La Real Academia y Picadero de Ocaña
SEGURAMENTE EL PRIMER CENTRO DE ENSEÑANZA DE CABALLERÍA MODERNO EN EUROPA
Por Juan María Silvela Miláns del Bosch
Aunque la Caballería española no conseguiría centralizar y unificar su instrucción y adiestramiento hasta bien entrado el siglo XIX, cabe distinguir, en el siglo anterior, el intento del teniente general Antonio Ricardos y Carrillo de Albornoz, uno de los generales más destacados de la historia del Arma, de crear un centro de enseñanza de Caballería moderno. Lo organizó en una casa de labor del colegio que la Compañía de Jesús tenía en Ocaña en 1775; recientemente expulsados de España (1767), lo habían abandonado. Su nombre de Real Academia indicaba su trasfondo ilustrado y el propósito de que fuera un centro de enseñanza diseñado a partir de una concepción integral de la educación y con métodos de enseñanza modernos. Estaban basados en los estudios pedagógicos de Pestolazzi, que habían sido introducidos en España desde Suiza. Sin embargo, tampoco quería abandonar la instrucción por lo que llevaba también el título de picadero.
El general Ricardos (1), que había sido nombrado Inspector General del Arma de Caballería en 1771, consideraba que la enseñanza impartida a los cadetes en los regimientos no era la adecuada y, desde su nuevo puesto, dirigió todos sus desvelos a crear, consolidar y apoyar la labor realizada en la Academia de Ocaña. Era amigo de su paisano, el Conde de Aranda, y pertenecía, como éste último, al grupo de militares ilustrados; éstos estaban decididos a favorecer cualquier iniciativa que permitieran la mejora de la enseñanza militar.
La primera constitución del nuevo centro de enseñanza dividía su organización en dos compañías de 50 alumnos y un trompeta. El programa de estudios se articuló en tres partes. En una primera tendrían que conocer, poner, montar, gobernar y conservar el caballo; además, debían aprender el mecanismo práctico de las evoluciones y maniobras y todo lo que para ello se debería enseñar a los soldados. La segunda estaba dedicada al estudio de las ordenanzas y sus aplicaciones a determinados casos; pero también al ejercicio a pie y al manejo de las armas (carabina, espada y pistola). Era la parte a la que se daba mayor importancia. Finalmente, en la tercera, se estudiaba matemáticas y dibujo militar; la primera asignatura comprendía: geometría normal y práctica, trigonometría y mecánica. Además, estudiaban fortificación, artillería, geografía, topografía y la esphera su uso y el de los globos. Aprobar estas últimas asignaturas se consideraba que no era esencial para ascender a oficial, pero si para los que estaban destinados a los más altos cargos de la milicia. Además, se les enseñaba lengua francesa e incluso italiana. También debían practicar esgrima a espada al menos durante un año. La antigua esgrima metódica y artificial de la escuela de Vigiani, traída a España por Carranza y Narváez, acababa de ser transformada al combinar los antiguos principios tradicionales con los más modernos de las escuelas italiana y francesa.
El primer problema que hubo que resolver, al inicio del primer curso, fue el diferente bagaje cultural de los cadetes que ingresaron en la Academia, bien por su juventud o por haber carecido la familia de dinero para pagar los gastos de un buen colegio. Las ordenanzas de 1768 prescribían que no debía ser menores de 12 años, si eran hijos de oficial, y no siéndolo de 16. Se solucionó mediante la contratación de un maestro civil que les enseñara a escribir y leer correctamente a los que no habían ingresado en las condiciones culturares adecuadas.
Los cadetes, como ya se ha expuesto, se encuadraron en dos compañías, divididos, a su vez, en escuadras de 8; pero se podían ampliar las plazas a dos cadetes más por cada una. Si a un cadete le correspondía el ascenso a oficial por antigüedad y vacante en su regimiento, no se le retrasaba. Pero tenía que adquirir casa, comprar caballo y equiparse según su empleo. El horario de clases era muy apretado, pues llegaban a levantarse a las 4 de la mañana en algunos meses del año.
