el 3 de diciembre. Allí tampoco se sintió seguro y decidió seguir hacia Barcelona; en la capital aragonesa sólo estuvo cuatro días.

Mientras tanto, en Toledo, lord Hamilton, por encargo del general jefe de las fuerzas austriacas Guido Starhemberg, simulaba preparativos para la permanencia del archiduque en la ciudad, pero en el mismo día de la llegada del archiduque Carlos a Zaragoza, el Ejército austracista iniciaría también su retirada hacia la capital aragonesa, siguiendo el valle de Tajuña para  enlazar con el valle del Jalón. Toledo, ciudad imperial y milenaria (4), despidió con júbilo, imposible de contener, a las fuerzas aliadas, después de los terribles desmanes y saqueos cometidos por aquellos soldados extranjeros.

Nota (4) Alguno incluso quiso incendiar la ciudad, pero al final imperó el buen sentido y únicamente fue quemado el Alcázar con el avituallamiento acumulado por los austracistas, para evitar que cayera en manos del Ejército de Felipe V.

El Ejército austracista se fraccionó para la marcha en dos grupos debido a las dificultades que existían para aprovisionar a las fuerzas sobre el terreno si se mantenían unidas. El cuerpo principal estaba liderado por el propio general Guido Von Starhemberg y, a un día de marcha, le seguía la fuerza británica al mando de su jefe James Stanhope (primer conde de Stanhope).

Guido Von Starhemberg, nombrado en 1708 jefe de las tropas austriacas en España

James Stanhope, nombrado en 1708 jefe de las tropas británicas en España

Duque de Vendôme, nombrado en 1710 jefe del Ejército de Felipe V

En Talavera de la Reina, Luis de Borbón (duque de Vendôme), jefe del Ejército de Felipe V, había concentrado sus tropas para fijar en Toledo al Ejército austracista. El duque era un general francés de gran prestigio que había sido enviado por Luis XIV de Francia para servir a las órdenes de su nieto como respuesta a la carta enviada por los aristócratas españoles en petición de ayuda.

En aquél mismo día, 3 de diciembre, Felipe V volvería a entrar en Madrid, donde fue entusiásticamente aclamado. Al anochecer de aquella jornada de fiesta, el general Stanhope, acamparía con la retaguardia del Ejército austracista y pernotaría en Horche, convencido de que el enemigo no se atrevería a perseguirle; pensaba que su Ejército no habría adquirido tal capacidad, pues estaba formado por novatos en su gran mayoría. Por Loranca de Tajuña, Aranzueque, Tomelloso y Archila, el general Stanhope llegó a las afueras de Brihuega con sus tropas al atardecer del 6 de diciembre, pero no quiso cruzar el río de noche. En Brihuega parece ser que fue recibido por su compatriota, el general Carpentier, con cerca de 4.000 soldados ingleses. Si esta cifra fuera exacta, pues me parece exagerada, serían más de 9.000 los hombres de esa nacionalidad concentrados a las afueras de la citada ciudad (allí se encontraban también una unidad portuguesa y otra holandesa). Al día siguiente, Starhemberg, con su vanguardia y el centro, continuó la marcha por Almadrones y Algora hacia el valle del rio Jalón y ya se encontraba a tres leguas de Brihuega.

Felipe V, El Animoso, en Madrid desde el 3 de diciembre, como hemos dicho, decidió salir en persecución de los austracistas tres días después a la cabeza de su recompuesto Ejército por el valle del rio Henares. Sólo habían pasado dos meses de la entrada del archiduque en Madrid y de nuevo la situación había dado un vuelco. Una jornada emplearon en llegar a Alcalá de Henares; al día siguiente, 7 de diciembre, entraron, avanzada ya la tarde, en Guadalajara, donde se quedaría a dormir con el centro y la retaguardia. Previamente había enviado al marqués de Valdecañas con la vanguardia hacia Brihuega. Al mediodía del 6, había llegado este último a Torrija, desde donde destacaría varias patrullas por el camino de Cabañuela a reconocer la plaza amurallada de Brihuega. A distancia, observaron tropas junto a la misma. Era la retaguardia del citado Stanhope.

Valdecañas envió inmediatamente al mariscal de campo Bracamonte, con su "cuerpo franco", hacia Cifuentes, para cortar la retirada del enemigo y él, con sus tropas, cerca de 8.000 soldados y dos piezas de artillería, se dedicó a cercar, en secreto y durante la noche, Brihuega. Incluso, ocupó los puentes (había dos, uno de piedra y otro de madera) y los vados sobre el Tajuña con lo que dejó incomunicado a Stanhope.

El día 7 de diciembre, al comprobar que estaba rodeado, Stanhope no tuvo más remedio que acogerse a la plaza con sus fuerzas; es posible que fueran bastantes más de 6.000 hombres, pues Carpentier también se había quedado, pero no se puede asegurar si con todas sus tropas. Sin perder tiempo, envió a su propio ayudante hacia Almadrones para avisar a Starhemberg.

Un regimiento de Caballería austriaco, con la misión de enlace entre la retaguardia y el grueso austracista, se había desviado del camino que debía seguir para dedicarse a la rapiña; sería copado por los jinetes de Bracamonte el día 7. Por hacer lo que no debía, dejó de cumplir la misión encomendada, pues tuvo que rendirse. Su estandarte sería entregado a Felipe V.

El rey, que había dormido en Guadalajara el día 7 de diciembre, debidamente informado del cerco a Brihuega, se decidió a salir antes de la madrugada, con el grueso de sus fuerzas y 15 cañones, para derrotar a la retaguardia aliada antes de que pudiera ser auxiliada por Staremberg. Hacia el mediodía del día 8 ya estaba con parte de sus tropas sobre Brihuega y rápidamente mandó entrar en posición a sus cañones.

Desde la madrugada del día siguiente, 9 de diciembre, la artillería borbónica siguió vomitando sus fuegos contra las murallas de la ciudad; pero resistían bien; eran de piedra caliza y de ladrillo en varias zonas, aunque no tenía fosos. Por la tarde, ya se habían abierto varios boquetes altos, pero, tan arriba, que no facilitaban el asalto. Las piezas no disponían de buenos asentamientos que permitieran realizar un fuego preciso; eran cañones de escaso calibre y estaban emplazados sobre la ladera superior del valle; su objetivo, las murallas de la ciudad, estaba situadas más abajo, sobre la ribera del río Henares, aunque en un altozano a 876 metros sobre el nivel del mar. No era fácil, por tanto, ajustar los disparos y que fueran efectivos. Por eso, se continuó con el fuego artillero hasta la madrugada del día 9. A pesar de todo, las brechas abiertas seguían sin ser tan profundas y ni tan próximas a la base de la muralla como para permitir asaltarla; en consecuencia, no parecía todavía propicio lanzar el asalto directo.

Sin embargo, al inicio de la tarde, se recibió un aviso de Bracamonte de que Starhemberg llegaría al día siguiente. Entonces, el general jefe del Ejército Borbón, Vendôme, con la Caballería del conde de Aguilar, partió a tomar contacto con las avanzadillas de los austracistas, mientras Felipe V se decidía, dada la urgencia, a entrar por asalto en Brihuega.

Las puertas del norte de la ciudad, San Felipe y La Cadena, habían quedado destrozadas por lo que se decidió que el ataque principal se hiciera por ese lado, mientras se amagaba por la puerta de Cozagón, situada al sur, y por el Barrio-Nuevo. Para facilitar el asalto, se instaló una mina que completara el derrumbe de la muralla, cosa que los impactos de los proyectiles no habían logrado. Después de su estallido y con el colapso del muro, varios batallones consiguieron entrar, pero a costa de muchas bajas, pues los soldados enemigos estaban bien protegidos por detrás de la muralla deshecha. Habían construido buenos parapetos, abundantes trincheras y profundos fosos. En el Portillo, al sur de la ciudad, se distinguirían los Dragones de Frisia (en recuerdo de esta batalla, recibieron posteriormente el nombre de Regimiento de Villaviciosa). Allí la brecha abierta era demasiado alta, pero asaltaron la muralla poniéndose de pie sobre sus caballos.

Desalojados de sus fuertes defensas, los austracistas siguieron luchando con bravura casa por casa. Al anochecer, después de tan encarnizada lucha, James Stanhope no tuvo más remedio que acogerse al castillo de Torre Bermeja y su ciudadela.

Por su parte, el comandante del Ejército borbónico duque de Vendôme había dejado a la caballería del conde de Aguilar en la llanura situada al noroeste de Villaviciosa, con el cometido de detener a la fuerza de Starhemberg que acudía a la petición de ayuda de Stanhope. el duque era consciente que los jinetes de Aguilar no podrían hacerlo por mucho tiempo y por lo tanto urgía acabar pronto con la resistencia de Brihuega.