Según unas nuevas ordenanzas, aprobadas con carácter provisional en 1781, la Academia se articuló en tres compañías de 34 alumnos. Los cadetes comenzaban en la primera compañía, donde estudiaban latín y aprendían nomenclatura del caballo; también se instruían con las armas: manejo, armado, limpieza y desarmado de la carabina y pistolas, así como en la práctica de diferentes monturas; además, debían memorizar determinados artículos de la ordenanza y a mandar a pie las diversas evoluciones. Una vez que superaban estas materias, pasaban a la segunda compañía, donde estudiaban historia sagrada y profana, lengua francesa e italiana, matemáticas y dibujo, ordenanzas y táctica con sus evoluciones, tanto de Caballería como de Infantería. La asignatura de matemáticas se dividió en cuatro clases. La primera comprendía geometría elemental, trigonometría rectilínea y geometría práctica. La segunda, mecánica, dinámica, hidráulica, fortificación (de plazas y campaña) y artillería. La tercera clase se dedicaba a la óptica, arquitectura, astronomía, geografía, topografía y cronología y, finalmente, la cuarta a dibujar. A continuación, pasaban a la tercera compañía, donde perfeccionaban los estudios realizados en la segunda.
No hemos podido disponer de los libros que utilizaban, lo que nos ha impedido realizar un análisis más minucioso y valorar con más precisión la enseñanza impartida en Ocaña. De todas formas, lo exigido se acercaba en teoría a lo impartido en la segunda enseñanza del bachiller completo establecido a finales del siglo XIX. En consecuencia, no es aventurado suponer que el propósito fuera que los alumnos adquirieran no sólo los conocimientos necesarios para practicar una profesión de categoría superior, sino también los saberes generales que les permitiera integrarse en la clase alta de la sociedad. Para ello, los estudios debían aproximarse a los exigidos en los cuerpos facultativos, Artillería e Ingenieros. Así se hacía resaltar en las citadas ordenanzas provisionales con palabras del propio Rey:
…educándose e instruyéndose no sólo en las ciencias, facultades y destrezas correspondientes a sujetos que deben aspirar a los grandes empleos, sino en la parte de educación civil que por su edad o otros motivos no hayan podido recibir en sus casas, se formen sujetos útiles para el servicio de mis ejércitos.
La obra de Ricardos permitía ser muy optimista sobre la categoría y profesionalidad de los futuros oficiales, pero cuatro años después sería suspendida en su actividad. La razón esgrimida era las dificultades de la Hacienda, que efectivamente se manifestaron al inicio de la década de los 80 del siglo XVIII. Pero hay indicios de que existían otros motivos no declarados. Ricardos fue criticado por su afán de reformas demasiado avanzadas e incluso revolucionarias; también sería tachado de masón. Se le llegó a acusar incluso de hereje ante la Inquisición. La pertenencia de Ricardos al Partido Aragonés motivó su enfrentamiento con el ministro Floridablanca y, como consecuencia, caería temporalmente en desgracia.
Analizada la cuestión, su apartamiento temporal resultaba muy injusto. Resulta evidente al examinar la forma de vida de los alumnos en la Academia. El coste de la vida del cadete era de 6 reales diarios que había que pagarlos por semestres adelantados, lo cual limitaba el ingreso de aquellos alumnos cuyas familias no disponían de una situación desahogada en su economía; por tanto, podía ser considerada elitista, si se pensaba que eso era lo deseable. En el citado documento se prohibía fumar tabaco, llevar patillas y hebillas en la punta de los zapatos al modo de los majos y adoptar su habla o ademanes, así como jugar a los dados y cartas; por el contrario, se permitía el juego de pelota, balón o "mallo" e incluso se daban lecciones de baile. También se prohibía la burla, mofa o que se pagase patente de ingreso en el centro o en las compañías; es decir, no se admitían novatadas. Con respecto a la moral impartida, conviene advertir que, pasado el reconocimiento médico exigido para ser admitidos en la Academia, el capellán les examinaba de doctrina cristiana; se justificaba por el valor que se daba a este principal e importante asunto. En consecuencia, era obligatorio recibir las clases correspondientes al que no superara la prueba. Además, el sacerdote rezaba diariamente el rosario con ellos. El capitán jefe de la compañía era el encargado de la formación moral del cadete, que debía adquirir las virtudes de un caballero militar. Por ello, debía hacerse una cuidadosa selección para elegir a los más adecuados. Por todo lo citado, no estaba en absoluto justificada la duda sobre la ortodoxia, según se consideraba entonces, del planteamiento educativo promovido por Ricardos.
Una junta, formada por los tenientes generales Cristóbal Zayas, Manuel Pacheco y el marqués de Ruchena, por los mariscales de campo, marqués de Mirabel, Jerónimo Caballero y Pablo Sangro y por el intendente general del ejército Manuel Ignacio Fernández, informó en contra de la propuesta del Inspector General de Caballería, sobre la reorganización del Arma y determinadas mejoras en la Academia de Ocaña. Según Ricardos, la Caballería era:
...figurativa en el número, incierta en la duración de su fuerza, endeble en la calidad e inexperta por no ejercitada.