En el otro bando, Stanhope no recibía señales de que el general austriaco estuviera cerca. Había mandado a seis expertos veteranos la noche anterior y supuso que habrían sido descubiertos por el enemigo; sin embargo, consiguieron cruzar el rio a nado, a pesar de que venía con mucha agua, y cumplir su misión. Ignorante de ello, se decidió a pedir capitulación. A lo que contestó Vendóme que si en una hora no se rendía sin condiciones no se les daría cuartel. Después de este tiempo de tregua y puesto el sol, sin que desde la torre del castillo se vislumbrara alguna señal de la proximidad de Starhemberg, el general inglés consideró, pasadas las 19,00 horas, que no tenía más remedio que rendirse.

Cayeron prisioneros con él los generales Carpentier, Popper, Horn y Hills, más de 4.000 soldados y 800 caballos, que servirían para remontar a los jinetes del marqués de Valdecañas. Con el intercambio de estos importantes y altos oficiales, España conseguiría la recuperación de varios jefes del su ejército, que habían tenido la desgracia de haber sido anteriormente cogidos prisioneros.

Por otra parte, el general inglés fue consciente de que tendría que rendir cuentas enseguida a su reina, a la que se apresuró a escribir, para compensar las acusaciones que le iban a hacer, inevitablemente y de inmediato, los austriacos. Al regreso a su país, una vez liberado, no tuvo demasiados problemas. Alegó que no tenía Artillería y que se había quedado sin pólvora, pero en los aljibes de la ciudadela se encontró posteriormente la pólvora que había ordenado arrojar allí (5). Como de otras muchas, los ingleses no hablarían de esta derrota y los historiadores extranjeros apenas se han referido a ella, claro que la historia general del Mundo la han escrito ellos.

Nota (5) Pérez Moreno, C.: Asalto a Brihuega y Batalla de Villaviciosa. Antero Concha. Guadalajara, 1911.

Castillo de Torre Bermeja

4.- LA BATALLA

4,1.- LOS PRELIMINARES Y DESPLIEGUE ADOPTADO POR AMBOS CONTENDIENTES

Mientras eran trasladados los más de 4.000 presos ingleses y holandeses hacia el interior de Castilla y en proceso de curación los heridos en el asalto a Brihuega en la propia ciudad, tanto españoles como austracistas, el general Vendôme ordenó desplegar al Ejército de Felipe V en la llanura que se extiende al noroeste de Villaviciosa de Tajuña. Para ello y no verse sorprendidas por el enemigo, el día diez de diciembre, las tropas de Felipe V comenzaron a salir de la ciudad  hacia el campo de batalla antes de la salida del Sol.

En aquella zona, el duque de Vendôme había decidido esperar la llegada del general Starhemberg y su ejército. Para desplegar, eligió el terreno más llano con el fin de favorecer a su Caballería, ya que la mayor parte de sus batallones de Infantería estaban formados por soldados bisoños. Sin embargo y precisamente por eso, el jefe de su Infantería, el conde de las Torres, hubiera preferido apoyarse en los abundantes corrales y cercas de piedra caliza existentes en los terrenos algo más accidentados al oeste o al norte de la citada llanura. El Ejército de Felipe V tuvo delante, por tanto, una planicie pedregosa y mucho menos cultivada que actualmente.

Starhemberg, que, en un principio, pensaba llegar a tiempo de socorrer a Stanhope, ordenaba disparar sus cañones para avisar al general inglés de su proximidad. Pero volvía con demasiado retraso. Había tenido que esperar a que su vanguardia retrocediera y se reuniera con el grueso de sus tropas. Además, las dificultades del terreno, enfangado por las lluvias, no le permitió acortar las dos jornadas de marcha que le separaban de Brihuega. Por otra parte, no tuvo más remedio que permanecer siempre semi desplegado a causa del acoso de los guerrilleros, lo que le había hecho disminuir la velocidad de la marcha y perder todavía más tiempo. El silencio que captó al aproximarse a Brihuega le hizo comprender que había perdido a su retaguardia. Lo ratificó, cuando, al salir del Carrascal de Yela, observó, desde el bosquecillo del Canto de los Mancebos, a su enemigo que estaba desplegando en la zona de terreno más arriba descrito. El general austriaco mandó inmediatamente a sus tropas que hicieran lo mismo, Starhemberg disponía aproximadamente de 9.000 infantes y 6.000 jinetes, mientras el duque de Vendôme de 10.000 y 7.000, respectivamente. Después de Brihuega, los austracistas habían perdido la superioridad numérica, aunque disponían de más piezas de artillería y éstas estaban mejor atendidas, pues disponían de sirvientes veteranos .

Ambos ejércitos emplearían toda la mañana en formar el orden de batalla. Debió ser un espectáculo fascinante, lleno del colorido de los uniformes y prendas de cabeza, con los guiones, banderas y estandartes desplegados al viento y acompañados en sus movimientos con los redobles de las cajas, tambores, timbales y el sonido agudo de las trompetas. Ambos contendientes a media legua (2400 metros aproximadamente) de distancia, desfilando a un ritmo mucho más lento que el actual para entrar en formación. Se colocaron, tanto los austracistas como los borbónicos, en dos líneas de 3 filas cada una, con la Infantería en el centro, la Caballería en las alas y la Artillería a vanguardia. Esta última mejor distribuida por los austracistas y más numerosa, como hemos dicho. En el despliegue del Ejército de Felipe V, Vendôme había dejado más intervalo entre las unidades con el fin de alargar el frente e impresionar a Starhemberg. 

El orden de batalla dictado por Vendôme fue el siguiente:

  • En el ala derecha, el marqués de Valdecañas, auxiliado en la primera línea por el teniente general Armendáriz, el mariscal de campo Ronquillo y el brigadier Melchor de Portugal; en la segunda línea, por el teniente general conde de Merode, el mariscal de campo Idiáquez y el brigadier Pozoblanco.
  • En el centro, la Infantería, mandada por el conde de las Torres, auxiliado en la primera línea por el capitán general marqués de Toy, el teniente general marqués de la Ber y el mariscal de campo conde de Harcelles con 16 batallones; en la segunda línea, por el teniente general Zúñiga y el mariscal de campo Grafton con 15 batallones.
  • Mandaba el ala izquierda de Caballería el conde de Aguilar, auxiliado, en la primera línea, por el teniente general Mahony, los mariscales de campo conde de Montemar y Amézaga y el brigadier Crevecoeur; en segunda línea, contaba con el teniente general Navamorquende, el mariscal de campo Cárdenas y el brigadier Carvaxal.
  • La Artillería, al mando del capitán general Coloma Escolano, desplegó al frente con 20 piezas.

De todas formas, no hay en absoluto seguridad de que formara como se describe, pues las diversas unidades irían ocupando las líneas en el orden de llegada a la explanada de Villaviciosa y es muy difícil que hubieran podido salir de Brihuega según lo convenido para el despliegue. No habiendo encontrado unanimidad en los especialistas que han investigado esta batalla sobre los datos de la misma, he preferido no cansar al lector con un exceso de información dentro del texto de este artículo, ya que no hay ninguna seguridad de cual haya sido exactamente el despliegue adoptado en el orden de batalla, ni tampoco poder ofrecer con precisión los números de los batallones y escuadrones.

En el Ejército confederado, Starhemberg se reservó el mando directo del ala derecha, donde se encontraba sus unidades más importantes y fiables, los escuadrones de la Caballería austriaca. Por delante de esta ala mandó entrar en posición a una batería camuflada dentro de un pequeño bosquecillo (El Canto de los Mancebos) y protegida por sendos regimientos de Infantería. Mandaba el centro el general español Villarroel, a quien las intrigas de la princesa de Los Ursinos le habían llevado a tomar partido por el bando austracista; estaba auxiliado por el general holandés Bell-Castell. Integraban el centro los batallones de fusileros formados por holandeses y austriacos. En el ala izquierda, se encontraban los escuadrones portugueses, catalanes y de El Palatinado al mando del general Von Francherberg; además, en la citada ala, integró varias unidades de Infantería, compuestas por soldados alemanes del citado principado. En el otro flanco también haría lo mismo. Su finalidad era que sus jinetes pudieran resistir el previsible ataque de la Caballería enemiga. Es un indicio demostrativo de que, desde el principio, había decidido adoptar una actitud defensiva; incluso eligió un terreno más accidentado que su rival, con cortaduras, ribazos y cercas de piedra; evidentemente era otra señal de la táctica defensiva elegida.