Arrastraba además un cierto alcance para mantener los caballos, por lo que se les hacía trabajar poco y, en consecuencia, las revistas no podían ser muy exigentes. No cabe duda de que Ricardos exageraba, pero en su afán de afianzar la permanencia de la Academia de Ocaña cometió diversos errores que la junta puso de manifiesto. Llegaron a informar al Rey de que las medidas propuestas por Ricardos no solucionarían los problemas que, según este inspector, existían. Desde luego, las reformas de Ricardos eran acertadas y se podría esperar, por tanto, si no la solución de todas las insuficiencias, al menos, sustanciales mejoras en el Arma. No estuvo muy afortunada la junta en aceptar las disposiciones del Rey sobre la Academia de Ocaña. Con todo, Pablo Sangro, en informe, solicitado por el Rey sobre la memoria de Ricardos, recomendaba reunir todas las academias militares en una sola. Esta fue quizás la causa de que en 1790 se mandaran suprimir las de Orán, Ceuta, Puerto de Santa María y Ocaña, para formar las de Zamora y Cádiz, manteniendo la de matemáticas de Barcelona.
Ricardos luchó denodadamente para evitar el cierre de la Academia. Había encargado a un arquitecto de renombre, Sabatini, el proyecto de arreglo de la casona de los jesuitas, reparación que, al fin, se hizo. Pero no contento con el resultado, buscó nuevos edificios para trasladar el centro de enseñanza en las proximidades de Madrid e incluso pensó llevarla a Valladolid. Acababa de proponer que los cadetes ascendieran directamente a segundos tenientes al terminar con éxito sus estudios, cuando recibió la orden de suspensión de las actividades en 1785. Es evidente que no valoró suficientemente que tal medida si era revolucionaria y tendría numerosos e importantes adversarios. Ricardos no conseguiría finalmente la permanencia de la Academia, que sería suprimida definitivamente en 1790. Toda la buena labor de 10 años, desde 1775 a 1785, se vino abajo. El rey había decretado, en el último año citado, que los cadetes con la edad exigida por la ordenanza volviesen a sus regimientos de origen y los más jóvenes al Seminario de Nobles de Madrid, centro elitista creado por Felipe V a imitación del que fundó Luis XIV en París. Al regresar los alumnos a sus regimientos, los ascensos siguieron efectuándose por vacantes producidas en sus cuerpos y no por la capacidad demostrada en la Academia, sistema mucho más justo.
No quedaría el Arma totalmente huérfana de centros de instrucción y enseñanza. Durante la Guerra de Independencia se organizaron diversas academias. El ejemplo más notable fue, sin duda, la de San Felipe de Játiva organizada por orden del general Freire el 10 de abril de 1810 para los Ejércitos 2º y 3º. Era un intento de continuar con la labor llevada a cabo en Ocaña y su orientación ilustrada se desprende del mismo discurso inaugural del brigadier director, Vicente Osorio. Otro centro de perfeccionamiento de Caballería, que no era de enseñanza completa como la Academia de Ocaña, sería la Real Escuela Militar de Equitación de Cádiz, organizada según la Orden de la Regencia del 4 de julio de 1811. Su impulsor y director fue Francisco de Laiglesia Darrac, oficial de Caballería, poeta y escritor de tratados y ensayos sobre la equitación. La escuela fue a Madrid en 1818, a Sevilla en 1823 y volvió a la capital seis años después. Por R. D. del 22 de febrero de 1842, se trasladó a Alcalá, para integrarse en el al Establecimiento Central de Instrucción de Caballería, creado por el general Ferraz en 1841.
Es sorprendente que en los últimos ensayos sobre la evolución de la enseñanza militar no se hable de Ocaña o se le despache con un párrafo muy general. Evidentemente, no se le ha valorado lo suficiente y se ha cometido con Ricardos y su academia una injusticia histórica.
NOTAS
(1) El general Ricardos (1727-1794) es uno de los más destacados generales españoles de todos los tiempos. Combatió en Italia, distinguiéndose en Piacenza, y dirigió, con éxito, la campaña del Rosellón contra los revolucionarios franceses. Estudioso de la organización militar prusiana y de las campañas de Federico II, reorganizó la Caballería española en 1771.