Hasta las 13,00 horas no terminaron de desplegar ambos contendientes y fue entonces cuando comenzó el fuego de la Artillería. Eran momentos terribles, pues había que aguantar a pie firme los proyectiles, cubrir las bajas de las primeras filas con soldados de las siguientes y mantener la cohesión de las unidades. Sólo los soldados veteranos bien instruidos y los batallones y escuadrones debidamente adiestrados eran capaces de mantener las formaciones. En Infantería, los fusileros debían continuar hombro con hombro para mantener la capacidad de crear una cortina densa de fuego con los disparos de sus fusiles; además, las bayonetas tenían que estar caladas para resistir una carga por sorpresa de la Caballería enemiga o un asalto de la Infantería contraria; este cuerpo a cuerpo de la Infantería se ejecutaba normalmente con unidades de granaderos en las primeras filas. En las alas, los jinetes debían mantener firmes sus caballos para que no se mezclaran unas escuadras con otras y poder iniciar el avance aumentando sucesivamente la velocidad para llegar al choque en filas compactas, bien alineadas y a todo galope.

Starhemberg debió quedar impresionado con el frente presentado por el duque de Vendôme y se ratificó en su táctica defensiva. ¿Cómo era posible que Felipe V hubiera conseguido organizar un nuevo Ejército en apenas dos meses? Por ello, decidió entretener al enemigo con un duelo artillero del que podía sacar gran provecho, pues sus piezas estaban mejor servidas y sus fuegos resultaban mucho más precisos y destructivos, y esperar una coyuntura favorable para retirarse en cuanto declinase la tarde hacia el Carrascal de Yela. Allí estaría a salvo de los ataques de los jinetes españoles. Y, desde luego, reclamar posteriormente los derechos de victoria, una vez que se hubiera podido emprender la marcha hacia Aragón. Sería un intento de no tener que defenderse del hostigamiento de los guerrilleros, así como de los combatientes espontáneos de los territorios atravesados, y ser debidamente atendido en los núcleos de población por los que debía pasar o detenerse; problemas que después de la batalla no logró evitar. Tenía la esperanza de llegar pronto a la zona dominada por el archiduque Carlos y conseguir allí abastecer a su Ejército, que tanto lo necesitaba, cosa que no lo había logrado en Castilla.

Pero el general francés se apercibió de las intenciones del austriaco y, consciente de que su Infantería bisoña aguantaría mal el fuego artillero enemigo por más tiempo, recomendó a Felipe V iniciar el ataque. El rey se mantenía en la primera línea para animar a sus tropas, situación muy peligrosa; incluso una granada cayó cerca del monarca y se pensó que había sido alcanzado, pero, al disiparse el polvo, apareció con una sonrisa y dispuesto a seguir con su recorrido delante de las líneas para animar a sus soldados. Algunos pensaban que era mejor que el rey no se arriesgara tanto, pero, según advirtió el general francés: Estos valientes serán invencibles con su príncipe al frente del Ejército. Felipe V se trasladó entonces al ala derecha de su Ejército para lanzar el ataque de la Caballería del marqués de Valdecañas y el duque de Vendôme hacia el ala izquierda para hacer lo mismo con los escuadrones del conde de Aguilar. Eran ya las tres de la tarde.

Empezaría entonces el encuentro directo entre ambos contendientes, que iba a ser terrible por la cantidad de bajas y muertes que se produjeron; entre ambos bandos cerca de 8.000.

Batalla de Villaviciosa. Despliegue de fuerzas. Fuente: Lión, R. y Silvela, J.: La Caballería en la Historia Militar. ACAB. Valladolid, 1979.

4,2.- LA LUCHA EN EL CAMPO DE BATALLA

Inmediatamente, Valdecañas se lanzó con sus jinetes contra la Caballería portuguesa, palatina y catalana del ala izquierda austracista. Ante el choque, la primera línea del general Von Francherberg cedió y empezó a retroceder. Tampoco los fusileros palatinados, que debían apoyar dicha ala, supieron acogerse a las cercas de piedra y detener con sus fuegos a los jinetes españoles, que continuaron la carga con un ímpetu incontenible arrollando a la primera línea austracista, a la que empujaron contra la segunda. Ésta se desordenó también y Francherberg a punto estuvo de caer prisionero al intentar reorganizar a sus jinetes. Tanto Starhemberg, que mandó refuerzos, como Villarroel, que realizó dos movimientos desde la izquierda de su centro, intentaron recomponer la citada ala austracista, pero todo fue inútil; en muy poco tiempo había quedado destrozada y fugitiva.

Grabado de la batalla de Villaviciosa. Gabinete de estampas de la Biblioteca Nacional

Si las unidades de Valdecañas, en lugar de perseguir a los jinetes enemigos, se hubieran vuelto contra el flanco izquierdo del centro austracista, la batalla se hubiera podido decidir entonces a favor de Felipe V. Pero no iba ser tan fácil. El primero que pagó las consecuencias del abandono del campo de batalla de la Caballería del ala derecha borbónica en persecución de los jinetes enemigos, sería el coronel Velasco, que, al frente de un batallón de la Guardia Española y unas unidades de granaderos, marchaba confiado con sus infantes detrás de los jinetes. Había recibido la misión de "clavar" los cañones de una batería, que desde la vanguardia izquierda del frente aliado les había hecho tanto daño. Empeñado en terminar la citada operación fue sorprendido por unos escuadrones de húsares austriacos. Si bien estos no consiguieron evitar la inutilización de las piezas, si arrollaron al batallón y lo deshicieron con muerte de su propio coronel.

En el otro ala, el conde de Aguilar vio, durante su ataque, como se desorganizaban sus escuadrones por el fuego de una batería oculta en el bosquecillo del "Canto de los Mancebos", que estaba además protegida por sendos regimientos austracistas, que le obligaron a detenerse. Posteriormente, no tuvo más remedio que retirarse a retaguardia al amparo de las líneas borbónicas ante el ataque de los escuadrones austriacos. Cerca de la Cabañuela, donde se encontraba Felipe V, se dedicaría a reorganizar y recomponer sus unidades. Empeñado Starhemberg en reservar a su brillante Caballería, no quiso que sus escuadrones persiguieran a los escuadrones borbónicos; en consecuencia, el conde de Aguilar iba a tener una segunda oportunidad.

Caballería de Línea de Felipe V (Álbum de Clonard. IHCM.)

A la Infantería española tampoco le fue bien en su ataque, pues los batallones de la primera línea fueron embestidos por ambos flancos por los escuadrones austriacos, libres para actuar contra la Infantería del conde de la Torre por ausencia de la Caballería española de ambas alas. Los fusileros españoles formaron cuadros rápidamente, pero eran soldados muy bisoños y no se pudo evitar que cundiera el pánico entre ellos. Sin ofrecer apenas resistencia, huyeron despavoridos, dejando a sus mandos aislados. Al poco tiempo de ser arrollada la primera línea, cedió también la segunda. Pero el conde de las Torres consiguió rehacer esta última, incluso con los propios mandos a los que habían dejado sólo sus soldados; mientras, Vendôme reagrupaba a las guardias (walona y española) en la derecha del centro e inmediatamente las haría girar sobre su izquierda, para presionar ese flanco de la Infantería austriaco-holandesa.

   Fue entonces cuando el conde de Aguilar, que había conseguido reorganizar a sus escuadrones del ala izquierda borbónica, cargó de nuevo contra la Caballería austriaca. Esta vez los jinetes austriacos del conde de la Atalaya se vieron sorprendidos y fueron obligados a refugiarse detrás de los batallones austriacos y holandeses de Bell-Castell. Aguilar hizo entonces que sus escuadrones se volviesen contra el costado derecho del centro aliado, que mandaba Villarroel. De inmediato, este experto general dispuso a su Infantería en "cuña" y continuó imperturbable el ataque hacia la derecha del centro español y, de nuevo, comenzó a ceder la Infantería española. Ni Aguilar, ni Torres, ni Vendôme conseguían romper el orden de la "cuña" y la situación se hacía cada vez más peligrosa para el Ejército Borbón.

Starhemberg, empeñado en retirarse, no quiso arriesgarse a volver a emplear su Caballería para despejar los flancos de la formación de Villarroel. Temía que muy pronto fuera atacado por los jinetes de Valdecañas y los guerrilleros de Bracamonte, que podrían presentarse de inmediato; aquellos de vuelta de su persecución y éstos al sentir el fragor del combate. Fue el momento en el que el general austriaco tuvo más cerca la victoria, pero su obsesión por retirarse sin muchas bajas le hizo perder la ocasión. Vendôme, en cambio, así lo entendió. Era consciente de que se había perdido la Artillería y la Infantería volvía a ceder. Por ello, pidió al rey Felipe V que abandonara el campo de batalla y se retirara hacia Torija. Pero El Animoso se negó rotundamente y le contestó:

que en un campo de batalla era la tumba más honrosa para un rey, y sería el último en abandonarle. 

De nuevo el general francés y el conde de las Torres recompusieron la primera y segunda líneas respectivamente. Pero el habilidoso Villarroel modificó entonces su despliegue y ordenó transformar la cuña atacante por una formación ovoide defensiva, llamada de "puerco espín", que resistió sin ceder el tercer ataque de las líneas españolas.

Y lo que temía Starhemberg finalmente ocurrió, al campo de batalla se incorporaron los escuadrones de Valdecañas desde el norte y los de Bracamonte desde el río Henares. La Infantería austriaco-holandesa, formando un gran "cuadro" y a pesar de que estaba siendo rodeada y atacada por todos lados, resistió con firmeza el ataque de cerca de 8.000 jinetes enemigos, pues eran soldados veteranos y bien instruidos. Los batallones del conde de las Torres se retiraron para no estorbar a los jinetes españoles en su intento de rotura de la formación austracista. Al mismo tiempo, Amézaga con sus jinetes y Mahony con 15 escuadrones de reserva destruyeron a las baterías que desde el Canto de los Mancebos habían desorganizado el primer ataque de Aguilar y causado enormes bajas a los batallones del conde de las Torres. En su galopada llegaron hasta el mismo campamento austracista. Allí, cogieron todo el bagaje del Ejército enemigo, incluso se apropiaron del propio equipo de Starhemberg (que por orden de Felipe V le sería devuelto); además, recuperaron el producto de la rapiña efectuada por los holandeses y austriacos: vasos sagrados, copones, patenas, joyas y obras de arte robadas en iglesias y palacios, que posteriormente se entregarían al rey.

Starhemberg, sin casi piezas de artillería que apoyasen a su centro, ya no dudó, dio por perdida la batalla y ordenó la retirada (los últimos cañones disponibles los tendría que "clavar", pues no tenía con que llevarlos); Villarroel inició la retirada hacia el bosque denso y tortuoso del Carrascal de Yela, donde los escuadrones del conde de Aguilar y del marqués de Valdecañas no podrían dañar a sus fusileros. No sin nuevas pérdidas, pues sacrificaría a cerca de 1.000 dragones para que el gran "cuadro" formado pudiera romper el contacto con los escuadrones enemigos; además, no pudo evitar que el general holandés Sant Aman se rindiese con aproximadamente 600 de sus soldados.

La Artillería del Ejército Borbón, que había sido recuperada, no estaba en condiciones de disparar con alguna pieza para romper la cohesión del "cuadro", provocando huecos y desajustes que rápidamente pudieran ser aprovechados por la Caballería española. En consecuencia, el general Starhemberg pudo acogerse al "Carrascal de Yela" con unos 6.000 de sus infantes y la mitad de sus jinetes.

Si Vendôme hubiera autorizado a las guardias del rey y a unos batallones de reserva disponibles adelantarse a ocupar el citado carrascal, combinada dicha acción con un nuevo ataque de los jinetes de Valdecañas y Aguilar, hubiera sido posible derrotar por completo al Ejército austracista. Pero la ascendencia que el general francés tenía con el rey, al que conocía desde niño, le permitió convencerle de que no lo autorizara. Seguía sin creer en la victoria.

Mientras, el rey, que se había acercado al centro de la batalla, contemplaba con suma tristeza y horrorizado el espectáculo terrible del campo de batalla, lleno de cadáveres de hombres y ganado con sus miembros destrozados y miles de heridos pidiendo socorro o gritando de dolor, acompañados de los relinchos y espasmos de los caballos heridos. Hombre religioso y sensible, es posible que sus posteriores crisis de hipocondría tuvieran su origen en aquel espectáculo dantesco; no se le olvidaría nunca.

Los austracistas se dispusieron a pasar la noche en el Carrascal de Yela, sin tiendas, alimentos, equipos y bagajes. Para colmo, ni los infantes y ni los jinetes podrían encender fuegos para no marcar su posición al enemigo; sin mantas y agrupados para combatir los fríos propios de diciembre, pasarían toda la noche.

Una vez llegado al citado bosque, Starhemberg dudaba si rendirse y reunió en consejo de guerra a sus generales para decidirlo. Efectivamente, la mayoría estaba deseosos de hacerlo, pero Villarroel se negó con tal rotundidad que les convenció a todos. La Infantería enemiga había sido derrotada hasta tres veces y tardarían en recomponerla y la Caballería no podría actuar en terreno tan accidentado del camino de vuelta hacia Aragón. En consecuencia, se pidió la tregua, que fue aceptada, con la intención de retirarse hacia Zaragoza antes de la madrugada; es decir, todavía de noche. Entonces sí encenderían las hogueras, pero para engañar al enemigo, haciéndoles creer que permanecían en el bosque.

Vista de la batalla (Kunsthistorisches Museum, Viena)

Por el camino hacia Zaragoza y Barcelona, el general austriaco fue reclamando los derechos de vitoria, pero era una estratagema para evitar el acoso de los lugareños y conseguir el abastecimiento de lo imprescindible para continuar la marcha en los pueblos.

Felipe V no quiso perseguir. Vendôme, que seguía sin tener todas consigo, le había convencido, como ya se ha dicho, y no aceptó la propuesta de Mahony de adelantarse a cortar la retirada al Ejército austracista. Sólo consintió que los "cuerpos francos" de guerrilleros que mandaban Bracamonte y Vallejo hostigasen a Starhemberg y sus tropas en la retirada; misión que llevarían a cabo con la efectividad de siempre y a la que se incorporarían muchos espontáneos.

Por este motivo, Starhemberg se retiró hacia Zaragoza con muchas dificultades. Algunos historiadores, a pesar de estas circunstancias, insisten en que la batalla terminó en "empate técnico", pero las vicisitudes siguientes desautorizan esta aseveración. En principio hay que destacar que Starhemberg llegó a Barcelona con su Ejército destrozado y con menos de la mitad de sus efectivos. Muy difícil lo iba a tener para reconstruirlo, como había hecho Felipe V con el suyo en 1710, después de las derrotas de Almenara y Zaragoza. Por tanto, se puede asegurar que los duros combates de Brihuega y Villaviciosa fueron nefastos para la causa de Carlos III. En pocas semanas perdería Aragón.

Monumento conmemorativo levantado en el campo de batalla en 1910. Foto de autor

Por otra parte, el 17 de abril de 1711 moría Jose I, hermano del archiduque, quien no tuvo más remedio, para ser nombrado nuevo emperador, que abandonar Barcelona, donde dejó a su esposa Isabel. El equilibrio buscado por ingleses y holandeses se rompía otra vez, circunstancia que acelerará las conversaciones de paz en el exterior, lo cual era una pésima noticia para los partidarios de Carlos III en Cataluña, pues perderían sucesivamente todos sus apoyos exteriores.

En febrero de 1711, Vendôme ya tenía a su Ejército asentado en Cervera, que le había abierto las puertas y optaba decididamente por el bando Borbón; un año después, los ingleses abandonaron Cataluña para concentrarse en Menorca; habían ocupado la isla en 1708. Mientras, el general Noailles, desde la frontera francesa, conquistaba Gerona y ocupaba La Plana de Vich. El 13 de marzo fueron los austriacos y holandeses los que se irían de Cataluña.

Al año siguiente, serían conquistadas por las tropas de Felipe V, Manresa, Mataró y Solsona, por lo que, en 1714, sólo resistían Cardona y Barcelona y algunas partidas de guerrilleros que hostigaban sin cesar a las tropas del rey (6). Finalmente, después de una resistencia numantina, Rafael Casanova rendía Barcelona el 13 de septiembre de 1714 y las tropas borbónicas entraban en Barcelona dos días después. Terminaba así la Guerra de Sucesión en España, pues en el exterior y como contienda internacional, había terminado varios meses antes.

Nota (6) Calvo Poyato, José: La guerra de Sucesión. Anay. Madrid, 1988.

La paz internacional se había pactado en Utrecht desde el 11 de abril al 3 de agosto de 1713, mediante nada menos que 7 tratados, ratificados en Rasftat el 6 de marzo de 1714. La gran triunfadora sería Inglaterra que conseguiría todos los objetivos que se había propuesto, sin que pueda decirse que fuera la que más medios y esfuerzo pusiera en la guerra.

Representación de la firma de los Tratados de Utrecht (grabado de un almanaque francés)

5.- BIBLIOGRAFÍA MAS UTILIZADA

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